Un problema de abordaje
Hay momentos en los cuales las palabras parecen agua que quiere ser contenida por las manos juntas… indefectiblemente se escurren dejándonos solamente las palmas mojadas y la impotencia de querer asir lo inasible. Uno de esos momentos es cuando uno intenta explicar la experiencia de Dios.
No quisiera meterme en la polémica de si es o no posible esta experiencia. Voy a hablar de ella porque de una u otra manera la he tenido en mi vida. Tal vez no con la intensidad de Teresa de Jesús, Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona… pero la he tenido. De la misma manera, no pido que me entiendan quienes no la han tenido. Dialogaremos con aquellos que, de una u otra manera, se han encontrado con eso a lo cual le decimos “Dios”. Describir lo inefable ya es algo de por sí tortuoso. Querer defender esa experiencia frente a quién no la ha tenido o niega su posibilidad de por sí es algo en extremo mortificante… ni pienso ni quiero hacerlo en este momento. Es algo así como discutir sobre lo bello con alguien que nunca tuvo una experiencia estética. Lo que sigue tiene la sola pretensión de ser un dialogo íntimo entre amigos que comparten un mismo camino. No más.
Frente a esto, si debo reconocer que mi experiencia es muy limitada. Y mi capacidad de dar nombre a la realidad mucho más. Por eso es que quiero que esto se transforme en el escuchar atento a Rudolf Otto. Este alemán protestante vivió a comienzos del siglo 20. Tiene un libro muy interesante titulado: “Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios”. Lo que les compartiré será desde la traducción de Fernando Vela publicada en 1925 por Revista de Occidente.
Acercarnos a expresar la idea de Dios (no desde lo que es en sí sino de nuestra experiencia con El) plantea un problema de términos conceptuales ya desde su mismo punto de partida. En el lenguaje religioso lo racional aparece como lo primero y aparentemente lo superior. Pero esto no es consecuencia de lo específicamente religioso sino de lo que es específico del lenguaje. En efecto, la función del lenguaje es transmitir conceptos que logren una comunicación. En este sentido, es primordialmente racional. Ahora bien, el problema es que el concepto no agota la realidad de la divinidad: no puede abarcarla en su totalidad. Por esto siempre estará limitado en sus pequeñas posibilidades.
El segundo problema del lenguaje no es menor. Al ser racional corremos el riesgo de pensar que el contenido (divinidad) es algo que brota de nuestras ideas o pensamientos. Y esa fue la suposición de muchos que decían que Dios era un invento nuestro: destruyendo su “idea” nos liberaríamos de un pesado lastre que nos hará evolucionar, crecer hasta la estatura del superhombre.
Mucha más claro, con las mismas palabras de Rudolf:
“Son dos cosas muy distintas creer y vivir algo suprasensible. No es lo mismo tener idea de lo santo que percibirlo y aun descubrirlo como algo operante, eficiente, que se presenta actuando en fenómenos. Es convicción esencial de todas las religiones la posibilidad de esto segundo, la creencia de que no sólo la voz interior, la conciencia religiosa, el suave murmurar del espíritu en el corazón, en el sentimiento, en el presentimiento, en el anhelo, hablan y atestiguan a favor de lo suprasensible, sino que lo suprasensible puede aparecerse en ciertos acontecimientos, hechos y personas — comprobaciones efectivas de la autorrevelación — y que junto a la revelación interior nacida en el espíritu existe una revelación externa de lo divino. Estos testimonios reales, estas maneras de manifestarse y revelarse lo santo, son lo que la religión llama en su lengua signos, señales. Desde los tiempos de la religión más primitiva ha tenido valor de «signo» todo aquello que fuera capaz de estimular en el hombre el sentimiento de lo santo, de sugerirlo, promoverlo y hacerlo llegar a expresión” (181).
De la experiencia personal, no sensible o racional sino “suprasensible”, de estos signos de la divinidad es que estamos hablando. Es interesante el camino elegido por Otto para comenzar. Para que no tengamos preconceptos elige no hablar de Dios o la divinidad. Usa el término del latín “numen” y para describir la experiencia “numinoso” (algo así como que lo luminoso es una experiencia de la luz).
(Este artículo comienza la serie que continúa: 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8.)