La visión de Ezequiel es una palabra de esperanza de parte de Dios a su pueblo castigado con el destierro. En medio de la desolación la promesa de la fuerza y el poder del Altísimo serán evidentes para todos. Recordemos el texto:
“La mano del Señor se posó sobre mí, y el Señor me sacó afuera por medio de su espíritu y me puso en el valle, que estaba lleno de huesos. Luego me hizo pasar a través de ellos en todas las direcciones, y vi que los huesos tendidos en el valle eran muy numerosos y estaban resecos. El Señor me dijo: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?”. Yo respondí: “Tú lo sabes, Señor”.
El me dijo: “Profetiza sobre estos huesos, diciéndoles: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor. Así habla el Señor a estos huesos: Yo voy a hacer que un espíritu penetre en ustedes, y vivirán. Pondré nervios en ustedes, haré crecer carne sobre ustedes, los recubriré de piel, les infundiré un espíritu, y vivirán. Así sabrán que yo soy el Señor”.
Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras profetizaba, se produjo un temblor, y los huesos se juntaron unos con otros. Al mirar, vi que los huesos se cubrían de nervios, que brotaba la carne y se recubrían de piel, pero no había espíritu en ellos.
Entonces el Señor me dijo: “Convoca proféticamente al espíritu, profetiza, hijo de hombre, Tú dirás al espíritu: Así habla el Señor: Ven, espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan”.
Yo profeticé como él me lo había ordenado, y el espíritu penetró en ellos. Así revivieron y se incorporaron sobre sus pies. Era un ejército inmenso.
Luego el Señor me dijo: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos dicen: “Se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestro esperanza. ¡Estamos perdidos! Por eso, profetiza diciéndoles: Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré -oráculo del Señor-.” (Ez 37,1-14)
Un tipo de experiencia
Cuando nos acercamos a este texto debemos tener presente que es un acontecimiento expresado con las limitaciones que la palabra humana tiene. No es fruto de la imaginación de un predicador que buscaba una historia efectista para despertar la respuesta de los oyentes.
El mismo profeta nos indica el tenor de la experiencia: “La mano del Señor se posó sobre mí, y el Señor me sacó afuera por medio de su espíritu y me puso en el valle, que estaba lleno de huesos” (37,1). Si nos dejamos llevar por la literalidad del texto entonces suponemos que fue tomado, elevado en el aire y transportado hacia otro lugar. Si bien el poder del Altísimo es infinito, muy rara vez suele actuar en contra de las leyes que Él mismo puso en la naturaleza. Decir “muy pocas veces” deja lugar a los milagros en cuestiones, por ejemplo, en las cuales la materia líquida actúa como sólida: Pedro caminó sobre el agua… mientras tuvo fe.
Ahora bien. Este texto es de otro orden. Es una experiencia profundamente espiritual de encuentro con Dios. El profeta ve (o preferiría decir más correctamente: intuye) al Señor: una experiencia mística. Cuando decimos mística no hablamos ni de ilusión ni de experiencias distorsionantes de la realidad por el uso de una droga. Decimos, simplemente, encuentro con Alguien que está más allá de lo físico, de lo “natural”.
Dos destinatarios distintos
La experiencia de este profeta tiene dos destinatarios distintos Y, por eso, dos contenidos paralelos. El primero es el pueblo de Israel en el destierro de Babilonia. Para ellos el mensaje es claro: “ustedes no están ni muertos ni abandonados porque Yo Soy el Señor Todopoderoso de la vida y mi presencia les da la plenitud”. Es así una caricia de Dios para consolar al pueblo abatido por las consecuencias de su propio pecado.
Junto a este, hay otro relato paralelo. El destinatario es el propio profeta. También a él Dios le habla y le dirige señales de fortaleza y de confianza. Es interesante como las primeras palabras que dice el Señor son palabras exclusivas para su mensajero. Y son desafiantes de la fe de quién tendrá que representarlo como vocero: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” (37,3).
La respuesta es la típica expresión de quién no se quiere jugar demasiado con las consecuencias de lo que se dice: “Tú lo sabes, Señor” (37,3). Es lo que diría quién sabe algo o mucho acerca de la teoría sobre las cosas de Dios. Yo, por ejemplo, le respondería algo así: “Señor, que puedan ocurrir esas cosas lo sabemos porque está consignado en el Catecismo de la Iglesia Católica. Allí se enseña lo que aprendimos de vos. Así que Tú lo sabes porque tenemos escrito lo que Tú nos dijiste”.
Más la pregunta no apuntaba al saber intelectual del profeta (de ayer y de hoy) sino al saber fruto de la propia experiencia de la vida de fe. La pregunta no es sobre los huesos en si sino sobre si vos crees que el poder de Dios puede actuar para revivirlos. Jesús expresa algo semejante cuando nos decía que podemos mover montañas o tirar árboles al mar con sólo un granito de fe. Por eso solía preguntar antes de una acción: “¿crees esto?”.
El profeta dio una palabra de compromiso. No era para menos: un valle lleno de huesos secos era una contemplación desoladora. Sabemos que Dios puede obrar milagros, pero… ¿no será temerario tentar al Señor?
Lo que más me impresiona es que Dios lo lleva de la mano a Ezequiel para que se anime a dar el salto al vacío: “profetiza…” (37,4-9). Es decir, le dice algo así como: “animáte a proclamar mis palabras que ellas van a actuar porque son palabras de poder. No te creas que serás vos el que haga las cosas. No te preciso para eso. Yo me basto. Solamente quiero que colabores conmigo diciendo las palabras que te inspiro y luego calles. Mi Palabra en tus palabras hará la obra”.
El versículo 9 es impresionante: “Convoca proféticamente al espíritu, profetiza, hijo de hombre, Tú dirás al espíritu: Así habla el Señor: Ven, espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan”.
Para los profetas de hoy
Hace muchos años me consagraron profeta. Igual que a la mayoría de los que me están leyendo. Fue inmediatamente después de que el Agua bautismal nos hizo hijos de Dios. Entonces el Sacerdote nos ungió con el Crisma y nos consagró como profetas del Altísimo. Para ustedes, y sobre todo para mí, es la pregunta que, en su experiencia mística, recibió Ezequiel: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” Solemos responder a esta moción en nuestro corazón de la misma manera que el profeta. Pero, al igual que en el relato bíblico, Dios sigue esperando que confiemos en que su Palabra, su sola Palabra, puede transformarnos y transformar todo nuestro ambiente. Eso sí, también sigue insistiendo en que confiemos y la proclamemos. El quiere actuar a partir de eso. Lo más impresionante: El solito va a hacer toda la obra. Pero lo quiere hacer a partir de mi, de mi confianza, de nuestra confianza.