Nuestra realidad latinoamericana con respecto a la planificación pastoral es sencilla: la ignoramos en la práctica. Nuestro lema podría ser (al decir de un sacerdote amigo) algo así como: “con improvisación y la Virgen, al cielo”. Él lo decía en broma… pero expresa nuestro espanto cultural a pensar la pastoral, a planificarla poniendo metas y evaluando los resultados.
La Iglesia Católica de Norteamérica, en cambio, es muy ducha en estas lides de la planificación. Tal vez porque está en sus “genes culturales” anglosajones actuar desde la organización. Por eso debemos aprender de ellos: de sus aciertos y… ¡de sus errores!
Marcel LeJeune tiene una interesante página web en la cual analiza estos temas y propone soluciones prácticas para la evangelización desde la perspectiva de los discípulos misioneros. Uno de sus escritos plantea un tema interesante: “Por qué la planificación estratégica católica a menudo no logra mover la aguja”.
Describe los problemas y propone tres explicaciones que nos ayudan a entender. Creo que es interesante leerlo, porque nos pone delante de problemas que los latinoamericanos también tenemos en nuestra práctica evangelizadora. Veamos cuales son las tres causas del fracaso de la planificación pastoral católica.
1.- La cultura se come a la estrategia en el almuerzo
Utiliza una expresión del gurú de la gestión Peter Drucker que vendría a significar algo así como que “la cultura parroquial es más poderosa que cualquier plan”. ¿De qué se trata esta cultura?
La define con dos frases que nos pueden sonar muy conocidas. “Así es como hacemos las cosas en este lugar y tiempo” y “así es como esperamos que se hagan las cosas”.
La cultura “se encuentra en los hábitos de las personas del grupo, el lenguaje, las cosas de las que no se habla (tanto como de las que SÍ se habla), las expectativas, los valores, las reglas, las actitudes y más. Así, la cultura define la forma no escrita en que se comporta un grupo de personas. No sirve simplemente como la corriente subterránea, sino como la fuerza prevaleciente (para bien o para mal o para ambos) que el grupo vive y espera.”
La cultura es esa manera de ser comunidad que está presente en todo lo que se encara. “Cada parroquia tiene una cultura única y nunca es como cualquier otra parroquia, aunque puedan compartir algunos de los rasgos más amplios de la cultura católica más amplia.”
Pero esta cultura no es estática. Es dinámica y se desarrolla en el tiempo y con los tiempos de evangelización. “Las parroquias comienzan a formar su cultura desde el momento en que se forman, pero cambiará a lo largo de los años y nunca permanecerá completamente igual a través del tiempo.” En el transcurrir del tiempo se desata este dilema: o “una parroquia continuará formando una cultura siguiendo las reglas que la definen” por tradición e inercia o, es el ideal, son los fieles quienes la transforman porque “tienen la intención de darle forma ellos mismos”.
Desde aquí viene la primera luz para comprender porque fracasa la programación pastoral:
“Si simplemente se establece un plan pensando que un plan es suficiente para cambiar la cultura, su plan simplemente será absorbido por su cultura, para bien o para mal”.
2.- El cambio cultural es un trabajo duro y lento
Nuestra realidad es la del desgranamiento de nuestras comunidades por la pérdida de fieles. Somos comunidades cada vez más reducidas en número y en potencia evangelizadora. Una mediocridad, definida como pastoral de conservación, nos va ganando. Y esto atenta contra el cambio cultural que permita renovarse para vivir el evangelio en plenitud y hacer más discípulos de Jesús con fe viva y operante.
En este contexto Marcel afirma que “el cambio de cultura es muy difícil. Se necesita un buen liderazgo que sea intencional, estratégico, a largo plazo y sostenido para revitalizar nuestras parroquias. Pero incluso un buen liderazgo no es suficiente por sí solo.”
No es suficiente que haya un líder “iluminado”. Se necesita una comunidad despierta y que apueste a revivir carismas y ponerlos al servicio. Una comunidad que quiera cambiar positivamente la cultura de su parroquia y piense en el futuro lejano más que las acciones de corto plazo.
Entonces, en forma de pregunta, viene la segunda luz para este tema:
¿ayudamos en el proceso de renovación o somos un agente para mantener la mediocridad y/o gestionar el declive?
3.- Confundimos metas/planes con estrategia
La estrategia es una mirada general a todo el proceso y lo que deseamos alcanzar con nuestras actividades particulares. LeJeune lo explica de manera muy gráfica con ejemplos sencillos.
“Ponerse la meta de aumentar la asistencia a misa no es una estrategia. Los números, las métricas objetivas, son los resultados de la estrategia, no la estrategia en sí. En el deporte es fácil entender para qué sirve una estrategia, que es ganarle al otro equipo. En los negocios, el objetivo es ganar más dinero que tus competidores.
En el ministerio, tenemos que masajear un poco la definición. En primer lugar, ganar es aún vencer al enemigo (Satanás y sus secuaces) y al hacerlo ganamos almas para Dios. En otras palabras, nuestro objetivo es llevar a la gente al cielo. Así es como “ganamos” en el ministerio católico. Sin embargo, la estrategia va más allá de esto. Diseña un plan sobre CÓMO ganamos.
Una parroquia que quiere llegar a los que no asisten a la iglesia y que nunca vienen a la parroquia, no puede simplemente ejecutar más programas en la parroquia y esperar que la gente se presente. Por lo tanto, tendrán que dejar de hacer algunas cosas para reasignar su tiempo, dinero y personas a otras cosas. La estrategia se encuentra teniendo una visión que cumpla con tu misión. La estrategia se logra mediante la planificación.”
Es la pastoral de eventos a la que estamos acostumbrados: una serie de actividades inconexas que nos dejan la sensación de fracaso cuando no vemos los resultados esperados. Frente a esto, la tercera luz se podría formular así:
“La estrategia se enfoca en el resultado que deseas y por qué lo deseas.”
Entonces… no es excusa para no planificar
Esta conclusión es importante. El problema no es la planificación sino la manera en que la ejecutamos. La evangelización siempre supone un cambio cultural que tenga como única medida el mensaje completo de Jesús. O, de otra manera, la conversión de las personas y de la pastoral.
Nuestro pecado latinoamericano es el de seguir con la inercia del “siempre se hizo así” que nos lleva a la decadencia como comunidad de fe.
Nuestro desafío es pensar la pastoral: planificar la evangelización para que seamos más dóciles a la acción del Espíritu Santo. ¿Cómo hacerlo? Esta es una pregunta de evangelizadores valientes, cómo los de la primera comunidad católica de los Hechos de los Apóstoles.
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