En el comienzo de la segunda carta de Pablo a los tesalonicenses les declara su admiración por esta comunidad católica:

“… Nosotros nos sentimos orgullosos de ustedes, por la constancia y la fe con que soportan las persecuciones y contrariedades” (2 Tes 1,4).

Iglesia arde

Tal vez es bueno detenernos a meditar sobre esto. Para tratar de entender los dos aspectos, totalmente distintos, que tiene el problema.

El origen de toda persecución

No tengo ninguna duda en afirmar que detrás de toda persecución está la “maldad” operante. La maldad es, digamos como primera aproximación, una oscuridad que reina en el alma. Y a esa oscuridad, casi instintivamente, le molesta todo lo que es luz, claridad, diafanía.

Por eso la maldad reacciona frente a la luminosidad que provoca la presencia de Dios. Jesús mismo nos había advertido, en sentido positivo, sobre esta contradicción:

“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn 8,12).

También advierte la consecuencia que tendrá elegir el mundo de las tinieblas, de la maldad: esconderse y perseguir la luz.

“En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios” (Jn 3,19-21).

Aceptando que toda persecución brota de la maldad que elige las tinieblas… queda preguntarnos que tipo de maldad está en la raíz de las persecuciones a la Iglesia. Por lo pronto, digamos que son dos tipos muy distintos de maldad.

La maldad del mundo

Cuando hablamos del combate espiritual vimos que detrás está la fuerza oculta de los espíritus malignos. Eso que solemos denominar como ángeles caídos, demonios, diablos u otros nombres parecidos. Es el tentador y uno siempre sospecha su acción. Pero culpar solamente a Satanás es achicar mucho el horizonte. Es más, puede ser una excusa para no abordar las verdaderas causas de las persecusiones a la Iglesia.

Por eso es bueno, también, fijarnos en la maldad del mundo que desata su fuerza frente al Bien Supremo que refleja la Iglesia. De la palabra mundo ya hablé en este artículo, rescatando sus tres posibles significados en la Biblia. Uso ahora la tercera acepción: mundo como “enemigo”.

Uno puede ver una especie de odio “gratuito” que mucha gente tiene frente a la Iglesia. Por el sólo hecho de ser Iglesia o de obrar de acuerdo al Evangelio como discípula de Jesús. Que esto iba a ocurrir, lo advirtió el mismo Jesús. Recordemos, solamente, lo que dijo en el Sermón del Monte:

“Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5, 10,12).

De esta persecución, simplemente por citar una enseñanza, nos habla Francisco:

"Nosotros, cuando hacemos un poco de turismo por Roma, y vamos al Coliseo, pensamos que los mártires fueron los asesinados por los leones”, prosiguió el Pontífice. Pero “los mártires no fueron sólo esos”. En realidad los mártires “son hombres y mujeres de todos los días: hoy, el día de Pascua, hace sólo tres semanas”. Francisco se refirió a “los cristianos que celebraban la Pascua en Pakistán: fueron martirizados sólo por celebrar a Cristo resucitado”. Y “de esta forma la historia de la Iglesia sigue adelante con sus mártires”. Puesto que “la Iglesia es la comunidad de creyentes, la comunidad de los confesores, de los que confiesan que Jesús es Cristo: es la comunidad de mártires”.

La persecución —observó el Papa— es una de las características, de los rasgos en la Iglesia, e impregna toda su historia” Y “la persecución es cruel, como la de Esteban, como la de nuestros hermanos pakistaníes hace tres semanas”. Sí, cruel “como la que hacía Saulo que estaba presente en la muerte de Esteban, del mártir Esteban: iba, entraba en las casas, tomaba a los cristianos y los llevaba para ser juzgados”.

Hay, sin embargo, advirtió Francisco, “otra persecución de la que no se habla tanto”. La primera forma de persecución “se debe al confesar el nombre de Cristo” y por lo tanto es “una persecución explícita, clara”. Pero la otra persecución “se presenta disfrazada como cultura, disfrazada de cultura, disfrazada de modernidad, disfrazada de progreso: es una persecución —yo diría un poco irónicamente— educada”. Se reconoce “cuando el hombre es perseguido no por confesar el nombre de Cristo, sino por querer tener y manifestar los valores del hijo de Dios”. Por lo tanto, es “una persecución contra Dios Creador en la persona de sus hijos”.

Y así “vemos todos los días que las potencias hacen leyes que obligan a ir por este camino y una nación que no sigue estas leyes modernas, cultas o al menos que no quiera tenerlas en su legislación, es acusada, es perseguida educadamente”. Es “la persecución que le quita al hombre la libertad, ¡también la de la objeción de conciencia! Dios nos ha hecho libres, pero ¡esta persecución te quita la libertad! Y si tú no lo haces, serás castigado: perderás el trabajo y muchas cosas o serás dejado de lado”.

“Esta es la persecución del mundo”, insistió el Pontífice. Y “esta persecución también tiene un jefe”. En la persecución de Esteban “los jefes eran los doctores de la letra, los doctores de la ley y los sumos sacerdotes”. En cambio, “el jefe de la persecución educada, Jesús lo llamó: el príncipe de este mundo”. Se puede ver “cuando las potencias quieren imponer actitudes, leyes contra la dignidad del Hijo de Dios, persiguen a estos y van contra Dios Creador: es la gran apostasía”. Así “la vida de los cristianos sigue adelante con estas dos persecuciones”. Pero también con la certeza de que “el Señor nos ha prometido que no se aleja de nosotros: “¡Tengan cuidado, tengan cuidado! No caigan en el espíritu del mundo. ¡Tengan cuidado! Pero vayan adelante, Yo estaré con ustedes”. (Homilía de Francisco en Santa Marta 12/04/16)

El Catecismo nos recuerda que las persecuciones acompañarán a la Iglesia a lo largo de toda su historia:

“La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, De civitate Dei 18, 51; cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimiento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos descendientes de Adán, `desde Abel el justo hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).” (CIC 769)

Así que, sabiendo que estas persecuciones se darán, simplemente nos queda confiar en la palabra de promesa que Jesús hizo al designar el primer Papa de los católicos:

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,18).

La maldad de la carne

Ahora bien, no debemos culpar solamente a la maldad del mundo las persecuciones o contrariedades que sufre la Iglesia. Claro, es más fácil para nosotros hacer eso que reconocer que también hay maldad en el corazón de los hijos de la Iglesia… es decir, en nosotros.

Esta maldad, que cuaja en delitos o corrupciones, también desata una justificada reacción por parte de los no creyentes. Y con razón.

Benedicto XVI, hablando sobre los mensajes de Fátima con los periodistas en el avión rumbo a Portugal, fue muy claro al respecto:

“La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales.” (Benedicto XVI, 11/05/10)

Algo de esto traté de expresar cuando hablé de que el clero de Paraná está tentado. Y la realidad tremenda es que, cuando caemos en la tentación no solo causamos escándalo sino una justificada “persecución”. Y persecución entre comillas porque no es a la Iglesia sino a las acciones malas de los miembros de la Iglesia que el mundo reacciona.

La maldad que está presente en la carne de cada católico es capaz de engendrar tinieblas. Tinieblas en el propio corazón… tinieblas en el corazón de la Iglesia… tinieblas que provocan reacciones a las que fácilmente le decimos “persecución” como para excusarnos. Pero no debemos ni excusarnos ni defendernos. Simplemente debemos convertirnos. Y en eso estamos los católicos de buena voluntad.

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1 COMENTARIO

  1. Padre Fabián, lo felicito por su artículo sobre la maldad y cuan cierto esta su opinión cuando dice que la maldad está dentro de la Iglesia. Cuanto sufre el corazón cuando constatamos conductas inapropiadas en la grey del Señor y cuanto más duelen cuando son ejecutadas por los propios ministros no sólo en la debilidad de la carne sino en las relaciones humanas con sus fieles cuando parecen ser más burócratas de la Iglesia que pastores de sus fieles. ¡Cuanto necesitarían muchos sacerdotes leer más a Francisco, saber más de esa Misericordia de que nos habla y dejarse sentir el abrazo de Jesús! Asumirse dispensadores de amor y no "dispensadores sacramentales". Paz y Bien. Daddy

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