A media tarde del domingo 27 regresó a la Casa del Padre, Mons. Mario Luis Bautista Maulión. Como otros, en esta época de pandemia con la consecuente cuarentena, se ha ido en silencio y su partida ha paso casi desapercibida. Un funeral con algunos sacerdotes, sin la participación del Pueblo de Dios a quien sirvió…
Tal vez el hecho –que no escapa a la Providencia divina- ha sido acorde con su personalidad. Lo mismo sucedió –por ejemplo- con el P. Riedel, fallecido el 18 de mayo pasado. Ambos caracterizados por una fisonomía espiritual profundamente sacerdotal aunque de bajo perfil.
Por varios años, he sido un colaborador cercano del recientemente fallecido arzobispo emérito. Por eso, quiero exponer brevemente una semblanza de su personalidad. No es una biografía: son apreciaciones a modo de testimonio, como parte de una memoria agradecida hacia Dios y hacia él. Es en cierto modo, una continuidad de las Semblanzas presentadas el año pasado por la Junta de estudios históricos de la Iglesia en Entre Ríos.
Durante sus funerales, se ha hablado de él como un hombre bueno (en el sentido más hondo de esta palabra). No obstante, quisiera añadir algunas consideraciones que brotan espontáneamente de mi corazón ante la Pascua de este sucesor de los apóstoles. Lo expreso con tres afirmaciones: caballero humilde, padre cercano y buen pastor.
Caballero humilde
Creo que es una palabra que ayuda a aproximarnos a su bonhomía, palabra poco usada para indicar que era antes que nada un buen hombre o un hombre bueno.
He admirado su rectitud de intención y de obra: un hombre recto, buscador de la verdad y respetuoso de las personas, amante de la justicia y solícito en el discernimiento de las situaciones sin atropello pero tampoco sin pusilanimidad ni inoperancia.
Un hombre que buscaba la lucidez en el discernimiento, la firmeza en la decisión y el compromiso en la acción.
Pero todo traducido en palabra o silencio según las circunstancias lo indicaran o mejor según se lo indicara Dios a quien escuchaba en la oración, con un “oído atento” a su Palabra que era la luz en su camino.
Le cupo continuar la tarea de un prestigioso obispo, elevado al cardenalato durante su servicio pastoral. Pidió humildemente la ayuda de un obispo auxiliar porque era consciente de sus propias limitaciones. Compartió con ambos, ocupando el sitio que le correspondía pero con un gran aprecio del servicio episcopal tanto de su predecesor como de su auxiliar.
Padre cercano
Un padre que escuchaba, orientaba, alentaba… Un padre que también corregía en ese diálogo “mano mano”, “fraterno”, no condicionado por apriorismos ni voces susurradas al oído previamente (cf. EG 31). Diálogo, capaz de ayudar a rectificar o enriquecer miradas, no a dañar o herir al otro.
Paternidad que provoca madurez; no paternalismo que favorece dependencia. Paternidad con todos, aunque marcada por su “perfil bajo”.
Alguno puede decir –probablemente por desconocimiento- que pasó entre nosotros “sin pena y sin gloria”. Creo que tuvo lo primero y deja un testimonio de un servicio evangélico hecho de silencios respetuosos y palabras valientes.
Buen Pastor
Hombre bueno –caballero-, padre cercano y, finalmente, buen pastor.
Es la “gloria” de un obispo y es paradojalmente su cruz. Como decía el hiponense: “con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”. Así procuró vivir su episcopado Mons. Maulión.
Como buen pastor era, ante todo, un hombre orante y su gran libro de oración era la Palabra de Dios.
Con su rebaño: cristiano; para el rebaño, pastor. Gloria y cruz conjugadas. No era un hábil político (aunque cualidades no le faltaban), era un buen pastor preocupado de la evangelización y de la santificación de su rebaño y –dentro de sus posibilidades- del acompañamiento de las comunidades.
Ésa era su prioridad principal. Muy bien lo expresaba su lema episcopal: “Me envió a evangelizar”. De hecho, tras la aceptación de su renuncia, presentada según la normativa canónica, se sentía un poco “desorientado”: no por apego sino porque se le había quitado “una misión específica”. No obstante, siempre permaneció disponible para el ejercicio del ministerio episcopal.
Como pastor, procuró una respetuosa actitud sinodal en los ámbitos de discernimiento. Es cierto que todavía no se usaba este término tan promovido por el actual pontífice pero sí se aplicaba como actitud eclesial. De hecho –como se dijo en la Relación final del Sínodo arquidiocesano:
“Convocar un sínodo era ya un sueño del hoy Card. Karlic, entonces arzobispo de Paraná, sueño interrumpido por la realización en Paraná del COMLA VI-CAM I. Su sucesor, Mons. Maulión soñó con un Consejo Pastoral Arquidiocesano y para ello se hizo durante su episcopado un intenso trabajo que, aunque no maduró en el propósito inicial, dejó como fruto tres acentos pastorales: Familia, Parroquia y Formación. Providencialmente, el segundo de estos acentos se convirtió en el tema del III Sínodo convocado por Mons. Juan Alberto Puiggari y los otros dos acentos han sido dos cuestiones tratadas en dos sesiones sinodales…”.
Otro ejemplo de su modo de proceder “sinodal” ha sido la continuidad en la praxis del re-ordenamiento sacramental implementado por Mons. E. Karlic a partir de 1997 (Decreto 94/97). Mons. Maulión, luego de una evaluación general de la catequesis y del proceso del re-ordenamiento, promulga mediante decreto la continuidad del mismo en la arquidiócesis de Paraná (Decreto 22/05).
Finalmente, quiero destacar dos hechos más: uno en relación a nuestra comunidad parroquial (Nuestra Señora de la Piedad, Paraná) y otro a la iglesia diocesana, pastoreada por él entre 2003 y 2011.
El 16 de agosto de 2008 dedicó la iglesia Nuestra Señora de Lourdes, perteneciente a nuestra comunidad parroquial en el contexto del año jubilar paulino y diocesano y al cumplirse 150 años de las apariciones de la Virgen de Lourdes.
En relación a la Iglesia local, en 2009, le cupo al arzobispo fallecido, celebrar los 150 años de la creación de la diócesis en 1859.
Devoto de María, hoy, descansa en el altar de la Inmaculada y de San José. Descansa en la Iglesia catedral dedicada a Nuestra Señora del Rosario que acompañó toda su vida y su ministerio.