Escuchamos muchos en estos días hablar de la Beatificación de Fray Mamerto Esquiú al que todos conocemos, pero no sé si todos sabemos que también estuvo en Paraná.
Lo hemos nombrado a lo largo de la historia de nuestra Arquidiócesis cuando recordamos a nuestro primer Obispo Mons. Gabriel Segura y Cubas. Este próximo 4 de septiembre en el atrio del Templo de San José en la localidad de Piedras Blancas y hacia el mundo podremos ser parte de este evento seguramente por las redes sociales tan de moda en este tiempo.
¿Pero quién fue este Fray que conmueve al mundo y tuvimos la gracia de que fuera el secretario de nuestro obispo durante siete meses?
Nacido en Catamarca de familia pobre
Cuenta alguna de las tantas biografías que encontramos en internet que días antes de que su madre diera a luz en la modesta vivienda de Piedra Blanca, a 15 kilómetros al norte de la capital de Catamarca, Fray Francisco Cortés, un misionero franciscano amigo de la familia, le adelantó que el bebé sería un varón y que llegaría a obispo, como San Mamerto de Vienne. Nació el 11 de mayo de 1826 a las once de la noche. Y a pesar de las predicciones venturosas del franciscano, se apuraron en bautizarlo por sus problemas de salud. Recibió el nombre de Mamerto de la Ascensión.
Su mamá, María de las Nieves Medina, nacida en Catamarca, siempre había soñado con un hijo cura. Su esposo, el catalán Santiago Esquiú también era devoto y acostumbró a sus hijos Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa a rezar desde el amanecer hasta el anochecer.
Los Esquiú eran humildes. “Recuerdo, con admiración y ternura, que alguna vez no teníamos nada para comer, y mi padre nos hacía rezar, pero no se acordaba de pedir prestado ni un medio real; enfermo por largo tiempo, nadie vino a cobrar un solo maravedí después de su muerte”, escribiría Mamerto.
Vestido de hábito por una promesa
Cuando Mamerto contaba con 5 años su mamá cumplió la promesa que había hecho, de que si se curaba de las dolencias que arrastraba desde recién nacido, lo vestiría con el hábito de San Francisco. Así vestido iba a la escuela.
A los 6 ya sabía leer o escribir y a los 9 estudió latín y lo anotaron como novicio en el colegio franciscano, el único que existía entonces en la provincia y donde además de primaria y secundaria, había estudios de filosofía y teología.
Ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño el 31 de mayo de 1836, y al cumplir 22 años se ordenó sacerdote, celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849.
Docente y predicador de la Palabra
Desde joven dictó cátedra de filosofía y teología en la escuela del convento; también se dedicó fervientemente a la educación siendo maestro de niños, a lo cual dedicó mucho entusiasmo, además de fervorosas homilías. Uno de sus sermones más famosos lo pronunció el 9 de julio de 1853 en Catamarca sobre la Constitución, en el que incitó al pueblo a acatar la Carta Magna con la que se terminarían con las luchas fraticidas en el país.
“La vida y conservación del pueblo argentino depende de que su Constitución sea fija; que no ceda al empuje de los hombres, que sea un ancla pesadísima; (…) Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución guerra y males…”.
Y brindó otro en la iglesia matriz el 28 de marzo de 1854 cuando asumieron las autoridades constitucionales. Participó de las discusiones de la constitución provincial sancionada en 1855 y a la par publicaba artículos en los principales diarios.
Su participación como diputado
Fue electo diputado de la primera legislatura de Catamarca, y se ocupó de la educación, de regular el nombramiento de jueces, de la defensa de la libertad de prensa y se ganó la antipatía de muchos cuando abogó para que el cargo de diputado fuera gratuito.
Su popularidad estalló: el gobierno dispuso la publicación de los dos sermones, ordenó publicar su biografía y hasta se le ofreció una subvención para que fuera a estudiar a París. Fue incluido en una terna de obispados vacantes.
Secretario del primer Obispo de Paraná
El 23 de mayo de 1860, llegaba a Paraná el nuevo Obispo siendo acompañado por Fray Mamerto Esquiú, los presbíteros Victoriano Tolosa y Miguel Araoz y los diputados Benedicto Buzo y Candor Lazcano.
El 21 de agosto Mons. Segura, dirigió su primera carta pastoral al clero y al pueblo de sus Diócesis, suponemos que ayudado por su secretario Fray Mamerto. Todo el documento es una invitación a la caridad y a la mutua correspondencia en el cumplimiento de los deberes entre el Obispo y los feligreses. Después de organizar los cuadros de sus colaboradores, emprendió una larga visita pastoral por su extensa diócesis.
La carta informativa de Fidel Castro
Con fecha 13 de octubre de 1862 falleció, Mons. Segura a las seis de la mañana. Ya no estaba Fray Mamerto como su secretario.
Tenemos en nuestro archivo el libro Fr. Mamerto Esquiú, Su vida privada de Fr. M. A. González; que es un diario de Recuerdos y memoria escritas por el fraile. Esta obra comienza en 1862, y encontramos la siguiente referencia a Mons. Gabriel:
“Año del Señor 1863, enero 9 viernes: de Catamarca me escribió Fidel Castro, por él se que murió mi antiguo Señor, el Obispo don Luis G. Segura; a esta noticia se acompaña la todavía más lamentable de la caída del techo de la iglesia de Nuestra Señora del Valle. Este suceso tenía lugar el día 6 de diciembre de 1862 a las siete de la mañana. El pueblo de la virgen del Valle quedaba entregado a una gran consternación”.
Fray Mamerto lo había acompañado a Paraná, siendo su secretario siete meses.
Misionero que no quería ser Obispo
En febrero de 1862 partió hacia el convento existente en Tarija, Bolivia a misionar como uno más. Cuando en 1870 falleció monseñor Escalada, arzobispo de Buenos Aires, rechazó el ofrecimiento de reemplazarlo.
Decidido a alejarse aún más, emprendió un viaje de un año y medio a Tierra Santa y en 1878 le ordenaron regresar. Antes fue recibido por el papa León XIII.
Una vez en el país por telegrama se le informó que había sido designado obispo de Córdoba. Fue un pedido del gobierno argentino al Papa. Sin embargo, se negó.
En diciembre de 1879 se lo llamó de urgencia a Buenos Aires. Debió viajar estando enfermo, con fiebre y congestionado. Allí se le dijo que el sumo pontífice había dispuesto que fuese obispo. Y no le quedó más remedio que aceptar.
El solícito Obispo de Córdoba
Fue consagrado obispo el 16 de enero de 1880. Realizó una frenética actividad, organizando parroquias, desarrollando una amplia actividad relacionada a los seminarios, a estudios teológicos, eventos culturales. Iba de un lado a otro, viajando, ocupándose de los problemas y de las cuestiones de los que menos tenían.
En cierta oportunidad un cura se quejó que no tenía tiempo: “Yo, que soy algo más que cura, tengo tiempo para todo. Si no estudio, es porque no quiero. Añade usted, pues, una hora de oración y le sobrará tiempo”, le respondió.
Siempre estaba rodeado de gente humilde, no tenía tiempo de asistir a reuniones sociales o a estar con amigos. Atendía a todos lo más rápido posible, y solo les dedicaba tiempo a los pobres. Cuando un forastero visitó Córdoba quiso saber dónde vivía el franciscano: “Recorra las calles de la ciudad. Aquella casa en que vea entrar o salir una inmensa multitud de pobres y menesterosos, esa es la casa del obispo”, le indicaron.
Después de la Navidad de 1882, hizo una gira pastoral por Catamarca y La Rioja. Rechazó un coche especial que le ofreció el ferrocarril y viajó en segunda clase. A dónde no llegaba el ferrocarril, debía trasladarse en carruaje.
Sus últimos días
El 8 de enero de 1883, después de celebrar misa, partió a La Rioja. Tomaba los remedios solo para complacer a quienes se los daba. “Yo no tengo fe sino en Dios”. Se quejaba de una continua sed y de una tos que no le daba respiro.
El miércoles 10 de enero a las 14,30 llegó a la posta del Pozo del Suncho, donde lo esperaba mucha gente. Alcanzó a bendecirla antes de descomponerse. Falleció a las tres de la tarde acompañado por su secretario el presbítero Pedro Anglada y por un par de personas más. Tenía 56 años.
A la noche lo llevaron a la estación Recreo. El 11 se decidió conducir el cuerpo a la ciudad de Córdoba; el cuerpo debió ser enterrado en la capilla de la estación Avellaneda, en el norte cordobés por su avanzado estado de descomposición. Y el 13 de enero llegó a la ciudad de Córdoba.
En el Hospital San Roque sus restos fueron examinados y se lo preparó para embalsamarlo. Se dificultó la tarea por el tiempo transcurrido de su muerte.
Un corazón errante
Su corazón fue entregado en 1883 al convento de San Francisco y en 1989 trasladado a su casa natal de Piedra Blanca. Se le hizo, entonces, un tratamiento para asegurar su conservación. Al año siguiente fue robado de la sacristía de la iglesia de San Pedro Alcántara y fue hallado, días después, por unos obreros de la construcción.
Fue declarado Siervo de Dios en 2005 y Venerable en 2006. Pero sería sustraído nuevamente en 2008 y un detenido aseguró haberlo tirado a la basura. En el convento de San Francisco se conservan una vértebra y una falange.
La Comisión Teológica de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano el 24 de abril de 2020 comprobó un milagro que lo hará beato. El hecho ocurrió en Tucumán, y fue por la inexplicable curación de una recién nacida con osteomilietis femoral grave Eso sí, la ceremonia que se había programado para marzo se pospuso debido a la pandemia que sufre el mundo.
Paraná y los santos argentinos
Fue poco su tiempo de permanencia en la nueva diócesis y casi nula la documentación que se guarda en el archivo de la curia. Quedan como testimonio un cuadro de la Colección de Mons. Bazán y Bustos y lo que la historia nos cuenta de su estadía.
No fue el único sacerdote o laico que ha pasado por aquí y estará en los altares. Recordamos a los Padres Agustinos de la parroquia San Miguel de Paraná, ya beatificados o a la Madre Catalina fundadora de las Esclavas que acompañaron a Brochero.
Sirva este homenaje a cada uno de ellos y los que puedan venir.