El Evangelio de este domingo es parte del cap. 10 de San Juan. Habla de Jesús como puerta.
En la antífona inter-alleluiática, en cambio, aparece el versículo del cual toma nombre este domingo, es decir Jesús como buen pastor y nosotros, su pueblo, como quienes escuchamos su voz y lo reconocemos. El Salmo 22 se refiere al pastoreo de Dios en el AT, que se hizo aún más cercano y con “rostro humano” en la persona de Jesús de Nazaret.
Además, en Europa, el mes de mayo, se considera el mes de María. No por importar desde Europa esta modalidad sino por inculturación creo que en Argentina también el mes de mayo podría ser devocionalmente el mes de María. Sería un modo de ayudar a vincular más la figura de María a la Pascua de Jesús y aprovechar que durante este mes se celebran memorias, fiestas y solemnidades marianas importantes.
Dentro de pocos días, celebraremos el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima. Lo haremos con toda la Iglesia. Pero antes aún, el próximo lunes celebraremos la solemnidad de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina. Me parece que pasa un poco desapercibida su fiesta. No sucede lo mismo, por ejemplo, con Nuestra Señora de Aparecida en Brasil.
Además, en mayo es el día de la patria y María es nuestra celestial patrona.
Les propongo que recemos durante este mes la oración por la patria a Nuestro Señor y a la Virgen el rezo del Santo Rosario, pedido por ella misma en Fátima y tan aconsejado por los papas.
Es también la jornada para rezar por las vocaciones de especial consagración. No dejemos de pedir al dueño de la cosecha, que continué enviado nuevos obreros para trabajar en ella.
Una propuesta
Con ocasión de este domingo me surgen dos preguntas: ¿cómo pastorear hoy? y ¿dónde pastorear?
Propongo como respuesta al cómo y sólo como un ejemplo de pastoreo: la educación. Y, en relación al dónde, propongo tres ámbitos (no son los únicos): en la familia, en la escuela y en la parroquia.
Acerca de la educación, creo oportuno citar aquí, dos textos del Documento del Bicentenario de la Independencia (2016). Allí, los obispos afirman que “la educación es el gran desafío que todos tenemos delante como Nación”. Luego, añaden que “la crisis más grande de la educación, desde la perspectiva cristiana, es la clausura a la trascendencia” (68) y sobre la propuesta educativa cristiana dicen que “la propuesta cristiana tiene un núcleo, que (…) es una Persona: Jesucristo (76).
Esto merecería una explicitación. Me limito sólo a la recolección de algunas afirmaciones y el lector podrá continuar reflexionando…
No olvidemos que el contexto de la educación es la llamada cultura post-moderna, una de cuyas características es el individualismo. En consecuencia, basados en la enseñanza de San Juan Pablo II en su Carta Novo Millenio Ineunte (2001), es necesario recordar que “antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano” (NMI 43). Es éste un desafío para las comunidades cristianas: sea la familia, sea la escuela, sea la parroquia…
“La educación cristiana implica un maestro que «educa hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva». Jesucristo es la gran noticia, propuesta a los jóvenes, pues solo Él puede saciar el hambre de plenitud que hay en cada corazón humano. (…) La propuesta educativa cristiana, encarnada en testigos vivos, es el más genuino y precioso aporte que podemos dar para una sociedad nueva, para una patria verdaderamente libre. Pablo VI enseñaba: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...), o si escucha a los maestros es porque son testigos». Se nos ha dado como herencia la vida cristiana, que la tenemos que hacer nuestra, cada día, para poder comunicarla a las nuevas generaciones. De esta misión no nos es lícito desertar”. (Doc. del Bicentenario, 76-77).
Un ejemplo concreto de la educación en la familia
En una Catequesis, el Papa Francisco dice que en la puerta de ingreso a la reflexión sobre la familia “están escritas tres palabras… “permiso”, “gracias”, “perdón”.
En efecto, … son palabras simples, ¡pero no así simples para poner en práctica! Encierran una gran fuerza; la fuerza de custodiar la casa, también a través de miles dificultades y pruebas; en cambio, su falta, poco a poco abre grietas que pueden hacerla incluso derrumbar.
Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la “buena educación”.
Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que “la buena educación es ya media santidad”. Pero atención: en la historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que puede transformarse en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: “Detrás de tantas buenas maneras se esconden malas costumbres”. Ni siquiera la religión está protegida de este riesgo, que hace deslizar la observancia formal en la mundanidad espiritual. El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras – pero es realmente un señor, un caballero – y cita las Sagradas Escrituras…. Su estilo parece correcto, pero su intención es aquella de desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros, en cambio, entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente radicado en el amor del bien y en el respeto por el otro. La familia vive de esta fineza del quererse.
Veamos: la primera palabra es “¿permiso?” Entrar en la vida del otro, incluso cuando es parte de nuestra vida, necesita la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza, en fin, no autoriza a dar todo por cierto. Y el amor, mientras es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón. Con este propósito recordamos aquella palabra de Jesús en el libro del Apocalipsis, que hemos escuchado: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Pero ¡también el Señor pide el permiso para entrar! … Aquel lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace tanto bien a las familias.
La segunda palabra es “gracias”. Ciertas veces pensamos que estamos transformándonos en una civilización de los malos modales y de las malas palabras, como si fueran un signo de emancipación. Las escuchamos decir tantas veces también públicamente. La gentileza y la capacidad de agradecer son vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza. Esta tendencia debe ser contrastada en el seno mismo de la familia. Debemos hacernos intransigentes sobre la educación a la gratitud, al reconocimiento: la dignidad de la persona y la justicia social pasan ambas por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo perderá. La gratitud, luego, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. … Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. Recordemos la pregunta de Jesús, cuando curó a diez leprosos y sólo uno de ellos volvió a agradecer (cfr. Lc 17/18). Una vez escuché sobre una persona anciana, muy sabia, muy buena, simple, con aquella sabiduría de la piedad, de la vida…La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las almas nobles. Es la flor de un alma noble.
La tercera palabra es “perdón”. Palabra difícil, cierto, sin embargo tan necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se ensanchan – también sin quererlo – hasta transformarse en fosos profundos. No para nada en la oración enseñada por Jesús, el “Padre Nuestro”, que resume todas las preguntas esenciales para nuestra vida, encontramos esta expresión: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12).
Reconocer de haber faltado y ser deseosos de restituir lo que se ha quitado – respeto, sinceridad, amor – nos hace dignos del perdón. Y así se detiene la infección. Si no somos capaces de disculparnos, quiere decir que ni siquiera somos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón comienza a faltar el aire, las aguas se vuelven estancadas. Tantas heridas de los afectos, tantas laceraciones en las familias comienzan con la perdida de esta palabra preciosa “discúlpame”. En la vida matrimonial se pelea tantas veces…también ¡“vuelan los platos” eh! Pero les doy un consejo: nunca terminen la jornada sin hacer las paces. Escuchen bien: ¿han peleado marido y mujer? ¿Hijos con padres? ¿Han peleado fuerte? Pero no está bien. Pero no es el problema: el problema es que este sentimiento esté al día siguiente. Por esto, si han peleado, nunca terminen la jornada sin hacer las paces en familia.
Estas tres palabras-claves de la familia son palabras simples y quizás, en un primer momento, nos hacen sonreír. Nuestra educación, quizás, las descuida demasiado. El Señor nos ayude a volverlas a poner en el justo lugar, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil.