Escrito por el seminarista Emanuel del Castillo.
50 años formando el corazón de los pastores
Como Iglesia que peregrina en Paraná hemos estado celebrando el tercer Sínodo Arquidiocesano cuyo lema ha sido: “memoria, presencia y profecía”. Este acontecimiento de gracia, convocado por Monseñor Juan Alberto Puiggari, nos invita a recordar el camino recorrido para comprender nuestro presente y proyectar nuestro futuro como Iglesia particular, como parroquia o comunidad. El Seminario, corazón de la diócesis, este año esta celebrando los cincuenta años de la dedicación del templo a “Nuestra Señora del Cenáculo” y queremos hacer memoria de ello.
Origen del título mariano
Es interesante, ante todo, conocer el origen de este título mariano, tanto en el ámbito de la Tradición eclesial como en el del Magisterio, ya que se trata de una expresión de la rápida acogida del Concilio Vaticano II en nuestra Iglesia paranaense. Antes del siglo XVIII no hay constancia de que el Magisterio pontificio presentara a María bajo el título “Madre de la Iglesia”. La primera vez que se encuentra es en la Bula Gloriosae Dominae de Benedicto XIV, de 1748. Diversos papas lo fueron usando, poniendo de relieve el aspecto familiar, más aun maternal que debe realizar la Iglesia. Juan XXIII fue quien lo uso con mayor frecuencia y Pablo VI la proclamó como “Madre de la Iglesia”.
El título de María “Madre de la Iglesia” encontró entre los Padres del Concilio no pequeña resistencia en un grupo minoritario. Para algunos llamarla con este título equivalía a colocar a María por encima de la Iglesia, en lugar de considerarla dentro de la Iglesia como miembro de la misma. El Vaticano II evitó dar a María este título y por este motivo no se incluyó en la Constitución dogmática Lumen Gentium.
Pablo VI, sin embargo, que veía inútilmente hacerlo aceptar por los Padres conciliares y ejerciendo el Primado de Pedro, lo empleó de forma consciente y solemne en el discurso con que clausuró la tercera sesión conciliar (21 de noviembre de 1964), lo usó en la homilía que pronunció en la Basílica de Santa María la Mayor (1965), y pocos días antes de la conclusión del Concilio Vaticano II (8 de diciembre de 1965).
Las palabras con las que Pablo VI hizo pública la proclamación de este título mariano, fueron las siguientes:
“Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa; y queremos que de ahora en adelante, sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”
El evangelio ofrece algunos datos que constituyen un buen fundamento a esta afirmación:
- El consentimiento dado en Nazaret, comporta, al menos de forma implícita, la aceptación del reino mesiánico de Jesús y, por tanto, la formación de la Iglesia, que es, al mismo tiempo, microrrealización, fermento e instrumento de la construcción de ese Reino. (Cf Lc 2,30-35)
- Las palabras dirigidas por Jesús a María estando en la Cruz, la consagran como verdadera Madre de los discípulos, que constituyen el germen del nuevo pueblo mesiánico (Cf Jn 19, 25-27)
- El Espíritu Santo, con quién colaboró María en la formación de la humanidad de Cristo, actuó igualmente con Ella en los momentos de la formación de la comunidad eclesial. Ésta es la razón fundamental que nos permite llamar a María “Madre de la Iglesia” porque unida al Espíritu Santo, ha ejercido un verdadero influjo en su misma formación. “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch. 1,14).
La consagración del templo del Seminario
Monseñor Adolfo Tortolo, Arzobispo de Paraná, fue uno de los Padres del Concilio Vaticano II (además de ser padre sinodal de los cuatro primeros sínodos convocado por el Papa Pablo VI) Posiblemente éste ha sido el gran influjo para dedicar el Seminario bajo esta nueva advocación, llevando así la reforma litúrgica propuesta por la Sacrosanctum Concilium.
Con motivo de cumplirse los 50 años de la aparición de Fátima el 13 de mayo de 1967 Monseñor Tortolo consagró el templo a “Nuestra Señora del Cenáculo”.
A continuación el acta:
“hemos dispuesto consagrar esta tarde con el favor de Dios la Iglesia del Seminario Metropolitano; y en uso de Nuestras Facultades dedicarla perpetuamente a Nuestra Señora del Cenáculo.
Queremos poner la formación espiritual de los Alumnos del seminario, bajo la egida maternal de María Santísima, -quien- presente en el Cenáculo a título único el día de Pentecostés, quedó constituida desde ese instante –por divina ordenación- Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles.
A Ella confiamos la viva comunión sobrenatural de quienes integren nuestro seminario, a fin de que unánimes en la caridad y en la oración, bajo la acción multiforme del Espíritu Santo, se nutran permanentemente del Señor en el Misterio de su Cena Pascual con el ardor y el fuego renovante de Pentecostés.
Desde hoy, en la expresión del mosaico central, presidirá María Santísima todas las acciones litúrgicas y alentará sosteniendo la piedad personal de Superiores y Alumnos.
Gracias sean dadas a Dios, a Cristo Jesús y a su divina Madre”
Desde entonces se pasó a llamar oficialmente “Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo”. En el mismo, el artista Guillermo Buitrago expresa precisamente a María y los apóstoles en el momento de recibir el Espíritu Santo.
Contemplar el mosaico no es quedarse mirando una escena que representa algo que sucedió hace más de dos mil años. Contemplar a María y los apóstoles en el Cenáculo es ver una realidad permanente que sucede en la Iglesia. Es por esto que podemos afirmar que vivir en el Seminario es vivir en el Cenáculo, con María y los apóstoles en espera del Espíritu Santo que se nos derramará nuevamente el día de nuestra Ordenación, por la imposición de manos y oración consagratoria del Obispo y nos enviará a llevar la Buena Noticia.
Monseñor Juan Alberto Puiggari en la fiesta patronal del Seminario en Pentecostés del 2013, nos decía en su homilía:
“…nuestro seminario esta puesto bajo la advocación de Nuestra Señora del Cenáculo. Ella, que acompañó a los apóstoles en espera del Espíritu Santo prometido por su Hijo, se convirtió ahí en Madre de la Iglesia, especialmente en Madre de los sacerdotes. Ella, que precedió con su ejemplo e intercesión a los mensajeros del evangelio, estimula con su amor y le pedimos que los sostenga con su intercesión, los proteja en su camino al sacerdocio y los haga ardientes evangelizadores que anuncien a Cristo salvador a todo el mundo. Por eso una vez más pedimos ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven por medio de María!”
Para concluir, queremos invitar al lector a ser parte de esta historia: cultivando, promoviendo y respondiendo a la vocación que el Señor nos quiere regalar y clamando, en oración, a una sola voz: ¡Ven Espíritu Santo para que vivamos en este Cenáculo un nuevo Pentecostés!