Cuando uno, desprevenido, se acerca a los mensajes de la Virgen en Fátima puede tener la primera sensación amarga de que es un mensaje “negativo”: muerte, destrucción, impiedad… Pero, cuando lo comenzamos a leer desde la perspectiva del creyente, que es cómo debe ser leído, entonces se nos llena de dulzura el paladar.
La Virgen constantemente nos quiere llevar a Jesús. Es su palabra, siempre, la misma que pronunció en Caná (Jn 2,5) a los sirvientes: vayan dónde está Jesús, escúchenlo y dejénlo obrar en sus propias acciones hechas con fe. Y Jesús dijo que no vino a este mundo para un juicio sino para traer la salvación. Por eso, este nuestro tiempo, es ocasión propicia para que la redención sea derramada sobre toda la humanidad.
Entonces… ¿desde qué perspectiva hay que leer los mensajes de Fátima? Sobre eso hablaremos a continuación.
La parábola de la oveja perdida
Jesús enseñaba los misterios del Reino de Dios a través de parábolas. No eran lindos cuentitos, de esos que se hacen frente al fogón de un campamento como para pasar el rato. Al contrario: nos abrían, con coloridas palabras, la vida íntima de la Divinidad y de su relación con la humanidad.
El Evangelio de Lucas, en su capítulo 15, nos cuenta tres parábolas que nos describen el rostro verdadero de Dios. Nosotros lo solemos resumir con un solo término: misericordia. Recordemos, simplemente, la primera (Lc 15,4-7).
Trata de un pastor que tenía a su cuidado un cierto número de ovejas… redondeemos en cien. Su oficio era algo “aburrido”: llevaba a sus ovejas durante el día a pastar por los prados verdes y a los canales a que beban el agua cristalina que desciende de las montañas. Terminada la jornada, las conduce al corral para que hagan allí la noche. Si se había alejado mucho del terruño, entonces él hacía noche en el lugar donde estaban pastando.
Las ovejas tienen una característica: escuchan la voz del pastor y se dejan guiar por él… porque confían en su palabra y saben que están protegidas en su compañía.
Esta es la historia de una de esas ovejas. No se sabe si por distracción o por irse por sus propios caminos… pero resulta que se alejó del rebaño y se perdió en las inmensidades del mundo circundante. El pastor, que las conoce a cada una de manera personal, se da cuenta de que le está faltando… no digamos “una” sino la “Overa” (por ponerle un nombre).
Que dilema. ¿Qué hacer? ¿Conformarse con que el corral está lleno con noventa y nueve o salir a buscar a la Overa, que está perdida? Nosotros, desde el simple cálculo humano, nos hubiéramos quedado custodiando a la mayoría. Pero el pastor, que ama a sus ovejas, deja a resguardo al rebaño y se pone en marcha. Luego de una intensa búsqueda… la encuentra… la carga sobre sus hombros y la reintegra al resto de sus hermanas ovejunas.
Este relato nos habla del rostro de un Dios que se preocupa por el bien de la humanidad… de toda la humanidad. Por eso el Padre nos manda un Pastor que quiere juntar a todas las ovejas perdidas en el redil. Y ese Pastor no solamente lo hace con enseñanzas sobre las buenas actitudes cotidianas. Mucho más: como habíamos caído en los lazos del lobo hambriento, que es la maldad, nos rescata derramando su sangre por nosotros. Cuando nuestro buen pastor carga la cruz rumbo al Calvario… está cargando a todas las ovejas descarriadas… te está cargando a vos y a mí… a toda la humanidad. Todo… para que volvamos al redil, al Reino de Dios. Si podemos comprender este misterio de amor, entonces podremos comprender que significa la palabra misericordia.
Qué significa reintegrarse al rebaño
Jesús termina el relato hablando de la alegría que hay en el cielo cuando alguien es encontrado y… se deja llevar hacia la Vida Plena. Podemos quedarnos con la “linda” enseñanza que habla de la misericordia de Dios, infinita para con cada uno de nosotros. Una misericordia que nos busca y nos perdona todo lo que ocasiona nuestros caprichos y maldades. Pero… esto sólo es una parte de la verdad de la sabiduría divina.
La moraleja de Jesús introduce una palabra que nos conduce a la actitud final de la oveja esperada por el Pastor: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,77). La alegría final no viene por la búsqueda que Dios ha tenido para conmigo, sino de la actitud del hombre frente a la misericordia ofrecida: la conversión.
La conversión de la oveja se manifiesta de dos maneras. Por una parte, se deja alcanzar por el Pastor y permite que este la lleve sobre sus hombros. Así la conversión expresa un encuentro renovado con el Dios vivo. Un encuentro que está signado por la escucha de la Palabra de Dios y la puesta en práctica en lo cotidiano. Sólo así la misericordia en verdad es operante, en verdad transforma al sumergido en la maldad.
Pero, también muy importante, la conversión de la oveja pasa por dejarse conducir nuevamente al rebaño y, luego, vivir junto a sus hermanas en armonía. Que nos quede claro: la conversión no es un hecho puramente individual, no es algo que tiene que ver con mi vida solamente y mi sola relación personal con Dios. La conversión, cuando es verdadera, abre mi vida a la vivencia comunitaria. No me encapricho con el quedarme solo y aislado, despreocupado del resto. Al contrario, la conversión me introduce de lleno en el “nosotros” que es la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor 12).
La conversión siempre es descubrir que el centro de todo no soy yo (la gran tentación del pecado original). El centro de una vida plena y feliz es el Otro y los otros. La conversión consiste, siempre, en transformar la propia vida en don para los demás. O, si lo quieren en palabras del Maestro, vivir el mandamiento principal: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mt 22,37-39).
Así la oveja tiene experiencia del amor misericordioso que la encuentra y la carga sobre sus hombros. Y, desde esa misericordia experimentada, responde de la misma manera: vivir en el amor cada día. Por eso podríamos afirmar que la no-conversión es una burla a la misericordia.
Retomando el mensaje de Fátima
Cuando María, en sus mensajes, nos invita a convertirnos para así renovar este mundo, lo hace a través de ciertas imágenes apocalípticas. Podríamos pensar que es el mensaje de una justicia divina que quiere caer con el peso de su dedo sobre el pecador. Si esto es lo que imaginamos… no entendimos nada.
María nos habla de la seriedad del amor misericordioso que nos busca, que quiere cargarnos sobre sus hombros. Por eso nos invita a la conversión, a tomar en serio la Palabra de Dios y a ponerla en práctica, a vivir el mandamiento del amor. Solo así se transforma la propia vida… la Iglesia… el mundo. Maravilloso, ¿no?