Una tarea inusual

El otro día, con motivo de un encuentro próximo a realizarse, se propuso una tarea curiosa: pensar nuestras vidas en plan de los designios de Dios, es decir, ver nuestra historia personal con especial énfasis en Su Providencia.

Es claro que algo tan íntimo y profundo no va a estar en esta publicación; más quiero compartir algunas conclusiones generales a las que he podido arribar en estos días.

Nota de vital importancia: Este será un intento de que la formación psicológica que he recibido se aúne a la vida cristiana que intento llevar. Veamos que sale...

¿Cómo me miro? ¿Cómo miro al resto?

La vida misma consiste en una constante adaptación al ambiente, la humanidad ha elaborado así formas de cazar, sembrar, trabajar y - por encima todo en su naturaleza social - formas de relacionarse. La adaptación al medio social es, muy probablemente, la cuota más cara de la existencia humana. ¿Por qué? Porque implica recibir mandatos explícitos e implícitos sobre lo que es y no es aceptable. Y ojo que no me refiero a cuestiones morales de bien y mal, más bien me refiero a cuestiones de valoración de la persona misma: sos valioso por esto y menospreciado por esto.

De esta forma, con la construcción de creencias inconscientes, vamos creciendo en un entorno familiar, escolar, comunitario (aquí entrarían por ejemplo, las parroquias) donde aprendemos a vivir de acuerdo a los mandatos que allí imperan; así nos vamos moldeando.

Nos moldeamos con un costo alto, como dije antes, porque renunciamos en muchas cosas a nuestra propia persona, nuestros propios gustos, pareceres, formas de ser; porque ¿qué pasaría si no soy así como me piden? Podrían no quererme. (Situación que se vuelve catastrófica si la oferta afectiva que tenemos en nuestro medio familiar es precaria)

De este modo también aprendemos a emitir juicios. Juzgamos tanto a nosotros mismos, como a los demás, con estas varas impuestas por las creencias que nos han implantado. Nos olvidamos de que somos valiosos por el hecho de ser “la obra maestra de Dios” (Ef. 2,10).  Y acá no se salva nadie, o mejor dicho, no nos salvamos de esta forma de accionar.

La Iglesia, en cada una de sus parroquias, moldea a sus feligreses según los paradigmas con los que se rija. ¿Un ejemplo claro de esto? Bien, pensemos así como “los progres” critican a “los conserva” por su rigidez y estructuración; y estos a los primeros por su indiferencia o falta de compromiso a estos últimos. De ese modo, un fenómeno psicológico – como lo son las creencias y los procesos de valoración – suplantan a lo que algún carpintero judío dijo sobre amarnos unos a otros hace un par de milenios atrás.

Mirar para atrás, con amor

Pero, ¿qué pasa cuando esa barrera se rompe? ¿Cuándo, por ejemplo, un “conserva” le cae bien a los “progres” (o viceversa)? ¿Qué sucede cuando las creencias se rompen porque la complejidad de una persona pone en crisis todos los prejuicios establecidos por una creencia?

Lo que sucede a continuación es que la Gracia de Aquél (ese carpintero que mencioné irónicamente antes) actúa en nosotros. Nos permite abrirnos al otro. Nos permite entrar en crisis de estos paradigmas preestablecidos. Empezamos a conocer su historia, nos cae simpático, vemos que no es el “Cuco”. Y puede que su historia nos conmueva, porque entendemos que esa forma de ser tiene una historia, tiene una herida, busca una sanación. Y sí, no estamos de acuerdo como su forma de ser, de vivir la fe, de comportarse en el mundo… Pero eso pasa a ser secundario, porque donde la persona surge, las creencias y los prejuicios mueren.

Y de a poco los corazones se ablandan, se vuelven de carne y dejan de ser esa roca impenetrable. Y sin darnos cuenta empezamos a mirar nuestra propia historia con más ternura, con más compasión. Y ahí resulta que le damos lugar a Aquél carpintero resucitado, le empezamos a dar espacio para que nos ayude a ver que pese a cualquier esfuerzo nuestro, fue su mano la que nos sostuvo siempre.

Empezamos a ver que si alguna gracia actuó en nuestra vida fue por medio de Él, empezamos a notar que esa promesa de que iba a estar por siempre con nosotros no era una joda.

Una magia riesgosa

Y después de todo este proceso, nos damos cuenta que nuestra postura rígida en verdad respondía a ser valorados, a querer el aprecio del otro. Pero ¿lo hacíamos porque no confiábamos en Dios? ¿Lo hacíamos por soberbios o inseguros? Y yo creo que no; creo que lo hacíamos porque fue el modo en que nos enseñaron a vivir, con una máscara que nos merezca el cariño de los semejantes.

Y entonces, sólo entonces, cuándo Él comenzó a limpiar esos rincones recónditos de nuestro corazón, nos animamos a ser nosotros. Los que quisiéramos ser, esa mezcla de fortaleza y sufrimiento, de inseguridad y valentía, de amor y heridas.

Porque entendemos que Él nos ama igual y va a ir con nosotros, y que esa máscara nos quitaba demasiado tiempo, demasiadas energías, demasiada vida. Ahí aparece esta magia de la espontaneidad. Esta magia que nos revela a los otros sin tapujos, sin mediación de personajes, sin ritualismos ni ideologías que la medien.

Máscara

Un apartado inusual: seré autoreferencial

Este tiempo he pensado en esto. He tenido la gracia de poder desprender alguna que otra máscara, he tenido la gracia de poder aprender a confiar tanto en Dios como en los hermanos. ¿Y qué quieren que les diga? El día me rinde más, las emociones surgen su normal cause.

Pero hay un condimento esencial, y es que del otro lado hubo quienes supieron recibir, hubo quienes no quisieron demandar, más bien, querían conocer. Y ahí Él me enseñó aún más, porque me invitó a hacer lo mismo: recibir sin pedir, dar sin esperar, abrazar, aunque no sepa por qué.

¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo negarse a eso? Si uno mira para atrás, desde las últimas dos semanas a los primeros años de la vida y ve como lo han recibido, ve cuánto le han dado, nota cuánto lo han abrazado. Y sí, puede que este escrito sea la forma en que quisiera agradecer a tantísimas personas que han querido a mi persona por detrás del personaje. Porque (cómo diría Sacheri) ellas no saben que les debo e ignorarían los esfuerzos que hago para pagarles, pero es la forma que encuentro, en este curioso hábito de escribir. Curioso, cómo la tarea que se me pidió. Curioso como cuando decidí empezar a dar los primeros pasos para vivir sin una máscara.

¡Qué bueno es aprender a dar gracias!

Espacio de publicidad automática - No necesariamente estamos de acuerdo con el contenido