Elegí esta frase de apertura porque no estoy seguro de por qué el tema me llamó la atención. Era algo que latía fuerte, como que todo era parte de una misma melodía que me pedía ser oída. La verdad es que no sé cuál es el motivo pero de un tiempo para acá todo me hablaba de lo mismo: de las miradas.

El que tenga oídos, que oiga (Mt 13, 9).

¿Será por las cuestiones laborales donde tantas veces uno se encuentra con el dolor de las personas que se sienten invisibles ante los ojos de los demás?

Mirada 1

Entonces pienso en los padres que traen a consulta a sus hijos, por problemas en el jardín o en la escuela, porque no hacen caso o “están más rebeldes”: la prescripción de una simple tarea suele cambiarlo todo: “jueguen con él/ella”. O en otras palabras, ¡mírelo! Mírelo mientras es feliz en su mundo, mírelo mientras crea, mírelo mientras se frustra. En tanto no lo mire, buscará ser mirado al costo que crea oportuno.

Luego de pensar en ello, vi que el tema continuaba pinchando ¿será quizás por las ausencias que se empiezan a sentir y que, al no ver más esos ojos que fueron la ventana de sus almas, uno comienza a asimilar que realmente ya no están?

 ¡Cuánto se siente la falta de los ojos que nos supieron mirar! Que importante era ese silencioso y constante acto en la vida de uno, porque le transmitía esa seguridad implícita. ¿Nos solucionaba la vida? No. ¿Hacía el cambio? Y, un poco sí, porque aunque las cosas no fuesen perfectas uno iba por ahí con la certeza de que no estaba solo.

“No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18).

También (para no caer en un nostálgico pesimismo)  se me vino a la mente ese brote de esperanza que surge espontáneamente, cuando ves el brillo en los ojos de alguien al verte. Como si fuese un recordatorio de que tu paso por esta tierra es capaz de iluminar a otros.

Mirada 3

Esa dulzura que solo las más loables de las palabras pueden transmitir y que como nos cuesta encontrarlas, solo los gestos pueden expresarlas. Esa ternura de quien une su alma con la tuya por una breve fracción de segundos y recuerda que la dicha de estar vivos está en estos instantes de eternidad.

Por otro lado, todo esto de las miradas puede ser una cuestión evolutiva, porque en nuestros archivos olvidados de la memoria quedó almacenado aquel recuerdo, de cuando éramos tan frágiles que dependíamos de otros. Esos momentos en que, estando en brazos, nos daban de comer. ¿Qué es lo único que teníamos al alcance? Los ojos de quién nos alimentaba. Comer, mientras nos sostienen (y nos miman) quedó asociado al ser mirados. ¡Cómo no va a ser esto importante!

"Ningún algoritmo podrá jamás sustituir un abrazo, una mirada, un encuentro verdadero" (Papa León 14)

En medio de todo este desorden de pensamientos, me acordé de Diógenes de Sinope, el filósofo perro, que paseaba por las calles de la ciudad a plena luz del día con una lámpara encendida al grito de: “busco un hombre de verdad”. Casi 2500 años después, su grito tiene aún vigor.

¿No nos ha pasado algo así a nosotros también? ¿No será que entre tanta mostrarnos hemos olvidado de vernos?

Mirada 4

¿Pero cuántas veces hemos olvidado a la persona que está sentada frente nuestro por estar mirando lo que hacen personas en EEUU, España o China?

Quizás, todo el fenómeno digital fue un intento de reparar este mundo tan distanciado y unir vidas por todo el orbe.

En un paralelismo extraño, no podía evitar pensar en San Juan de la Cruz, quien en su Cántico Espiritual, tiene una protagonista que habla con la Creación pidiéndole que le diga dónde está Su Amado (Dios). Toda la naturaleza le dice que Dios pasó por ellos pero no está ahí, y por tanto, no se lo pueden dar.

Algo así (salvando los abismos de la comparación) siento que nos pasó con toda la cuestión virtual: hemos creado esto para que nos puedan traer cerca lo lejano. Hemos querido volver a hacer pequeño el mundo, como cuando nos mirábamos a la cara en pequeñas comunidades en que todos nos conocíamos con todos.

Mirada 5

Con el correr del tiempo nos iremos dando cuenta que esto ayudará (como la creación para contarnos que Dios pasó por ahí) pero tendremos que aprender que eso no nos podrá dar lo que solo una dulce y tierna mirada de un ser amado nos puede traer.

¿Habrá algo que delate la conexión más profunda e íntima de una amistad que aquellos que se entienden con tan solo revolear los ojos? ¿Habrá algo más tierno de ver qué a dos enamorados conectar sus ojos al reencontrarse y entender que la distancia por fin se terminó? O mejor aún ¿Qué resolución de cámara y calidad de pantalla se necesitan para poder transmitir todo esto a través de dos dispositivos?

Él lo miró con amor (Mc 10,21)

Y cuando la mirada de quien amamos ya no esté, porque la distancia lo impide, porque el vínculo se ha roto, porque su paso por esta vida ha culminado; aún nos queda una certeza: El nos mira. Porque la mirada de quienes amamos tiene un valor inconmensurable, es plenamente verdad. Pero aún más lo es la mirada de Dios.

Mirada 2

 Volvamos al Cántico de San Juan de la Cruz, si recordamos que todas esas miradas que amamos solo nos hablan de cómo Dios nos mira (más no son del todo sus ojos), imaginemos cuán hermoso será verlo cara a cara a Él! Señor, haz que nunca dejemos de mirarnos. Haz que nunca dejemos de sentirnos mirados por Ti a través de los demás.

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