En la gente hay una percepción muy básica: muchos de los males son producidos por la envidia de otro. Detrás de esto hay una cuestión muy mágica y supersticiosa. Pero no deja de tener un fondo de verdad.
Lo que sigue son reflexiones que tienen como sustento el pensamiento de un medieval: el Tomás que había nacido en Aquino. El es muy realista en sus consideraciones y está lleno de ejemplos prácticos, así que nos dejaremos enseñar por él.
¿Qué es la envidia?
La envidia tiene que ver con la tristeza que produce el bien ajeno, es decir, nos amargamos cuando a otro le va bien. Se pueden dar dos tipos de situaciones. Por un lado alguien enfrentado con nosotros asume un cargo de mucha importancia, digamos, porque ganó las últimas elecciones. Entonces me voy a poner triste porque estoy seguro que esto a mi me va a traer consecuencias malas. Esto no es envidia propiamente sino más bien temor o miedo de los daños que me puede llegar a ocasionar a mí o a mis seres queridos con el poder que ha adquirido.
La envidia tiene que ver con la cuestión de que alguien cercano mío ha progresado materialmente o ha ganado algún puesto mejor en su trabajo (o dentro de la Iglesia… pongan ustedes el ejemplo que mejor les parezca). Entonces eso bueno que a él le ha ocurrido, y que no tiene necesariamente consecuencias negativas para mí, me produce tristeza. Esta tristeza es la envidia que ha hecho nido en mi corazón.
De estos dos ejemplos también podemos sacar una consecuencia: la envidia se da entre iguales. Yo no envidio al gobernador porque ganó las elecciones porque esto está muy por encima de mis aspiraciones. Yo envidio a mi amigo, a mi primo, a mi vecino (pongan ustedes nombres) porque alcanzó lo que yo todavía no puedo alcanzar. Por este motivo hay que estar muy atentos a este sentimiento en nuestro corazón: no sólo amarga la propia vida sino que nos mueve a obrar el mal entre los que nos rodean destruyendo toda relación de confianza.
A veces la envidia puede venir porque soñamos con cosas que están muchísimo más altas de nuestras propias posibilidades. Y no las podemos alcanzar porque no tenemos suficientes capacidades propias. Cuando caemos en la cuenta de que los sueños… sueños son y vemos que alguien alrededor nuestro ha hecho un pequeño progreso en algo… entonces nos entristecemos por eso a causa de nuestros complejos propios.
La envidia también se puede manifestar como alegría en el corazón. Pero esta alegría no es buena sino que la produce el mal que padece la persona a la cual envidiamos.
¿Produce algún efecto espiritual en nuestra propia alma?
La envidia es pecado mortal: mata la vida de Dios en nuestro interior. ¿Por qué? Porque es lo contrario a la caridad, el amor al otro. Este es el centro del mensaje cristiano. Así lo resume San Juan en su primera carta:
“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.”(1 Jn 3,14)
La caridad busca el bien del prójimo, trata de no ofenderlo y de que pueda crecer en el bien. La envidia, al contrario, se entristece por ese bien o se alegra cuando le va mal. Ser envidioso, por tanto, no es propio de cristianos crecidos en la fe.
¿Existe una “sana envidia”?
Uno puede tener tristeza por el bien ajeno no en cuanto esa persona lo posee sino en cuanto a nosotros nos falta. Si esto es sobre bienes honestos es muy saludable tener esta envidia en cuanto a nosotros nos mueve a crecer en el bien. Es muy bueno envidiar a los santos (la Madre Teresa, por ejemplo) en cuanto hicieron muchas obras buenas y, como fruto de esa envidia, tratar de crecer en el bien. De esto se trata, precisamente, la cuaresma. ¿O no?
Podríamos hablar sobre los “hijos de la envidia”… pero eso lo dejamos para otro artículo porque este ya se hizo largo.