¿Es un precepto? ¿Qué tengo que hacer? ¿Y qué pasa si no puedo? Todas unas cuestiones que nos asaltan a quienes caminamos por el sendero de los 10 mandamientos. Parecería que hay una serie de “cosas” que “debemos hacer” para que el domingo sea santificado. Esto es un error muy grave para quién quiere crecer en la fe. Me explico.

 Santificar el Domingo

En esta frase se pone el acento en aquello que yo debo realizar para que el Domingo sea santificado. En otras palabras, depende de mí, de mis esfuerzos, de mis actos, de mi voluntad… solamente de lo que yo haga que el domingo sea santificado.

Detrás de esto está la gran tentación de los tiempos modernos: las cosas valen de acuerdo al esfuerzo que le hemos puesto. Lo cual es media verdad. Pues si nos quedamos en esto solamente, entonces ponemos en el centro del Domingo nuestras propias obras y acciones. Y el centro del Domingo no soy yo sino que es de Dios. No son mis acciones de alabanza, petición o acción de Gracias: es su persona la cual es glorificada.

Por eso cuando dejo de percibir que (por comodidad, ignorancia o resentimiento) no recibo “ningún beneficio” concreto en realizar algún tipo de rito dominical… entonces lo abandono. ¿Para qué ponerle esfuerzo a algo que no me reditúa ningún provecho concreto?

 Tomar gracia

Hace un tiempo escribíamos que lo primero de los mandamientos es descubrir el amor vivo de una Dios que me crea, me redime y me santifica. El Domingo es entrar en ese ámbito sagrado en el cual soy contagiado de la Gloria: soy santificado por estar no por hacer. Así nos lo enseñaba Juan Pablo II:

“Antes de imponer algo que hacer el mandamiento señala algo que recordar. Invita a recordar la obra grande y fundamental de Dios como es la creación. Es un recuerdo que debe animar toda la vida religiosa del hombre, para confluir después en el día en que el hombre es llamado a descansar. El descanso asume así un valor típicamente sagrado: el fiel es invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el Señor, refiriendo a él toda la creación, en la alabanza, en la acción de gracias, en la intimidad filial y en la amistad esponsal.” (DD 16)

La foto que ilustra el artículo es de una turista que está tocando una piedra sagrada en la Isla del Sol en el Lago Titicaca. Algo que en nuestra religiosidad popular se ve de manera frecuente en el hecho de tocar una imagen. Cuando se les pregunta que hacen, la mayoría no lo sabe verbalizar. En algunas partes te responden una frase hecha: “tomo gracia”. Es decir, me contagio de lo sagrado, me santifico por la presencia de lo divino.

Esta intuición popular desgraciadamente se ha perdido con respecto al día de los días, el Domingo. No es un tiempo de “tomar gracia” sino de “hacer cosas”. Y para hacer cosas… mucho más divertido es estar en familia, con amigos o durmiendo todo el día luego de la joda nocturna sabatina. Es que las “Misas son aburridas”.

 Santificarse en el Domingo

Siempre me ha impactado la manera como el segundo Isaías describe la acción divina:

“Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.” (Is 55, 10-11)

Dejarse fecundar por la acción secreta de la fuerza divina nos diría el profeta. “Tomar gracia”. O, como diría una amiga, “dejar que Dios sea Dios” y obre en nuestros corazones rebosándolos de sentido, felicidad y plenitud. En fin… todo un esfuerzo para poner al Señor en el centro.

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