El 20 de junio es el día de la bandera, porque se recuerda la muerte de su creador: Manuel Belgrano. Hagamos juntos un poco de memoria.
Corrían los días en el histórico año 1812. Manuel Belgrano se encuentra en Rosario. Le pide al Triunvirato porteño la elaboración de una escarapela que distinga a los ejércitos patrios, que hasta ese momento usaban distintos colores. El 18 de febrero el Triunvirato porteño decreta la creación de la escarapela, la cual será de color blanco y azul celeste.
Entusiasmado por esta respuesta, Belgrano da un paso más: hace una bandera con esos colores y la hace jurar a su ejército el 27 de Febrero. Desde Buenos Aires le piden que no use esa bandera sino la que se usaba hasta el momento en la ciudad porteña. Belgrano ya había partido hacia Jujuy a hacerse cargo del Ejercito del Norte, por lo cual no se enteró de esa orden.
Llegado a esta ciudad, enarboló la bandera y el 25 de mayo fue bendecida por primera vez. Luego le llega una orden del triunvirato de que la guarde y Belgrano obedece. Pero la historia le da la razón el 20 de julio de 1816 cuando el Congreso de Tucumán, luego de declarar la independencia, la pone como signo de la nación que nace.
¿Qué es una bandera?
Si vamos al diccionario, allí encontraremos que es una tela de forma comúnmente rectangular, que se asegura por uno de sus lados a un asta y se emplea como enseña o señal de una nación. Pero la bandera es mucho más que una tela coloreada. También Belgrano, en aquel lejano 25 de mayo de 1812, al proponerla para la jura a los ejércitos patrios, pensaba que era mucho más que eso.
Recordemos las palabras que dijo en ese momento, luego de recordar la gesta de 1810:
“(A) esta gloria debemos sostenerla de un modo digno, con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos, hacia nosotros mismo; a fin de que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos y en el lleno de su felicidad. Mi corazón rebosa de alegría al observar en vuestros semblantes que estáis adornados de tan generosos y nobles sentimientos, y que yo no soy más que un jefe a quien vosotros impulsáis con vuestros hechos, con vuestro ardor, con vuestro patriotismo. Sí; os seguiré imitando vuestras acciones y todo el entusiasmo de que sólo son capaces los hombres libres para sacar a sus hermanos de la opresión.
Ea, pues, soldados de la patria: no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios; que El nos ha concedido esta Bandera, que nos manda la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, y nuestros conciudadanos, todos, todos, fijan en vosotros la vista y deciden que a vosotros es a quienes corresponderá todo su reconocimiento si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto.”
Entonces la bandera es algo más que una tela coloreada. Representa a una nación, es decir, a un conjunto de varones y mujeres que comparten un mismo suelo y quieren construir un destino común de justicia y libertad. Así los colores de nuestra bandera deben evocar a un destino de grandeza erigida desde la búsqueda constante de el bien común y la justicia social.
La grandeza del Celeste y Blanco
Podemos decir que estamos en un mes celeste y blanco. Dios quiera que nos quede también el corazón celeste y blanco. Porque es el color de una nación que se ha descubierto con un destino de grandeza. Y el destino de grandeza no es el ser la capital imperial del mundo o la Argentina potencia.
Ojalá que este sea un mes de celeste y blanco porque se ha vencido la pobreza, aniquilado la desocupación, eliminado la mortandad infantil, incluido a todos los excluidos de la vida social… Dios quiera que, bajo los colores celestes y blancos, se nos ilumine el camino del gran trabajo en equipo que nos debemos los argentinos para con nuestra patria.
Si así no fuera... ¡que Dios y la patria nos lo demanden! Y que Belgrano nos tire de las patas mientras dormimos.