“La vida me han prestado y tengo que devolverla cuando el creador me llame para la entrega…”.
El otro día me tomaron por asalto una serie de preguntas que dispararon la reflexión que hoy comparto:
¿Será casualidad que haya nacido justo en este país en este tiempo? ¿Será fruto del azar haber tenido la gracia de crecer en un olvidado pueblo del norte entrerriano? ¿Será solo una lotería que haya conocido la fe? ¿Será solo un dato estadístico que, a diferencia de un gran número de personas, haya tenido la posibilidad de seguir estudiando una carrera?
Así surgieron una par de ideas iniciales. La primera es que, a pesar de las muchas cosas que no salen como uno desearía, soy un afortunado. La segunda es que esta fortuna tiene un costo, o más bien, una responsabilidad.
Haber tenido oportunidades es, en verdad, una verdadera fortuna en los tiempos que corren. Esto resuena más en aquellos que hemos vivido en las periferias de las grandes ciudades, donde la posibilidad de “crecer” está totalmente estancada. Pero es una gran ocasión para contarle a quienes viven en los orbes, que tienen un privilegio a la vuelta de la esquina.
Sigo con la idea: como uno ha recibido un tesoro, se debe corresponder a este. Debe tener presente que se le ha otorgado algo y que en algún momento se le pedirá cuentas de que ha hecho con lo que se le dio.
La conclusión de estas preguntas y sus primeras respuestas es esta: se me ha dado la oportunidad de tener esperanza, un don que el mundo ha perdido. ¿Cómo debo corresponder a esto?
“Mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz” (2Pe 3,14)
¿Qué papel le damos a la esperanza?
Si cada uno mira hacia adentro de su propia vida, y repasa los grandes regalos que ha recibido comprenderá que, a fin de cuentas, también es afortunado. Tal vez por la gracia de crecer en un lugar donde ha conocido buenos amigos, porque ha tenido la oportunidad de encontrar un amor verdadero, porque ha podido seguir estudiando una carrera, porque ha obtenido un trabajo estable o porque – aunque todo lo anterior falte - ha comprendido el gran don que es la fe. Sea cual fuese el motivo, creo que todos tenemos algo por lo cual agradecer.
Entonces, como auténticos discípulos del Maestro de Nazaret, debemos corresponder a aquello que se nos ha dado. ¿Has recibido el tesoro de los buenos amigos? Vive la amistad de forma plena, compartiendo la alegría de estar rodeado de buenas personas.
¿Has recibido la oportunidad de encontrar un amor verdadero? Jugatela a fondo por esa persona, poné las manos en el arado y no mires para atrás (cf. Lc. 9,62)
¿Has podido estudiar una carrera? Aprovechá tu tiempo como estudiante para crecer en sabiduría, sabiendo que algún día tendrás que servir a tu prójimo.
¿Se te ha dado un trabajo estable? Que sea el medio para llevar el pan a tu casa y hacer de este, un mundo mejor.
¿Has comprendido que la fe es un gran don? Se luz en este mundo haciendo lo que te toque porque sabés que sos un afortunado, al igual que todos (cf. Mt 10,8).
En resumidas cuentas: la esperanza, una de las tres virtudes teologales, es distintiva de aquel que ha conocido a Cristo. Es propia de aquel que sabe por qué tiene que esperar. Por qué tiene que volverse servidor. Por qué tiene que ser luz. Por qué tiene que amar.
La persona que le da espacio a la esperanza en su vida comprende en el corazón los “por qué” que tanto necesita en su día a día. Tanto los dones como las tragedias, todo cobra sentido. La persona que recibe a la esperanza, le da un sentido a su vida. Respecto de este tema, el Papa Emérito, Benedicto XVI, nos exhorta en su Encíclica “Spe Salvi”.
“La esperanza que en ella había nacido y la había redimido no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos” (Benedicto XVI, Spe Salvi N°3)
¿Cuál es, entonces, el camino que puede cambiar el mundo?
De lo antes dicho se desprende una conclusión: el cristiano recibe como don en su vida a la esperanza. Si recibe este don, recibe la responsabilidad de transmitirlo.
Es por eso qué Educar en la esperanza es, en verdad, el camino que puede cambiar el mundo.
Los cristianos, desde el rol que en la sociedad les toque: laico o consagrado, estudiante o trabajador, empleado o jefe; debe ser un predicador de la esperanza. ¿Vamos a anunciar que el mundo está cada vez peor? ¿Vamos a salir a gritar que el mundo está perdido? ¿Vamos a exclamar a viva voz que todo lo que nos rodea es horrible?
Una pregunta “picante”: Cuando los niños nos ven y oyen ¿qué les transmitimos? ¿les comentamos que en verdad sus vidas son únicas y valiosas? ¿los alentamos a buscarle un sentido pleno?
Cierro con una conclusión que saco de apreciar hechos de mi propio pueblo. Acá las tasas de adicciones, de violencia (entre otros graves males) son preocupantemente elevadas. Muchos aquí vemos que es imposible cambiar la situación, que todo está perdido, que la única alternativa factible es irse, lo más lejos posible.
¿Cómo afecta esto a quién crece sin oportunidades de creer que puede ser feliz? ¿Cómo repercute en aquel que siente que se ha estancado, que ya no hay salida? ¿Cómo puede entrar en estas personas la idea de que pueden ser felices?
Por último, vale aclarar que nuestros esfuerzos, sacrificios y entregas llegan hasta un punto. Después de eso, nada se puede hacer, habrá cosas que no podremos cambiar y tendremos que aceptarlo. ¿Es esto una actitud contra la esperanza? Para nada. Aceptar que hay cosas que escapan a mí (vale decir, la mayoría de las cosas escapan a nosotros) implica dejarlas en manos de alguien que sí puede cambiarlas.
“Cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte” (2Cor 12,10) rezaba el apóstol San Pablo. “Cuando terminan mis fuerzas, comienzan las de Dios” dice el dicho popular. La esperanza no está apoyada en nosotros, en los poderes del Estado o en las promesas vacías de algún líder efímero, la auténtica esperanza está alimentada en Aquel que venció a la muerte.
Haznos, Señor, personas abandonadas a tu amor. Que podamos dar lo mejor de nuestra humanidad, sabiendo que el verdadero protagonista sos vos.
Haznos, Señor, hijos confiados en la promesa de su Padre. Para que los reveses no nos asusten y sean causas de estar, cada día, más cerca de ti.
Haznos, Señor, discípulos tuyos. Inspirados por la esperanza que alienta la fe y se vive en la caridad.
Les comparto una canción que tal vez puede ayudar a rezar este deseo de esperanza que late en nuestros corazones.