Arwen: ¿Por qué temes al pasado? Eres el heredero de Isildur,
no el propio Isildur. No estás obligado a su destino.
Aragorn: La misma sangre fluye por mis venas. La misma debilidad.
Arwen: Llegará tu hora. Te enfrentarás al mismo mal y lo derrotarás
.

Y ahí estás, sentado, pensando en cuantas veces has hecho aquello que juraste evitar. En tu cabeza prima la idea de que no hay salida, que hay algo mal en vos que está desde siempre y que jamás se irá. Pensando, a fin de cuentas, que tu vida es una gran basura.

¿Por qué soy así?

¿Por qué repito aquello que tanto dolor me causó? ¿Por qué me choco tantas veces con esa piedra que me genera tanto asco como tristeza?

Bueno, tal vez, en nuestra sangre corra algo de aquello que alguna vez nos hirió. Puede ser: un mal genio, una debilidad en particular o quizá una memoria que abraza los dolores de antaño.

Pero también está aquello a lo que nos hemos acostumbrado, porque la ecuación creo que es la siguiente: si hay algo que de los demás nos molestaba o hería, es porque hemos convivido con ellos; y en cierto modo, nos hemos acostumbrado, nos adaptamos a ese modo de vivir. Es tristísimo, pero muchas veces es real. Aunque en esta historia no es lo definitivo.

A fin de cuentas, esto que tanto aborrecemos es una sombra en nuestra vida.

“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma” C.G. Jung

Si hay alguien que de sombras ha hablado, ese fue C.G. Jung. Psiquiatra y psicólogo. Inspiración personal y motivo de reflexión en muchas ocasiones. La sombra para él era aquello que era negado por nosotros mismos, pero a su vez, no era del todo conocido. Pero, lo más importante de esto, es que la sombra era para él, una potencialidad humana

¿Cómo es posible esto?

Lo resumo con un pensamiento netamente cristiano: la llegada al Reino de los Cielos reclama el paso por la cruz (cualquiera fuese la naturaleza de esta).

Asimismo, la experiencia del dolor y su aceptación, se vuelve una condición sine qua non para aspirar a la felicidad.

"Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte." (2 Cor 12,10).

De esta filosofía cristiana que apunta a la vida eterna después de la muerte podemos extraer un pensamiento para este, nuestro efímero paso por la tierra. Enfrentar nuestras sombras es una clave para ser más plenamente nosotros. Esto que detesto, desgraciadamente, es parte de mí. ¿Cómo lo trabajo? ¿Qué puedo hacer para que no me asalte en silencio?

Es más sencillo prevenir un robo cuando se que el ladrón vendrá, cuando lo tengo bien identificado y cuando reconozco su “modus operandi”. No así con aquel ladrón desconocido, al cual no le puedo atribuir una forma de obrar específica.

Dumbledore: “Eso es lo que te diferencia... Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades”.

Son nuestras decisiones, le dice el anciano Dumbledore a un pequeño que está en proceso de conocerse. Son nuestras decisiones de qué hacer con lo que nos ha tocado lo que determina nuestra esencia. No es aquello que hemos heredado o lo que hemos recibido, lo que nos determina.

peso del pasado 1

¿Qué deseo hacer?

¿Escapar de aquello que siempre estará esperándome a la vuelta de la esquina? ¿Negar su existencia y convertirme en todo aquello que me he prometido no ser? ¿O quizá me armaré de coraje para enfrentar eso a lo que tanto temo?

En este punto, nuestra naturaleza hereditaria y adaptativa puede verse en desventaja. Porque ya la hemos descubierto, porque es posible para nosotros vencer esta batalla. Pero también, es posible algo aún mucho más grande: sacar fruto de este enfrentamiento. Podríamos decir que podríamos llevarnos un buen “botín de guerra”.

Cuando hemos comprendido la naturaleza del dolor, cuando la hemos aceptado, pero por sobre todo, cuando la hemos entregado: he aquí cuando la recompensa es más grande. Porque hemos abandonado el peso del dolor.

Porque si tal vez, con nuestras fuerzas, hemos podido salir vencedores teniendo ese peso sobre los hombros; imagínate lo que podemos hacer de ahora en adelante con la experiencia que hemos juntado y nuestros hombros ligeros de carga. Como le gusta decir a la gurisada hoy en día: seríamos una versión de nosotros “2.0”.

¿Y a quién se supone que le vamos a dar nuestro peso?

La respuesta puede ser sencilla conceptualmente, aunque no en la realidad práctica. Se lo damos a Cristo. El único que carga con todo el peso del pecado de la humanidad. De los pecados que nos hirieron a nosotros y de los pecados por los cuales hemos herido a los demás, en síntesis, con los pecados de esta sombra que deseamos vencer.

Reitero, conceptualmente es sencillo: “Tomá Señor, te lo doy”. Pero en la realidad está lejos de serlo, porque veremos que esto no se va de una, que es un proceso. Nos tentaremos a pensar que Él no lo recibe, que no tenemos remedio, que seremos esto para siempre. O, por otro lado, nos tentaremos a ganar solos esta guerra, por medio de nuestra fuerza de voluntad, impulsados por el orgullo. “Ojo al tejo” con esto, ganamos una batalla y nos metemos en otra más grande.

No sos malo, aunque erres, aunque puedas llegar a lastimar a alguien. No sos malo, aunque se más cómodo pensarlo. Aunque el mundo te quiera conformista, de brazos cruzados ante los límites de la humanidad. Sos bueno, podés descubrirlo, podés salir adelante, podés ser feliz. Sólo queda jugársela en el momento justo, y ese momento puede ser ahora.

“Señor, te lo doy todo, el dolor que he recibido, el que he causado a los demás, el que me he causado a mí mismo.
No quiero creer las mentiras del enemigo. No quiero creer que soy esa criatura fallida que me quiere mostrar.
Yo sé que vas a hacer de mí tu obra maestra. Y también sé que eso será posible en tanto y en cuanto yo te deje hacerlo.
Agradezco, de todo corazón Señor que me ames en la libertad, con virtudes y defectos.
Por eso te pido que me ablandes mi alma, que pueda confiar en Ti, que pueda caminar a tu lado.
Te lo doy todo Señor, por difícil que se me haga”.

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