Correr… comprar… consumir… tirar… trabajar por un sueldo que llega a principio de mes… volver a comprar… no tengo tiempo… no puedo parar… si me detengo lo importante no estará al alcance de mis manos… se me escapa todo… ¡ALTO!!! “¡Peráte un cachito!” (diría un amigo, que traducido desde el argentino/entrerriano al castellano común sonaría así como “espera un momento”). Rebobinemos. ¿Cómo es eso de que si te detenés te perdés de lo importante de la vida? En algo tenés razón: si no tenés nada importante como horizonte entonces todas las pequeñas cosas de cada día se vuelven urgentes, imprescindibles, indelegables. Pero esta no es la verdad del católico. Nosotros tenemos un horizonte: nos encontramos con Cristo y eso cambió totalmente nuestra perspectiva frente a la vida. Así lo decía Benedicto XVI:

“Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (DCE, 1)

Ese horizonte es una Palabra de Promesa que ya se está cumpliendo: el Reino de Dios. Hacia él marchamos pero ya estamos en él por el bautismo. El Reino de Dios es el reinado del Señor en todos los órdenes de la existencia. Y nuestra cercanía es con él como hijos adoptivos, como aquellos que ya viven "para alabanza de la gloria de su gracia"(Ef 1,6). Si comprendemos esto, entonces tiene mucha luz este punto de la Constitución Sacrosanctum Concilium:

“En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia Celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.” (SC 8)

Referido a esta liturgia celestial el Catecismo se pregunta “¿quién celebra?” y nos responde:

"La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta.

El Apocalipsis de san Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que

"un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28).

Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi).

Y por último, revela "el río de agua de vida [...] que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).

"Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio:

las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3),

toda la creación (los cuatro Vivientes),

los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos),

el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil [cf Ap 7,1-8; 14,1]),

en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios" [Ap 6,9-11]),

y la Santísima Madre de Dios (la Mujer [cf Ap 12], la Esposa del Cordero [cf Ap 21,9]),

y finalmente una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).

En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos." (CIC 1136-1139)

Por esto la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice nos recuerda que:

"La liturgia eclesial, por lo tanto, no es sólo una imitación más o menos fiel de la liturgia celeste, ni mucho menos una celebración de forma paralela o alternativa. Más bien, significa y representa una concreta manifestación sacramental de la liturgia eterna.

Una de las imágenes bíblicas que están en la base de todo esto propone el libro del Apocalipsis, en cuyas páginas se delinea un luminoso icono de la liturgia celestial (cf. Ap 4-5; 6,9, 7,1 a 9, 12; 14.1, 21, 22.1, y también CEC, nº 1137-1138).

Es la entera creación la que eleva una alabanza incesante a Dios. Y es justamente a esta liturgia ininterrumpida de los cielos a la que la comunidad formada por el pueblo santo de Dios, reunido en fraternal regocijo en la asamblea litúrgica, místicamente se asocia en las celebraciones eclesiales. El cielo y la tierra se reúnen en una sublime communio sanctorum."

No resulta difícil, entonces, comprender la verdad de fe expuesta por el Catecismo cuando enseña que la liturgia es la acción del “Cristo total” (CEC nº 1136), que está inseparablemente unido a la Cabeza de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia en su conjunto: celeste, purgante, peregrinante.

La acción litúrgica que se lleva a cabo, además, no representa simplemente la celebración de los miembros de una comunidad eclesial particular. Es siempre toda la Iglesia, la universal, la que está realmente implicada. Más todavía, es propio en la liturgia donde la descripción escultórica de la Iglesia como “sacramento de unidad” se realiza en su máximo fulgor. En ella, de hecho, la íntima unidad que vige entre los fieles se hace expresión viva, real y concreta."

En este Contexto, Juan Pablo nos recordó las actitudes con las cuales nos tenemos que presentar a toda celebración:

 "Por eso, ahora nos dirigimos a Cristo para que, por el Espíritu Santo, nos ayude a presentarnos puros ante el Padre. Es lo que nos invita a hacer Simeón Metafraste en una oración que la liturgia de las Iglesias orientales propone a los fieles: "Tú, que, por la venida del Espíritu Santo consolador, de tus discípulos santos has hecho vasos de honor, haz de mí una morada digna de su venida. Tú, que debes venir de nuevo a juzgar al mundo entero con toda justicia, permíteme también a mí venir ante ti, mi Juez y mi Creador, con todos tus santos, para alabarte y cantarte eternamente, con tu Padre eterno y con tu santísimo, bueno y vivificante Espíritu, ahora y siempre" (Oraciones para la comunión).

Juntamente con nosotros, "la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios (...) y espera ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom 8, 19-21). El Apocalipsis nos anuncia "un cielo nuevo y una tierra nueva", porque el cielo y la tierra anteriores desaparecerán (cf. Ap 21, 1). Y san Pedro, en su segunda carta, recurre a imágenes apocalípticas tradicionales para reafirmar el mismo concepto: "Los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia" (2 P 3, 12-13).

Mientras espera la armonía y la plena alabanza, toda la creación debe entonar ya desde ahora, juntamente con el hombre, un cántico de alegría y esperanza. Hagámoslo también nosotros, con las palabras de un himno del siglo III, descubierto en Egipto: "Ni por la mañana ni por la tarde callen todas las admirables obras creadas por Dios. No callen tampoco los astros luminosos ni las altas montañas ni los abismos del mar ni los manantiales de los rápidos ríos, mientras nosotros cantamos en nuestros himnos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Todos los ángeles de los cielos respondan: Amén, Amén, Amén"."

Todo esto ocurre tanto en las Misas del papa en San Pedro como en la del los Obispos en sus Catedrales como en cualquier humilde parroquia de cualquier parte del mundo. En la Misa cielo y tierra se juntan para alabar, ya, ahora, hoy, a Dios. Como dice el final de los Prefacios en las Misas:

“Por eso, los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces, cantando humildemente tu alabanza:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”

A la alabanza estamos invitados todos los seres humanos. Así nos lo recuerda el Catecismo:

"La revelación “de lo que ha de suceder pronto” —el Apocalipsis— está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los “testigos” (mártires) (Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquel que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al “Padre de las luces de quien desciende todo don excelente” (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.

La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la “ofrenda pura” de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, “el sacrificio de alabanza”."(CIC 2642/3)

Si todo esto es así… ¿en verdad hemos elegido bien cuando corremos tanto que nos “olvidamos” de disfrutar de lo verdadero… de lo único que permanece para siempre?

Sobre todo esto hablaremos, con más detalle, hoy en nuestro programa de radio Concilium (a las 22.00 hs por FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.

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1 COMENTARIO

  1. Hay poca, formación sobre la que es la Misa,y este articulo nos ayuda a conocer lo que significa la liturgia, para poder participar lo que es la Misa.

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