Este 14 de marzo del 2022 comenzamos festejando los doscientos años de la Capilla Norte de San Miguel.
Fue un año de conocer y revalorar este testimonio arquitectónico recientemente renovado, pero también de ahondar más en su historia.
Volver a releer y encontrar nueva documentación para develar este misterio de la advocación tan cara a la provincia, ya que llevamos su Patronazgo.
Hace tiempo empecé a investigar más sobre los jesuitas, tema que siempre me intereso, sobre su presencia en esta provincia, sobre sus estancias y vaquerías.
Para muchos desconocido y para otros lo contrario, pero estamos llegando a su fiesta este 29 de septiembre y quería concluir con el tema de la capilla, agregando información que no tenía y que gracias a nuevas publicaciones, hoy la quiero compartir.
La jesuítica Capilla Norte de San Miguel
Gracias al primer libro de Fábrica, que se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia, afirmarnos que el comienzo de la construcción fue el 24 de marzo de 1822 y no en mayo, fecha que daban los escritores por un error de transcripción.
La Capilla nació por iniciativa del Padre Antolín Gil Obligado, párroco de Nuestra Señora del Rosario, pero la historia de la zona comienza mucho antes y el amor al Santo Patrono, también.
Fue en 1605 cuando, procedente del Perú, llegó al Paraguay el Padre Diego Torres, acompañado por numerosos misioneros, quedando constituida dos años más tarde la Provincia Jesuítica del Paraguay. Las misiones se iniciaron con indios Guaycurúes al Noroeste de Asunción, con Guaraníes al Sur y con Tapes al Nordeste, en la zona del Guayrá.
A partir de 1607 fue establecida la Provincia del Paraguay y de allí se extiende su influencia a Entre Ríos desde dos corrientes distintas. Una del norte, de las misiones jesuíticas que fundó establecimientos ganaderos al N.E. entrerriano costas del Yerúa al sur y puntas del Gualeguay al oeste.
La otra, proveniente del colegio que tenían en Santa Fe que fundó estancias sobre el Paraná, desde Diamante hasta el Guayquiraró.
En 1659 Cristóbal de Garay les vendió y donó diez leguas desde el Arroyo de las Conchas hasta la Punta Gorda. Luego se agregaron dos leguas compradas a Miguel Martínez de la Rosa.
El padre Furlong ubica estas doce leguas de frente al Paraná entre el lugar llamado de la Cruz hoy Villa Urquiza y la actual ciudad de Diamante. En ellas se estableció una estancia con el nombre de San Miguel, anterior a su homónima del Carcarañá, donde se construyó una capilla y oratorio.
De ahí se supone nace la advocación a San Miguel. Esta estancia funcionó en la zona durante solo diecinueve años, desde 1660 a 1679.
Litigios y pleitos producidos con otros Garay y herederos de Hernandarias terminaron en 1679 con un convenio de trueque de tierras. Por ese convenio, a cambio de esa estancias la compañía recibió veinte leguas de frente al rio Paraná, con fondo al Uruguay, entre Feliciano y Guayquiraró.
Van a pasar otros casi cien años en que la villa sigue creciendo, se ha dado ya la expulsión de los jesuitas en 1768 y sucede la donación de las tierras de Larramendi en 1778 a la Parroquia del Rosario, donde queda incluida esta zona conocida como el campo de San Miguel.
La acción constructora del Padre Antolín Gil Obligado
El padre Antolín pide ayuda para comenzar la construcción de la nueva capilla y allí van a colaborar con el aporte económico solicitado en la puerta de la iglesia y a los vecinos pudientes. Designadas las comisiones vecinales, también colaboran los Alcaldes de barrio que inician una suscripción. El gobierno adjudicó el producto de los impuestos aduaneros de la Aduana local, por concepto de la exportación de cueros, también para este fin.
A pesar de la situación calamitosa, dice el doctor Pérez Colman en su obra de la Historia de Entre Ríos 1810 - 1860, pág. 314, la ayuda del vecindario se hizo sentir.
Van a colaborar sobre todo las familias de artesanos que vivían en esa zona, las mujeres y los niños ayudaban en el acarreo.
Del edificio, ya conocido sabemos que es un cubo de 7 m de lado coronado por una cúpula hemisférica terminada en una linterna. A los costados presenta dos habitaciones simétricas, destinadas a sacristía y alojamiento del cura. Se ingresaba por un largo corredor y había en el interior un altar con dos gradas.
La imagen de San Miguel ocupaba el centro y a sus costados se hallaban las de San Rafael y San Gabriel, todo ello completado por un coro de madera y un armonio.
La primitiva imagen jesuítica de San Miguel
De esta imagen donada por el Gobernador Echague, cuenta un artículo de la Prof. Norma Fernández Dux del diario de Paraná, "Una capilla para Miguel, el príncipe de los arcángeles", el texto que transcribo
“según versión heredada de antiguos entrerrianos, la imagen de San Miguel Arcángel que se ha ubicado en la Capilla Norte, llegó a Paraná a solicitud del Presbítero Antolín a un compañero de estudios sacerdotales en Córdoba, que se desempeñaba en el Arzobispado de Lima (Perú), por aquél entonces. Es una talla policroma realizada en madera y metal, atribuida a la cultura colonial alto peruana del siglo XVIII”.
Las dos campanas estaban ubicadas fuera del edificio en el lado Este.
La pila bautismal de Santa Ana
Para completar este artículo, nos referimos a la famosa pila bautismal jesuita. Esta obra proveniente de la misión de Santa Ana en Misiones, fue construida alrededor de 1700, hecha de una sola piedra y vidriada, según el inventario de esa iglesia, hecha por las temporalidades después de la expulsión.
Que se puede aportar de esta misión… Que en 1627 el P. Roque González se aventuró en la zona del Tapé, que es una región en el actual Brasil al oriente del río Uruguay donde la orden religiosa moderna de los Jesuitas fundaron importantes reducciones entre la población originaria en la primera mitad del siglo XVII (1600-1650).
Santa Ana fue una de ellas, la primera más allá del río Igay (hoy río Jacuí) en camino al anhelo español y proyecto jesuita de llegar al océano atlántico en su ocupación del territorio.
Es así que Santa Ana constituyó en este momento un puesto de avanzada de realización exclusiva de los religiosos jesuitas que por medios pacíficos y sin portar ningún tipo de armas fundan en el área de la Sierra del Tape, más precisamente en la llanura adyacente al Igay con una población inicial de unas 1300 familias (entre ellos unos 1000 eran cristianos bautizados) la reducción de Santa Ana. Entre 1650 y 1660, por el ataque constante de los bandeirantes, deben trasladarse al lugar actual de la Misión, hoy Patrimonio de la Humanidad.
Y llega a Paraná
Y de este pueblo según el Jesuita Guillermo Furlong provienen algunos de los objetos litúrgicos que llegaron a Paraná, cuando se reparten los bienes de las misiones entre las iglesias de Santa Fe, Paraná, Coronda y Rosario.
Existe un testimonio que nos llega del inventario de 1768 en el que describe la Iglesia como
"de tres naves, media naranja [techo en forma de media esfera, estaba sobre el altar principal] y perfectamente acabado". Contaba con un "púlpito dorado y cuatro confesionarios de talla, dorados y pintados, un órgano grande y siete escaños de asiento para el cabildo. Cinco altares con sus buenos y dorados retablos; el altar mayor, con cuatro estatuas grandes, cuatro pequeñas alrededor del sagrario" […] "Un baptisterio todo pintado, con su retablo dorado y su pila bautismal de lindo vidriado. Una torre de madera con dos campanas grandes, dos medianas y dos chicas. Una sacristía hermosa, perfectamente acabada y dorada, con sus dos cajoneras, su contra sacristía con su retablo pequeño dorado".
La expulsión se concretó el 18 de agosto de 1768, la llevó a cabo el capitán Francisco Pérez de Saravia por orden en particular de Don Francisco Bucarelli y Ursúa en cumplimiento de la cédula real de Carlos III, por entonces rey de España
Los religiosos que se encontraban a cargo en Santa Ana eran el P. Francisco Echagüe y el P. Pedro Rojas quienes fueron enviados con escolta de cuatro soldados al pueblo de Itapúa (actual Encarnación) donde se estaba reuniendo a todos los religiosos de la Orden para ser embarcados de allí a Buenos Aires y luego a Roma, para nunca más volver.
Al momento inmediato posterior a la expulsión se lo conoce como “Temporalización”, “Secularización” y también con el término “extrañamiento” de los Jesuitas, ya que lo Guaraníes sintieron el deterioro de sus condiciones de vida y lamentaron la ausencia de sus antiguos tutores. Esa expulsión provocó no solo un cambio gubernamental, del poder religioso al poder civil, sino sobre todo una brusca quiebra de la estructura socio-económica existente, que hizo caer a las misiones en una brusca decadencia.
Según cita el arquitecto Marcelo Olmos en su reciente obra publicada, Arte y sociedad, 1730- 1860, citando la obra del Padre Furlong, infiere que algunos objetos litúrgicos que se hallan en la curia Paranaense provienen de esta misión, no solo la pila jesuítica.
Me fue difícil encontrar este dato del lugar y fecha de la famosa Pila jesuítica, que me pareció bueno que sea más conocido el dato.
En la obra del Padre Furlong, El trasplante cultural, consta un dibujo de esta pila bautismal que se las voy a compartir.
Se acerca nuevamente la fiesta litúrgica de esta importante parroquia y del Patrono de la Provincia, que mejor homenaje que seguir conociendo más de su historia.