En este contexto de pandemia donde todo el tiempo hablamos enfermos, muertos, personal de salud, personas que han perdido la vida por esta causa y los que la han dado luchando por los anteriores.
De golpe la vida nos demostró que no podemos manejar todo, que hay cosas que se nos escapan, que queremos prescindir de Dios pareciera y que recurrimos a El más que nunca pidiendo su protección.
El mundo se nos dio vuelta y pensamos que es la primera vez que una epidemia nos golpea, pero la historia nos recuerda que ha habido muchas antes e igual de catastróficas. Y en esos momentos como hoy, tenemos a nuestros héroes, los que salen a luchar contra la enfermedad, a llevar consuelo, a entregar su vida para salvar la de otros.
Hoy elegimos una vez más un sacerdote en un tiempo de peste, no era Covid, era viruela, tan grave ayer como lo es hoy el virus que nos enferma y en un lugar de nuestra Arquidiócesis, la parroquia de La Paz.
Y por eso conocemos a Juan Bautista Uriarte, español, sacerdote, víctima de su heroísmo, se lee en la urna que contiene sus restos.
Sus estudios eclesiásticos
Nació en el lugar de Victoriano, provincia de Álava, Diócesis de Vitoria, España el 13 de febrero de 1870. Hijo de Narciso Uriarte y Juliana de Clejaldes. Bautizado y confirmado en la parroquia de ese lugar, suponemos que emigro con sus padres al país tiempo después.
Curso sus estudios teológicos en el Colegio Seminario La Inmaculada de Santa Fe de 1888 a 1891. En el expediente de su ingreso al seminario es el Canónigo Echegaray quien testifica a su favor y dice que conoce a sus padres, que son españoles y vecinos.
Recibió la tonsura, cuatro órdenes menores y subdiaconado en diciembre de 1891, el diaconado el 14 de febrero de 1892. El presbiterado en el templo de Santo Tome el 26 de junio de 1892 de manos de Mons. Gelabert.
Su primer destino fue la capellanía de San Benito Abad desde agosto del 92 a agosto de 1895.
Su paso por Nogoyá
Es destinado después a Nogoyá el 5 de agosto de 1895 como Cura Vicario. El 9 de diciembre de ese año bendice la Capilla del hospital de San Blas y, de esta época, les comparto un texto que me encanto del libro de la Profesora Silvina Cepeda, Historia de Nogoyá 1883-1900.
Ella habla de la instalación de las hermanas Antonianas que se hicieron cargo del hospital de San Blas, donde se erige el oratorio que el Padre bendice. En diciembre de 1897 se constituye una comisión de padres de familia con el fin de establecer un colegio católico de niñas, acompañados siempre por el Padre Juan quien va a permanecer hasta el 3 de enero de 1899 en esa parroquia.
En este tiempo tuvo una tenaz compañera, nos dice Silvina, cuenta que su madre ya anciana, era una viejita simpática que vivía con él en la casa parroquial y que nuestro Juan era de carácter jovial, alegre, siempre amable, aunque intolerante y severo si así lo ameritaba la situación.
“Le gustaba reunirse con amigos en juegos y pasatiempos. Se dirigían a la costa del arroyo, jineteando por las calles del camino que los llevaba a la costa. Con Antonio Dure, vecino, Daniel Viscaya, sacristán y otros que reunían se juntaban a jugar a las bochas. Esto fue mal visto por algunos, que no les gustaba esta forma de ser del párroco, apareciendo en diarios locales, unas cuartetas:
Vieja: ¿Dónde vas curita, donde andáis? ¿Dónde vas con sotana no ancha?
Curita: a visitar a Vizcacha primero y a jugar un ratito en la cancha”.
Hermoso relato de esta obra sobre la Historia de Nogoyá de Silvina Cepeda, amiga a quien agradezco este aporte.
Una La Paz asolada por la Viruela Negra
Pero llega su traslado a una nueva parroquia, Nuestra Señora de la Paz que cambiaría su vida y antes de hablar de su nuevo destino es importante saber que estaba pasando en ese lugar y en otros de la provincia y el mundo.
Entre 1893 y 94 la zona de La Paz era un incipiente núcleo urbano que no contaba con agua potable, donde muchas familia de escasos recursos no tenían lo suficiente para afrontar las pestes que asolaban la zona, Fiebre Tifoidea, Viruela. También Diamante es afectada por estas enfermedades.
En 1895, encontramos cólera, en 1898 Viruela Negra. Lo que hace que el municipio tome medidas para afrontar esta crisis. Comisiones que visiten las zonas, blanqueamiento de exterior e interior de las casas, controles más estrictos, donación de catres para atención de los enfermos. En este contexto llega Juan Bautista a su nueva parroquia.
El párroco, el padre Veglia venía trabajando y ayudando también tanto en lo espiritual como ayuda material a los necesitados.
La ciudad seguía sin las medidas de salubridad mínimas, sin agua sin servicios sanitarios, construcciones modestas de casas y la iglesia frente a la plaza.
Acompañando moribundos…
El 14 de enero de 1899 llegaba a La Paz en este contexto de peste y a preparar junto al Párroco los festejos de la fiesta Patronal del 24 de enero. Contaba 29 años de edad.
No solo se aboco a la preparación de la fiesta sino que visito y acompaño a enfermos y moribundos llevando el auxilio espiritual.
Según la tradición oral, fueron múltiples las advertencias de que no se expusiera tanto y que el desoyó:
“No, es mi obligación, es mi deber, cumplir con mi apostolado y llevar el consuelo espiritual a quienes lo requieran”
Como era de esperarse, se contagió y pasada la fiesta del 24 falleció el 28 de enero de ese año.
La ciudad se congrego en su sepelio, las banderas del municipio y la Sociedad Española se izaron a media asta. Sus restos fueron depositados en el Panteón de la familia de Senobio Piedrabuena.
Cuando se cumplieron los veinte años los restos se trasladaron a una urna. A los 95 años de su muerte el Padre González Guerrico hizo los trámites para su traslado al cementerio del Seminario, su último destino.
Entre las cosas de su legajo encontré la carta de su padre, donde pedía la ayuda de la iglesia para saldar las deudas, por la apremiante situación en que habían quedado por la enfermedad y fallecimiento de su hijo que era sostén de esa familia. Catorce días bastaron para quedar en la historia, por su entrega, su compromiso, su amor al evangelio y a Cristo.
Muy interesante artículo y un conmovedor testimonio de entrega sacerdotal.