Luego de hablar sobre el misterio de la Iglesia, (iluminándolo con los conceptos de cuerpo de Cristo, sacramento y esposa y poniéndola en la perspectiva del Reino de Dios) la Constitución Dogmática Lumen Gentium la presenta como Pueblo de Dios. Este fue un concepto que tuvo mucho "furor" en la recepción del Concilio. Ratzinger nos dice:

En una primera fase de la acogida del Concilio, junto con el tema de la colegialidad, domina el concepto de pueblo de Dios, que, entendido muy pronto totalmente a partir del uso lingüístico político general de la palabra pueblo, en el ámbito de la teología de la liberación, se comprendió, con el uso de la palabra marxista de pueblo, como contraposición a las clases dominantes y, en general, aún más ampliamente, en el sentido de la soberanía del pueblo, que ahora, por fin, se debería aplicar también a la Iglesia.

Eso, a su vez, suscitó amplios debates sobre las estructuras, en los cuales se interpretó, según las diversas situaciones, al estilo occidental, como "democratización", o en el sentido de las "democracias populares" orientales.

Poco a poco estos "fuegos artificiales de palabras" en torno al concepto de pueblo de Dios se han ido apagando, por una parte, y principalmente, porque estos juegos de poder se han vaciado de sí mismos y debían ceder el lugar al trabajo ordinario en los consejos parroquiales; pero, por otra, también porque un sólido trabajo teológico ha mostrado de modo incontrovertible que eran insostenibles esas politizaciones de un concepto procedente de un ámbito totalmente diverso.

Comprender al Pueblo de Dios desde la cultura

Dentro de la Teología Argentina, especialmente por parte de Lucio Gera, en el marco de las distintas Teologías de la Liberación, se reflexionó mucho sobre el concepto de pueblo. Sobre todo se parte de la experiencia política nacional. Ya subimos un artículo sobre esto. Me permito copiar la definición que allí se hace sobre este tema:

“Pueblo-nación es una comunidad de hombres reunidos en base a la participación de una misma cultura y que, históricamente, concretan su cultura en una determinada voluntad o decisión política. A la cultura, tal como la entendemos aquí, es inherente un momento político. Pueblo-nación es, a nuestro parecer, un concepto substancialmente cultural-político. (...)

La visión del pueblo desde la cultura no quiere decir que se valora a una sociedad por sus expresiones artísticas. La cultura es todo lo que el hombre hace. El pueblo es un grupo humano que, desde su historia, tiene una misma cultura como herencia y camina hacia un mismo porvenir histórico como destino.

Esta perspectiva luego se hace "oficial" en la reflexión de los obispos Latinoamericanos que conocemos como Documento de Puebla (1979). Les comparto este trozo. Está ubicado dentro de la reflexión que los Obispos hacen de la verdad sobre la Iglesia. Este es el segundo punto de ese capítulo. Tiene cinco items (en negrillas) de los cuales les cito ahora solamente dos (por la extensión).

La Iglesia de América Latina se encuentra en Puebla en mejores condiciones aun para reafirmar gozosa su realidad de Pueblo de Dios. Después de Medellín nuestros pueblos viven momentos importantes de encuentro consigo mismos, redescubriendo el valor de su historia, de las culturas indígenas y de la religiosidad popular. En medio de ese proceso se descubre la presencia de este otro pueblo que acompaña en su historia a nuestros pueblos naturales. Y se comienza a apreciar su aporte como factor unificador de nuestra cultura, a la que tan ricamente ha fecundado con savia evangélica. La fecundación fue recíproca, logrando la Iglesia encarnarse en nuestros valores originales y desarrollar así nuevas expresiones de la riqueza del Espíritu.

La visión de la Iglesia como Pueblo de Dios aparece, además, necesaria para completar el proceso de tránsito acentuado en Medellín, de un estilo individualista de vivir la fe a la gran conciencia comunitaria a que nos abrió el Concilio.

El Pueblo de Dios es un Pueblo universal. Familia de Dios en la tierra; Pueblo santo; Pueblo que peregrina en la historia; Pueblo enviado.

La Iglesia es un Pueblo universal, destinado a ser «luz de las naciones» (Is 49, 6; Lc 2, 32). No se constituye por raza, ni por idioma, ni por particularidad humana alguna. Nace de Dios por la fe en Jesucristo. Por eso no entra en pugna con ningún otro pueblo y puede encarnarse en todos, para introducir en sus historias el Reino de Dios. Así «fomenta y asume, y al asumir, purifica, fortalece y eleva todas las capacidades, riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno» (LG 13b).

Al concebirse a sí misma como Pueblo, la Iglesia se define como una realidad en medio de la historia que camina hacia una meta aún no alcanzada.

Por ser un Pueblo histórico, la naturaleza de la Iglesia exige visibilidad a nivel de estructuración social. El Pueblo de Dios considerado como «Familia» connotaba ya una realidad visible, pero en un plano eminentemente vital. La acentuación del rasgo histórico destaca la necesidad de expresar dicha realidad como institución.

Tal carácter social-institucional se manifiesta en la Iglesia a través de una estructura visible y clara, que ordena la vida de sus miembros, precisa sus funciones y relaciones, sus derechos y deberes.

La Iglesia, como Pueblo de Dios, reconoce una sola autoridad: Cristo. él es el único Pastor que la guía. Sin embargo, los lazos que a él la atan son mucho más profundos que los de la simple labor de conducción. Cristo es autoridad de la Iglesia en el sentido más profundo de la palabra: porque es su autor. Porque es la fuente de su vida y unidad, su Cabeza. Esta capitalidad es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros. Por eso, la participación de su autoridad a los pastores, a lo largo de la historia, arranca de esta misma realidad. Es mucho más que una simple potestad jurídica. Es participación en el misterio de su capitalidad. Y, por lo mismo, una realidad de orden sacramental.

El problema de la «Iglesia popular», que nace del Pueblo, presenta diversos aspectos. Si se entiende como una Iglesia que busca encarnarse en los medios populares del continente y que, por lo mismo surge de la respuesta de fe que esos grupos den al Señor, se evita el primer obstáculo: la aparente negación de la verdad fundamental que enseña que la Iglesia nace siempre de una primera iniciativa «desde arriba»; del Espíritu que la suscita y del Señor que la convoca. Pero el nombre parece poco afortunado. Sin embargo, la «Iglesia popular» aparece como distinta de «otra», identificada con la Iglesia «oficial» o «institucional», a la que se acusa de «alienante». Esto implicaría una división en el seno de la Iglesia y una inaceptable negación de la función de la jerarquía. Dichas posiciones, según Juan Pablo II, podrían estar inspiradas por conocidos condicionamientos ideológicos.

Comunión en vez de Pueblo de Dios

Por todos estos problemas, más de algunos teólogos que de la Iglesia como tal, se fue dejando de usar el término "Pueblo de Dios". En su lugar se lo reemplazó por el término "Comunión". Lo cual a nivel teológico necesitaba también ser pensado adecuadamente, como lo refleja esta carta vaticana:

El concepto de comunión (koinonía), ya puesto de relieve en los textos del Concilio Vaticano II, es muy adecuado para expresar el núcleo profundo del Misterio de la Iglesia y, ciertamente, puede ser una clave de lectura para una renovada eclesiología católica. La profundización en la realidad de la Iglesia como Comunión es, en efecto, una tarea particularmente importante, que ofrece amplio espacio a la reflexión teológica sobre el misterio de la Iglesia, "cuya naturaleza es tal que admite siempre nuevas y más profundas investigaciones".

Sin embargo, algunas visiones eclesiológicas manifiestan una insuficiente comprensión de la Iglesia en cuanto misterio de comunión, especialmente por la falta de una adecuada integración del concepto de comunión con los de Pueblo de Dios y de Cuerpo de Cristo, y también por un insuficiente relieve atribuido a la relación entre la Iglesia como comunión y la Iglesia como sacramento.

Volviendo a las fuentes del Pueblo de Dios

Ya los "aires liberadores populares" se han disipado. Por esto es muy bueno que el magisterio del Papa Francisco haya rescatado la expresión y la haya incorporado de manera natural a su lenguaje pastoral.

Entre nosotros, los del llano de la vida católica, la expresión Pueblo de Dios tuvo mucho éxito en las canciones que todavía cantamos y que fueron escritas en los años '70 y '80 (seguro que te viene a la cabeza más de una). Ahora bien, lo mejor es preguntarnos que quiso decir exactamente el Concilio cuando habló sobre este tema. Para eso debemos comenzar por leer el texto del mismo Concilio (en este link lo vas a encontrar).

Es bueno reencontrarnos con la Lumen Gentium para saborear la calidad teológica de esta expresión. Es lo que te propongo hacer en el siguiente video.

El Pueblo de Dios como comunidad inclusiva: libertad, amor y plenitud

Este video habla sobre la elección de Dios de un pueblo y su plan para santificar y salvar a la humanidad a través de la alianza en Cristo. Descubrí cómo podemos encontrar nuestra libertad y nuestro destino eterno a través del amor, la esperanza y la fe en el peregrinar por la historia.

Índice del video

Podés mirar cada parte del video que te interese simplemente haciendo click en cada uno de los subtítulos que te dejo a continuación:

Llamados a ser pueblo

El Pueblo de la Antigua y la Nueva Alianza

Un pueblo Bautismal

Condición, ley y finalidad del Pueblo de Dios

La Misión del Pueblo de Dios

Cómo camina la historia el Pueblo de Dios

Cuáles son las debilidades y fortalezas del Pueblo de Dios

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