Sólo Dios nos dará la paz, serenará nuestras angustias, miedos y depresiones. Pero a veces la realidad nos supera y nos ponemos nerviosos. Estos nervios, frutos de la inseguridad, nos entorpecen la vida cotidiana. Por eso quiero compartirte hoy esta serie de salmos que te pueden ayudar a situarte como lo que sos: hijo/a de Dios, de un Dios que es misericordia y te lleva en sus manos.

Un Ser de Luz que aleja el temor

Somos caminantes en un mundo que no nos muestra senderos claros. Por eso tenemos miedo y angustia frente a lo desconocido, frente a los males y maldades que nos rodean. Buscamos respuestas, queremos ser libres, deseamos encontrar un gps seguro que nos lleve a la felicidad.

En esto se nos van los días… y nos damos cuenta que solos… necesitados de una compañía...

Pero desde el horizonte de la existencia nos sale al encuentro una luz que le da claridad a todos nuestros pasos. No es una ilusión o el producto de nuestras frustraciones.

Es el Ser Infinito que con su luz nos envuelve de claridad, aleja los miedos, da certezas, muestra el camino de la plenitud.

Es el Dios Vivo que se deja encontrar solamente por los que lo buscan con sincero corazón.

Jesús es el Dios que se ha hecho carne para que podamos escucharlo, verlo, tocarlo. Es el Ser de Luz que aleja todas las tinieblas, el camino seguro.

Es tiempo de dejarse encontrar por su Palabra que nos llama y conforta.

Salmo 34

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor;
que lo oigan los humildes y se alegren.
Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.

Busqué al Señor: él me respondió
y me libró de todos mis temores.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
él lo escuchó y los salvó de sus angustias.

El Angel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en él se refugian!

Teman al Señor, todos sus santos,
porque nada faltará a los que lo temen.
Los ricos se empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada.

Vengan, hijos, escuchen:
voy a enseñarles el temor del Señor.
¿Quién es el hombre que ama la vida
y desea gozar de días felices?

Guarda tu lengua del mal,
y tus labios de palabras mentirosas.
Apártate del mal y practica el bien,
busca la paz y sigue tras ella.

Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.

El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.
El cuida todos sus huesos,
no se quebrará ni uno solo.

La maldad hará morir al malvado,
y los que odian al justo serán castigados;
Pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en él no serán castigados.

El único Ser que cumple promesas

A medida que vamos sumando años a nuestra existencia… menos creemos en las promesas de los políticos. Hemos padecido tantas campañas electorales que la desilusión ronda en nuestros corazones.

Es que los humanos prometen más de lo que pueden cumplir. Y luego la realidad los tira al piso y los muestra tal cual son: seres limitados y falibles como el resto de la humanidad.

Esto nos va dejando una lección: sólo puede cumplir todas sus promesas quien tiene un poder infinito para realizarlas. Sólo va a cumplir sus promesas quien tiene un gran amor misericordioso para jugarse por la palabra empeñada.

Y esto no es posible para los simples y mortales humanos… por más poder o dinero que tengan.

Él único Ser que reúne estos requisitos es Dios.

La maravilla grande es que se abajó a nosotros. Que nos dio palabras de promesa para que alcancemos la felicidad plena… y que no se arrepiente de lo que ha prometido sino que está dispuesto a cumplirlo con cada ser humano.

El verdadero creyente siempre confía en su Palabra y la practica.

https://youtu.be/uO1IH3JudI4

Salmo 130

Desde lo más profundo te invoco, Señor,
¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.

Mi alma espera en el Señor,
y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.

Como el centinela espera la aurora,
espere Israel al Señor,
porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia:
él redimirá a Israel
de todos sus pecados.

Volver a confiar en Dios

Este salmo es una declaración de amor del Dios vivo para con su pueblo. Les dice que está dispuesto a actuar con el toque poderoso de su dedo sobre la realidad del que le implora.

Pero también es una queja divina frente a la incredulidad de los humanos. Es que nos olvidamos del rostro del Dios que nos ha revelado su palabra para irnos detrás de los falsos ídolos de este mundo.

Ídolos que ya no son de madera o yeso. Ídolos actuales que los podríamos describir con tres verbos: tener, placer, poder. Ídolos que rigen nuestra existencia y, a la corta o a la larga, se muestran ineficaces para solucionarnos la vida, para darle sentido.

Es tiempo sincera mirada interior. De abandonar los ídolos que nos dejan vacíos. De volver a confiar en Dios. De dejar que Él nos guíe.

https://youtu.be/XJYa0Yg3k5c

Salmo 81

¡Canten con júbilo a Dios, nuestra fuerza,
aclamen al Dios de Jacob!

Entonen un canto, toquen el tambor,
y la cítara armoniosa, junto con el arpa.
Toquen la trompeta al salir la luna nueva,
y el día de luna llena, el día de nuestra fiesta.

Porque esta es una ley para Israel,
un precepto del Dios de Jacob:
él se la impuso como norma a José,
cuando salió de la tierra de Egipto.

Oigo una voz desconocida que dice:
"Abre tu boca y la llenaré con mi palabra.
Yo quité el peso de tus espaldas
y tus manos quedaron libres de la carga.
Clamaste en la aflicción, y te salvé;
te respondí oculto entre los truenos,
aunque me provocaste junto a las aguas de Meribá.

Oye, pueblo mío, yo atestiguo contra ti,
¡ojalá me escucharas, Israel!
No tendrás ningún Dios extraño,
no adorarás a ningún dios extranjero:
yo, el Señor, soy tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto.

Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no me quiso obedecer;
por eso los entregué a su obstinación,
para que se dejaran llevar por sus caprichos.

¡Ojalá mi pueblo me escuchara,
e Israel siguiera mis caminos!
Yo sometería a sus adversarios en un instante,
y volvería mi mano contra sus opresores.

Los enemigos del Señor tendrían que adularlo,
y ese sería su destino para siempre;
yo alimentaría a mi pueblo con lo mejor del trigo
y lo saciaría con miel silvestre".

Me levantaste del abismo

Estos tiempos son muy propicios para que entremos a nuestro corazón. Hay tiempo para pensar, para encontrarse con la verdad de uno mismo. Si lo hacemos con mirada sincera, descubriremos dos cosas.

Primero, que no somos tan buenos como pensamos ser… o como nos ven los demás. Hay malicia y caídas en el pecado en nuestra vida. Maldades que nos alejan de Dios y nos dejan a las puertas del Abismo infinito.

Segundo, Dios en su bondad nos quiere de pie, renovados interiormente. Es el Dios que no se complace en la maldad del ser humano. Eso le enoja. Pero, también, es el Dios que se llena de ternura cuando volvemos arrepentidos y le pedimos perdón.

Es el Dios que con bondad nos levanta del abismo para darnos vida verdadera. ¿La única condición que pone? Volver a Él de corazón y arrepentido.

https://youtu.be/PMPZyvjTrDk

Salmo 30

Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Señor, Dios mío, clamé a ti y tú me sanaste.

Tú, Señor, me levantaste del Abismo
y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.

Canten al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante,
y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría.

Yo pensaba muy confiado:
"Nada me hará vacilar".

Pero eras tú, Señor, con tu gracia,
el que me afirmaba sobre fuertes montañas,
y apenas ocultaste tu rostro,
quedé conturbado.

Entonces te invoqué, Señor,
e imploré tu bondad:
"¿Qué se ganará con mi muerte
o con que yo baje al sepulcro?
¿Acaso el polvo te alabará
o proclamará tu fidelidad?
Escucha, Señor, ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor".

Tú convertiste mi lamento en júbilo,
me quitaste el luto y me vestiste de fiesta,
para que mi corazón te cante sin cesar.
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!

Un refugio seguro

Una vez tuve la experiencia de un terremoto. Estaba todo bien. Yo por servir la cena a unos amigos y… de pronto la tierra comenzó a temblar. Me dio tal pánico que salí corriendo al medio de calle. Ahí me di cuenta que estaba expuesto a los cables de la electricidad. Entonces volví corriendo a la casa. Mis amigos me agarraron del brazo y me dejaron dónde estaban ellos, debajo del marco de la puerta. Ellos tenían experiencia de terremotos y sabían qué hacer. Yo, que soy de llanura, no.

Los terremotos de la vida pueden surgir por muchas cuestiones: a veces lo provocan los demás… a veces lo provocamos nosotros con nuestras maldades.

En esos momentos se nos mueve el piso y lo que era seguro… ya no lo es tanto. Es el momento en el cual necesitamos esa mano amiga que nos muestre el camino, que nos dé fortaleza… que nos lleve al lugar seguro.

En los terremotos de la vida hay una certeza: Dios está con nosotros y nos tiende su mano para darnos seguridad… para darnos su vida. El la tiende… nosotros debemos tomarla con fe.

https://youtu.be/52P9vhawt7U

Salmo 46

Dios es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.

Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar;
aunque bramen y se agiten sus olas,
y con su ímpetu sacudan las montañas.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.

Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
Dios está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.

Tiemblan las naciones, se tambalean los reinos:
él hace oír su voz y se deshace la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.

Vengan a contemplar las obras del Señor,
él hace cosas admirables en la tierra:
elimina la guerra hasta los extremos del mundo;
rompe el arco, quiebra la lanza
y prende fuego a los escudos.

Ríndanse y reconozcan que yo soy Dios:
yo estoy por encima de las naciones,
por encima de toda la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.

El justo confía en el Poder divino

El misterio de la maldad humana se desata contra el inocente que es entregado por nuestra salvación. El salmo de hoy describe proféticamente lo que ocurre en esos momentos finales de la redención humana.

Describe también la certeza íntima del corazón de Jesús. No es la fatalidad desatada... no es el poder del mundo… no es el caos de las circunstancias… no son las simples fuerzas de la naturaleza quienes tienen el poder.

La historia le pertenece a Dios. Jesús el justo, se pone en sus manos. Sabe que es inocente, por eso se entrega como cordero sin mancha. El mundo por un instante puede gozar de la apariencia de dominio.

Pero el que mueve los hilos tiene la palabra final. Por eso el Hijo encarnado no tiene miedo frente a su destino. Sabe que en las tinieblas desatadas el Dios de la vida está triunfando.

Y vos… ¿confiás o tenés miedo?

https://youtu.be/wh14k9ZqW_g

Salmo 27

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?

Cuando se alzaron contra mí los malvados
para devorar mi carne,
fueron ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropezaron y cayeron.

Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no temerá;
aunque estalle una guerra contra mí,
no perderé la confianza.

Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor
todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y contemplar su Templo.

Sí, él me cobijará en su Tienda de campaña
en el momento del peligro;
me ocultará al amparo de su Carpa
y me afirmará sobre una roca.

Por eso tengo erguida mi cabeza
frente al enemigo que me hostiga;
ofreceré en su Carpa sacrificios jubilosos,
y cantaré himnos al Señor.

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!

Mi corazón sabe que dijiste:
"Busquen mi rostro".
Yo busco tu rostro, Señor,
no lo apartes de mí.

No alejes con ira a tu servidor,
tú, que eres mi ayuda;
no me dejes ni me abandones,
mi Dios y mi salvador.

Aunque mi padre y mi madre me abandonen,
el Señor me recibirá.

Indícame, Señor, tu camino
y guíame por un sendero llano,
No me entregues a la furia de mis adversarios,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
hombres que respiran violencia.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.

Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.

El Señor es mi pastor

La vida es complicada. Hay momentos, raros, en los cuales todo parece estar tranquilo, encaminado. Pero hay momentos en los cuales somos desbordados por los problemas.

Cuando somos despojados de nuestra cotidianeidad, de lo que hacíamos habitualmente, de lo que creíamos que era seguro y que nunca nos iba a faltar… la angustia entra a ganar la batalla en el corazón.

Es en estos momentos en los cuales debemos descubrir cuál es el verdadero piso sobre el cual estamos parados.

El creyente sabe que la vida puede ser dramática. ¡Es dramática! Pero tiene una certeza inconmovible: siempre estamos sostenidos por la mano de Dios. Él, y sólo Él, es la fortaleza de nuestro caminar. Con Él todas las batallas ya están ganadas. Las angustias y miedos pasan a segundo plano porque nos atrevemos a enfrentar la realidad con esperanza.

https://youtu.be/xjq_7oHZMI0

Salmo 23

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.

El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

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