El episodio evangélico de este domingo es sumamente conocido y sería necesario no-poco espacio para comentarlo y extraer conclusiones. Se trata del relato de Emaús.

Emaus-Rembrandt

Prefiero –en este momento- hacer una introducción panorámica de todo el tiempo pascual, un tiempo que en el itinerario bautismal del Ciclo A tiene definidamente carácter mistagógico.

La mistagogía del tiempo pascual (ciclo A)

Durante la Cuaresma de este año, hemos hecho parte del camino bautismal. En efecto, los textos de los dos primeros domingos (tentaciones del Señor en el desierto y la transfiguración del Señor) nos recuerdan que la Cuaresma no es una realidad en sí misma sino que se entiende como preparación a la Pascua. En los domingos siguientes, llamados de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro, Jesucristo aparece como el Agua Viva, la Luz del mundo y la Resurrección y la Vida. En efecto, las lecturas de este ciclo se inspiran en la antigua tradición romana de la preparación de los catecúmenos al Bautismo: son una gran catequesis bautismal.

Luego de esta gran preparación tenemos el Acontecimiento: la gran celebración de la Pascua. Sigue como prolongación de este gran Acontecimiento el tiempo pascual que comprende cincuenta días.

La Cuaresma nos ha preparado para esta celebración, la Noche Pascual ha “inaugurado” la Pascua, que ahora se extiende durante siete semanas de vivencia intensiva. El día de Pentecostés no será una fiesta aparte, sino que es la plenitud y cumplimiento de lo inaugurado en la Noche de Pascua: la celebración del Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos. Tampoco la Ascensión debe “dividir” esta cincuentena. El tiempo Pascual debe vivirse como una unidad hasta la tarde del día de Pentecostés.

En estos cincuenta días celebramos el paso de Cristo a su nueva vida. Es un misterio central: la obediencia al Padre con la entrega de su vida en la cruz y la acción poderosa del Padre que, por su Espíritu, lo resucita de entre los muertos. Cristo Jesús ha pasado en su misterio pascual a una nueva forma de existencia. Ha sido constituido “Señor” y primogénito de toda la creación. Ha entrado definitivamente en la esfera del Espíritu y vive para el Padre.

Y como este “paso” (Pascua) lo ha dado como Cabeza de la nueva humanidad, se ha convertido en modelo y prototipo de lo que la Iglesia entera debe ser. Los cristianos desplegamos en la historia la Pascua de Jesús. La vamos desarrollando. Se puede decir que la Pascua no está terminada: se ha cumplido en nuestra Cabeza, Cristo; pero todavía tiene que cumplirse en nosotros, es decir en su cuerpo: la Iglesia. El paso al Padre, y a la nueva existencia, continúa en nosotros.

Además, de los textos evangélicos escogidos para la cincuentena pascual, los textos la primera lectura nos colocan ante el paradigma de toda comunidad cristiana: la comunidad primitiva. Es por eso que se leen los Hechos de los Apóstoles.

Igualmente, durante estos domingos es clave la lectura continua de la primera epístola de san Pedro que contiene elementos para una catequesis bautismal; de ahí su incorporación a la Liturgia de la Palabra del tiempo pascual, muy apto para la catequesis mistagógica del pueblo de Dios.

Finalmente, la solemnidad de la Ascensión a la vez que nos vuelve a poner ante el mandato del Señor, nos impulsa con su promesa de asistencia: su estar con nosotros no depende de un cambio local (como si la realidad fuera sólo lo que vemos y tocamos) sino de un cambio de estado. Como en él es indivisible identidad y misión, así también en la Iglesia es impensable una misión separada de su identidad más profunda: Cuerpo de Cristo, su Cabeza y Esposa de su Señor.

El tiempo pascual es tiempo del Espíritu Santo. Pentecostés es el acontecimiento mismo del Señor resucitado y que participa a su Iglesia el Don de su Espíritu que es Espíritu de Vida y Resurrección, fuerza para la vida del mundo. Esta solemnidad nos deja la eficaz certeza de estar viviendo el “espacio gozoso” de la transformación de toda la realidad por el Espíritu que “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5).

Cristo es la plenitud de los tiempos y nuestra salvación, y nuestro Bautismo es el acontecimiento sacramental por el que fuimos introducidos en Él, en aquella plenitud de Vida siempre nueva.

 Los evangelios del tiempo de Pascua

El evangelio dominante durante todo este período –en realidad, ya desde la tercera semana de Cuaresma– es el de San Juan; lo cual nos sitúa en la temática de la fe y de los sacramentos de la fe.

Las perícopas evangélicas señalan las apariciones del resucitado, el buen Pastor, la comunión de vida con Jesucristo y especialmente el mandato del amor, la promesa del Espíritu, y la plegaria sacerdotal de Jesús.

Las apariciones del Resucitado no varían en el primer y el segundo domingo: especialmente se reserva –según una tradición venerable– para el segundo domingo la aparición de la tarde de Pascua y a los ocho días después, para dar pie a una acentuación del sentido del domingo cristiano.

La tercera aparición es, en el ciclo A, la de los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-25 Domingo III), de reconocida tradición litúrgica y muy afín a la teología mateana del “cumplimiento” de las Escrituras.

El domingo del Pastor (Domingo IV) tiene en el ciclo A como perícopa evangélica la primera parte del clásico discurso de Jesús (Juan 10, 1-10), que continuará leyéndose en los ciclos B y C. Quizá cabe subrayar en estos primeros versículos del capítulo 10 el aspecto eclesial de la parábola: Jesús mediador –puerta– de la vida divina para las ovejas.

La fiesta de la Ascensión está señalada por la reaparición del evangelio de Mateo; como en los otros ciclos, en este día se lee la conclusión de uno de los sinópticos, que sirve de enlace con la primera lectura, en la que Lucas nos da, todos los años, el comienzo del segundo libro de su historia.

La conclusión de Mateo es totalmente típica de su teología: Jesús es el Señor del cielo, de la tierra, de los hombres y de la historia; este señorío no es abstracto e idealista, sino concreto; por esto envía sus testigos a congregar el nuevo pueblo de Dios de entre todos los pueblos; tampoco es un señorío lejano, ya que él mismo –el Señor– está junto a sus testigos como estuvo Yahvé con los profetas antiguos en el momento de las grandes misiones.

 Las primeras lecturas

Como en todos los ciclos, los Hechos de los Apóstoles ocupan durante la cincuentena el lugar reservado al Antiguo Testamento; es una forma de subrayar el carácter de novedad cristiana propia de este tiempo.

Las perícopas elegidas para el ciclo A forman, en conjunto, una descripción fundamental de la comunidad primitiva; en cierta manera, se pueden comparar con la serie de lecturas primeras de la Cuaresma, donde aparecían también en este ciclo los momentos más clásicos de la historia de salvación.

Si se quisiera enlazar la predicación sobre los Hechos con la temática de Mateo, no falta sino desarrollar lo indicado en el evangelio de la Vigilia Pascual: la comunidad del Señor resucitado, “su” pueblo, empieza a vivir en Jerusalén, y se realiza como norma de toda comunidad cristiana a través del tiempo.

Los textos concretos presentan, en primer lugar, la vida de la comunidad según uno de los tres sumarios, radicada en sus elementos básicos y centrada en la presencia y misteriosa actividad congregadora del Señor (Hch 2, 42-47; Domingo II).

Los dos domingos siguientes están dedicados a la construcción de la comunidad; ésta se forma, en efecto, a partir de la predicación kerigmática de Pedro acerca de Jesús, cumplimiento de las Escrituras (Hch 2, 14. 22-28; Domingo III), a la cual responde la fe-conversión y el sacramento de la fe –el Bautismo– por el cual visiblemente crece la comunidad de los salvados (Hch 2, 14a. 36-41; Domingo IV).

La estructura ministerial –los apóstoles, los siete colaboradores helenistas– es el tema del domingo siguiente: en la comunidad no todos tienen la misma función, pero todo está al servicio de todos (Hch 6, 1-7; Domino V). La formación de la nueva comunidad de Samaría, completada con la comunicación del Espíritu por medio de los Apóstoles, sirve para presentar el crecimiento de las comunidades y para subrayar los agentes decisivos de este mismo crecimiento: apóstoles y Espíritu (Hch 8,5-8. 13-17; Domingo VI).

 La segunda lectura

La lectura continua de la primera carta de san Pedro (la continuidad sólo se interrumpe en el domingo IV, para relacionar el texto con el evangelio de Jesús Pastor) presenta la exhortación a la vida cristiana en un mundo adverso.

La perícopa del Domingo II (1 Ped 1, 3-9) presenta en forma de bendición clásica la condición del cristiano: una vida re-generada, que se vive en un tiempo de transición, en la fe y en la esperanza viva de la manifestación del Señor; y todo ello, como fruto del amor del Padre realizado en la Resurrección de Jesucristo.

La perícopa del Domingo III (1 Ped 1, 17-21) es casi continuación de la anterior; la atención se centra no obstante en la actitud del cristiano: el respeto amoroso y filial para con Dios, la “seriedad” que impone la redención por la sangre de Cristo...

Las dificultades que el cristiano experimenta en su vida cotidiana no son una novedad; Cristo, el Pastor, las experimentó el primero a causa de los hombres; sufrir sin culpa es una forma privilegiada de comunión con el misterio pascual de Cristo (1Ped 2, 20b-25; Domingo IV). Por otra parte, la condición del cristiano en el mundo no es vivir en solitario; la comunión con Cristo se hace en comunidad, formando todos el nuevo pueblo de Dios (1 Ped 2, 4-9; Domingo V). La comunión con Cristo es, asimismo, el fundamento de la actitud no-violenta que se propone a los cristianos; no es cobardía, sino testimonio de esperanza (1 Ped 3, 15-18; Domingo VI).

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