La pandemia ha desatado una crisis sanitaria en todo el mundo. Se tomaron para enfrentarlas medidas que nunca se hubieran imaginado, sin distinción del signo político del gobernante de turno de los distintos países.
Se cerraron fronteras, se clausuró la actividad comercial, deportiva, social. Un denominado “aislamiento social, preventivo y obligatorio” que cercenó la libre circulación de los ciudadanos por el territorio nacional (lo cual es entendible).
Todo esto es plausible en miras de un bien mayor: evitar que se propague un virus. Virus para el cual no había infraestructura hospitalaria suficiente. Virus para el cual, a falta de vacunas, la única prevención posible es el aislamiento de las personas en riesgo… de todas las personas.
En esto ha sido ejemplar el accionar en pos del bien común de la inmensa mayoría del pueblo argentino. Estoicamente, aún a costa de su propio bolsillo, se ha acatado una cuarentena que inició como de dos semanas y ya se ha extendido por más de dos meses.
La Iglesia Católica y la cuarentena
La Iglesia Católica acompañó este proceso de doble manera. En primer lugar, con el acatamiento de las normas emanadas del gobierno. En consecuencia se han elaborado protocolos internos para aplicar los lineamientos nacionales y provinciales. Y se aplicaron, resguardándose y resguardando a todos del contagio del Covid19.
También, dentro del marco permitido por los decretos, se continuó con la atención de los feligreses. La creatividad pastoral, guiada por el Espíritu Santo, permitió la atención personalizada de los afectados por la sed espiritual. Se multiplicaron las actividades a través de las redes sociales de una manera que, hace tres meses, era impensable. Esta cercanía permitió entrar en los hogares y compartir la fe y la vivencia evangélica.
Pero… los católicos estamos necesitados de más. Nuestra fe supone el encuentro con Dios que nos lleva al encuentro con el prójimo, a la comunión de hermanos, real y efectiva.
Por esto se espera con ansiedad la apertura de los Templos para celebrar comunitariamente la Misa, los bautismos, los matrimonios.
El pueblo católico se pregunta porque está abierto un supermercado y no un templo… porque se puede hacer cola frente a un cajero y no en la Misa para comulgar… Es una pregunta que espera una respuesta de quien se la debe dar: no sus Obispos sino sus autoridades civiles.
Con cierta esperanza se aguarda cada quincenna ya que trae aparejada la liberación de ciertas actividades. Con mucha desazón se escucha que la Misa no es actividad esencial… que el culto a Dios debe quedar restringido a los hogares… que se pueden liberar peluquerías pero no la concurrencia medida a los Templos…
Los Obispos entrerrianos piden Misa con participación de fieles
Atendiendo a esta necesidad espiritual del pueblo de Entre Ríos, nuestros Obispos hicieron llegar un pedido al Gobernador Bordet. A través de una carta que le fuera entregada hoy (fechada el 23 de mayo), a la cual tuvimos acceso. Está firmada por Juan Alberto Puiggari, Arzobispo de Paraná, Héctor Zordán, Obispo de Gualeguaychú, y Luis Collazuol, Obispo de Concordia.
Allí expresan que se dirigen al Gobernador “a fin de solicitar se apruebe la habilitación progresiva de los templos de la Iglesia Católica en el ámbito provincial para celebraciones de la Misa y otros sacramentos, conforme a un Protocolo de Actuación Sanitaria que se establezca, entendiendo que la misma debe alcanzar también a los lugares de culto de diferentes credos.”
Esto no es un capricho personal de los prelados católicos. Ellos reconocen que "recibimos constantemente muchas solicitudes de personas y comunidades pidiendo la apertura de los templos a la participación de la santa Misa y los sacramentos, alimentos insustituibles para el fiel cristiano de su vida espiritual.”
Este clamor nace de una cuestión importante y, aparentemente, olvidada por las autoridades: considerar seriamente que “los efectos de la pandemia actual tienen no sólo dimensiones sanitarias, sociales y económicas, sino también alcance religioso”.
En este contexto aclaran que “la práctica religiosa es para los creyentes de toda confesión fuente de fortaleza espiritual, tan indispensable en tiempos como el que vivimos, como también de armonía familiar y comunitaria, y de serenidad psicológica”.
En este último párrafo citado hay tres términos que debemos destacar: fortaleza, armonía y serenidad. No son palabras. Son necesidades básicas de todo ser humano frente a la pandemia. Necesidades que no se compran con dinero.
La decisión final es del Gobernador Bordet
El pedido de los Obispos entrerrianos se ubica dentro de lo que, con suma prudencia, está exigiendo el momento presente.
Le recuerdan que cómo “en el ámbito de la jurisdicción provincial de Entre Ríos durante las últimas semanas no se ha dado circulación del virus Covid-19, reportándose sólo casos aislados, entendemos que estamos en condiciones de un regreso paulatino a las actividades religiosas en los templos”.
Esta decisión la piden teniendo “presente que el Poder Ejecutivo Nacional, mediante DNU 408/20 art. 3ª otorgó la facultad a los Gobernadores de otorgar excepciones al cumplimiento del “asilamiento social, preventivo y obligatorio” en sus jurisdicciones, previa aceptación de la autoridad sanitaria local, y conforme a los requisitos establecidos”.
Le suman a lo anterior otro argumento jurídico: “la Resolución Administrativa del Poder Ejecutivo Nacional DECAD-2020-810-APN-JGM del 15.05.2020, rubricada por el Jefe de Gabinete de Ministros y el Ministro de Salud de la Nación, en cuyo art. 1º amplia el listado de actividades y servicios exceptuados en el art. 6º del Decreto 297/20 en todo el territorio nacional con excepción del AMBA, a actividades religiosas individuales en los lugares de culto de cercanía de los diversos credos.”
Esto último nos hace preguntar, a los católicos en general, ¿Por qué todavía el Gobernador Bordet no permite el culto público a Dios en su provincia? Es evidente que la circulación local del virus lo amerita y está en condiciones de hacerlo… si quiere.
Con los protocolos correspondientes
Los obispos son muy prudentes en su pedido. No es la celebración de las Misas como si no hubiera pasado nada o ya está todo solucionado. Al contrario: el riesgo de contagio está latente (como también lo está en los supermercados, colas de cajeros automáticos y peluquerías). Por eso dicen que es necesario que se realice “conforme a un Protocolo de Actuación Sanitaria que se establezca”.
Un protocolo que debe ser promulgado por la autoridad competente. Se puede tomar como ejemplo un borrador del gobierno nacional que estuvo circulando días atrás y que, algunos medios de comunicación, erróneamente adjudicaron su autoría a la Arquidiócesis de Paraná. La Iglesia está dispuesta a sumar sus peritos para la elaboración del mismo.
Los Prelados saben que un protocolo no es suficiente. Por eso “se requerirá el compromiso de que las autoridades religiosas de cada lugar de culto tomen las medidas necesarias para el cuidado sanitario de todos los que asisten a sus templos, según sean sus características, dando estricto cumplimiento al protocolo sanitario que se establezca”.
Hasta el momento la Iglesia Católica ha dado muestras de mucha prudencia y obediencia a la autoridad civil en el manejo de la pandemia. Nos hemos adecuado, resignando a cuestiones que consideramos fundamentales como el reunirnos para el culto público al Dios Vivo.
Por este motivo, para cada protocolo general emanado por la autoridad civil competente se han generado protocolos internos para la aplicación concreta de los mismos.
A la espera de una respuesta
Hoy la situación, por lo que dicen las noticias de las estadísticas de Entre Ríos, ha cambiado. Estamos en una fase distinta, más avanzada, que la de Buenos Aires. Una fase que permite la celebración de las Misas de manera pública.
Sólo falta un detalle: que la autoridad provincial local lo decrete. ¿Permitirá el Gobernador Bordet que los católicos volvamos a celebrar Misas de manera pública? Esperamos que si.