Estos tiempos que estamos viviendo me hacen recordar una práctica del pueblo de Israel. Estoy hablando de hace dos mil quinientos años atrás, cuando todavía la mayoría de la gente vivía en pequeñas aldeas o eran tribus que se movían al paso de la búsqueda de pasto o agua para sus ovejas.

La antigua práctica levítica

En ese tiempo había una costumbre que originada en la época del paso de la esclavitud de Egipto hacia la Tierra Prometida. Esa la tradición se daba en el marco del gran Día de Expiación. En ese contexto, el Sumo Sacerdote sacrificaba primero un novillo por sus propios pecados.

Luego se presentaban dos chivos. Tiradas las suertes, el primero era sacrificado por el pecado del pueblo. El segundo era mantenido vivo hasta que le llegara el momento. Luego el Sumo Sacerdote, con la sangre del novillo y del chivo sacrificados hacía el rito de expiación sobre el Santuario.

Terminada esta acción, se le traía el chivo que todavía estaba vivo. Entonces el Sumo Sacerdote impone sus dos manos sobre la cabeza del animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones del pueblo, cualesquiera sean los pecados que se hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo. Entonces manda el macho cabrío al desierto por medio de un hombre designado para ello. El chivo llevaba sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido. El animal es soltado en el desierto y el hombre no podrá reingresar a su comunidad sin antes purificarse, él y sus ropas, con un baño sagrado. (Cfr. Lv 16)

Los nuevos "chivos expiatorios"

Esta costumbre dio origen a una costumbre que nosotros designamos como el chivo expiatorio. Nuestra costumbre, lejos de toda vinculación con una purificación que provenga de Dios, es dentro de un horizonte meramente humano.

Los judíos no deseaban liberarse de la responsabilidad de sus actos. Por el contrario, ellos sabían muy bien de su culpa y, de manera simbólica, la depositaban en el macho cabrío para así obtener perdón de Dios por sus maldades, personales y sociales.

Nosotros concebimos la práctica del chivo expiatorio de otra manera. Elegimos a una persona o a un sector de la humanidad y sobre ella tiramos toda la maldad que existe en la sociedad. Y esa descarga se produce porque imprimimos en ellos toda la culpa de todo el resto.

culpable de todo

La solución es sencilla y altamente eficaz: esa persona, o ese sector de la humanidad, tienen cierta culpa por sus actos. Pero cuando los transformamos en chivos expiatorios, el o ellos asumen toda la culpa por todo lo horrendo que ha pasado. Una manera sencilla y segura de aliviar nuestra conciencia.

Para decirlo con otras palabras, recordamos las palabras de Caifás en el juicio contra Jesús: “es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.

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