Una introducción tediosa

Hace un par de días la empresa Amazon acercó al público las primeras imágenes de la nueva serie de El Señor de los Anillos. Previamente, habían publicado una serie de 20 posters para anunciarla. Hasta ahí, como cualquier megaproducción haría.

Lo curioso de todo esto fue la repercusión que tuvo en el seno de los fans de Tolkien. Y digo más, en el centro de los devotos católicos fanes de la Tierra Media.

Los mismos, insatisfechos por la propuesta que se les había acercado empezaron a despotricar contra la misma. Muchos de sus argumentos eran totalmente lógicos, en defensa de la mayor esencia tolkineana, en contra de un consumismo barato o una ideología impuesta y plasmada en modificaciones contra la obra del autor inglés.

No puedo discutir sus razones, más me animo a alzar la voz como hermano en fraternidad de decir: no seguimos a un dios que busca tener razón, intentamos seguir al Dios que es Amor.

De ahí se deriva este pensamiento, este escrito. ¿Escrito desde la decepción de ver masificado este tipo de pensamientos entre los cristianos? Puede ser. ¿Soy ajeno a él? Para nada, al igual que el resto de los cristianos, no estoy en condiciones de arrojar la primera piedra; por eso no pretendo acusar sino más bien que lo pensemos, recemos y estemos atentos todos juntos.

¿Hemos perdido la esperanza?

Uno de los argumentos más frecuentes es (palabras más, palabras menos) “corrompieron a Tolkien”. La ideología imperante a impuesto su subjetividad en la producción cinematográfica, televisa y audiovisual; eso no es una novedad. Pero ¿por qué nos afecta tanto?

Siendo partícipe de un grupo que le gusta tener en cuenta a Tolkien en sus pensamientos puedo decir sin escrúpulos que en su obra nuestra fe encuentra cierta “comodidad”. En sus mitos, que por definición son aplicables a múltiples realidad, cualquier cristiano podría identificar su peregrinar en esta tierra con la aventura de los hobbits Bilbo o Frodo. Pero he aquí el punto: somos hobbits. Salimos a la aventura, la anhelamos, no queremos estar encerrados entre los nuestros como quizás si aspiran los elfos.

Decir que algo que me desagrada es pecaminoso me parece un poco más arriesgado. Decir que es pecaminoso porque corrompe algo que en su naturaleza era distinto me parece aún más fariseico. ¿Por qué estamos todo el tiempo buscando juzgar aquello que es diferente a nosotros o a nuestra ideas? Como cristianos ¿no nos siguen pasando factura por inquisiciones de hace siglos atrás? ¿Por qué, entonces, seguimos encendiendo hogueras?

Las respuestas de este tipo son frecuentes en quienes se sienten acorralados, en quienes no ven escapatoria. Por eso vuelvo al primer punto: si estamos afuera, en el mundo real, nadie nos puede acorralar. Nadie podría venir con sus ideas extravagantes, pecaminosas incluso, y hacernos entrar en una crisis donde la respuesta tenga que ser una agresión radical y masiva. Porque sólo quienes están muy seguros de su camino responden con temple y, más aún, quienes están seguros pueden prescindir del habal de una masa que piense igual que ellos.

Por eso creo que muchas veces hemos perdido la esperanza, porque nos hemos encerrado en la sacristía como diría el Papa Francisco. Porque no nos hemos animado a estar en el mundo sin ser parte de él, más bien, creamos nuestro propio submundo.

Y sí, es verdad que esta ideología es masificante, y me animaría a decir que en muchos casos es patologizante. Es verdad que sus bases atacan, en la gran mayoría de casos, a la dignidad primera de la persona. No me animaría a discutir esos puntos. Pero tampoco saltaría con los tapones de punta, porque el mal es pasajero, Cristo ya venció. ¿Lo hemos olvidado? ¿No será que no terminamos de abandonarnos a él? ¿No será que no le hemos dado el control de las cosas y preferimos nuestros esquemas rígidos para satisfacer nuestros más profundos miedos?

Desde los ojos de la Resurrección, por favor

Muchos pensarán que al momento de estrenarse la trilogía de El Señor de los Anillos en el cine, allá por el año 2000, más de un auténtico tolkineano se habrá rasgado las vestiduras por omisiones, deformaciones o modificaciones de la obra literaria. Pero no nos olvidemos que muchos de nosotros conocimos este mundo fantástico gracias a las producciones de Peter Jackson.

No sabemos qué deparará el futuro, no sabemos como el Señor sacará provecho de esto. Y no hablo solo del estreno de una nueva serie, hablo en general, de los eventos cotidianos de nuestra vida. ¿Y si en vez de despotricar contra un mundo supuestamente en decadencia no tratamos de ver con esperanza los signos de los tiempos? ¿Y si en vez de ser denunciantes de un eterno viernes santo nos ponemos más bien a anunciar el domingo que no terminará?

Y tal como dijo el cardenal Ratzinger (parafraseando a Dostoievski) allá por el año 2002, no debemos olvidar que la belleza salvará al mundo. Dejemos que nos cautive, o en el peor de los casos, no impidamos que lo bello para otros inunde su corazón aunque no estemos de acuerdo.

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