“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”
Recuerdo mis primeros años en la facultad, asombrándome de la perfección del diseño de la persona humana. Perfección que se traducía en un diseño capaz de adaptarse a las diferentes situaciones y así poder continuar viviendo a pesar de las enfermedades, de las contrariedades.
Recuerdo que por aquellos días surgió en mi una afirmación que se tradujo en risas de mi compañero de banco: “¡Como van a decir que esto es fruto de una evolución al azar!”. Con esto no quería negar el proceso evolutivo, pero si el fundamento que muchos le habían atribuido, el del caos y del azar.
Este fundamento despoja a la creación del mensaje de amor bajo el cual fue realizada. Este despojo es una forma extrema de pensar a toda la naturaleza a través del menosprecio de su esencia (y en efecto, de nosotros mismos). El otro extremo está en adorarla al punto de la divinización, tal vez como en tiempos antiguos, donde los astros representaban a las deidades de las culturas.
“Hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”
Todo cambia cuando nuestra valoración del don divino de la creación encuentra un punto medio entre las posiciones que vimos antes. Cuando la naturaleza nos da testimonio de la existencia de este Dios que es amor. No es un sentimentalismo barato, para nada. Se trata de encontrar ese mensaje que Él nos ha dejado en el área de nuestra vida que nos haya tocado.
Estudiantes de medicina y ciencias afines podrán verlo en la anatomía, en la complejidad, biólogos lo podrán ver en la diversidad; humanistas podrán verlo en la complementariedad del género humano. Los signos de amor están, sólo hay que darles cabida en nuestras vidas.
Los pasajes que preceden a estas líneas, claro está, no son azarosos. Porque en estas figuras tan enigmáticas de los “Magos de Oriente” o nuestros “Reyes Magos” tenemos el mayor testimonio de que Dios se revela a quién lo busca en la verdad.
“Al ver a la estrella se llenaron de la alegría”
Cuando hablamos de los Reyes Magos los asociamos directamente a la creencia cristiana, pero la cuestión es que los tipos no eran siquiera judíos. En realidad, no sabemos mucho de ellos, pero la tradición junto con los estudios bíblicos, nos revelan a personas paganas.
¿Y por qué emprendieron tanto viaje por algo en lo que no creían? Esta pregunta nos lleva al núcleo de todo lo que venimos hablando. La búsqueda auténtica y sincera de la verdad.
Que los Magos hayan dicho que seguían una estrella nos habla de astrólogos, estudiosos de los cielos que detectaron en la naturaleza algo inusual. No era la estrella divinizada que podría haberse entendido como una deidad; tampoco lo redujeron a un mero acontecimiento cíclico carente de toda importancia por fuera de lo material. Era un mensaje, que ellos se atrevieron a decodificar y al cual respondieron de forma digna.
Y el Niño de Belén, el Hijo de Dios, ese al cual la naturaleza misma le rinde homenaje permitiéndole manifestarse a toda la humanidad no se deja ganar nunca en generosidad. Los Magos emprendieron un camino seguramente arduo, sacrificado y bastante imprudente; pero confiados en que aquello que la ciencia misma le había revelado. Sabían que detrás de sus estudios había algo mucho más grande y el Niño los reconforta por esta gran empresa.
“Y volvieron por otro camino”
El encuentro con Cristo no deja lugar en nuestras vidas para las “medias tintas”. Encontrarlo cara a cara, permitirle que se manifieste en nuestras vidas implica un cambio rotundo en todo lo que vemos y vivimos desde ese momento.
Los Magos, que anteriormente habían acudido en búsqueda del rey de los judíos en el palacio de Herodes ya no van por esa senda en su regreso. Saben que es una amenaza para el niño mismo que se presenten allí y cuenten sobre lo que habían visto. Pero también saben que el Rey más grande, ese que hizo hablar a la naturaleza misma, no está donde siempre pensaron que lo encontrarían.
Los tres reyes magos, según la antigua tradición, representan a toda la humanidad. Representan a Jesús recién nacido que no se reserva para una elite religiosa, sino que se da a conocer a todos los pueblos. Pero, por encima de todo, nos interpelan a nosotros que hemos tenido el don de la fe y que estamos inmersos en distintos campos de estudios. ¿Seguimos en búsqueda del Señor? ¿Creemos poder encontrarlo en los acontecimientos de nuestra vida? ¿Confiamos en la alegría que el puede traer a nuestras vidas?
Y si en algún momento de nuestras vidas lo hemos encontrado sólo queda preguntar: ¿Cuál es ese nuevo camino que hemos emprendido?