“Lo sé. Ha sido un error. No deberíamos ni haber llegado hasta aquí…
Pero henos aquí, igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y de constantes peligros”.
(El señor de los Anillos: las dos torres. Película)
¿Qué se encuentra en crisis?
En este tiempo es imposible no hablar del coronavirus, pero quisiera proponer otra visión del asunto: la de la oportunidad. La crisis actual, como todo tipo de crisis, abre nuevas posibilidades frente a las flaquezas del sistema que regía.
¿A cuál me refiero? Al que confió todo al avance, el desarrollo, el progreso.
Con esto para nada quiero decir que el sistema era absolutamente malo. Aunque si tuvo un error que hoy pagamos caro: el del menosprecio de lo sencillo, lo tradicional, lo pasado. Confiar todo a la innovación olvidando el legado de una cultura, ese es el gran error.
El mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas que se volvieron locas.
Enloquecieron las virtudes porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias.
(“Ortodoxia” Chesterton)
Las historias que en verdad importan
En particular, me abocaré a uno de los grandes perjudicados en esta era: los cuentos tradicionales o cuentos de hadas. Esos que nos contaban cuando éramos niños, esos que transmitían valores esenciales, esos que nos preparaban para la vida aunque no nos diéramos cuenta.
¿Acaso podemos olvidar la enseñanza del pastorcito mentiroso? Las patas cortas de la mentira y la importancia de ser personas honradas fueron marcadas en nuestros corazones por ese relato que se ha repetido por generaciones.
Usar imágenes sencillas (un pecado para los defensores del progreso) es un recurso que está en la raíz de nuestra fe. Y vaya si no serán importantes que nuestro Señor se valió de este precioso arte para transmitirnos las ideas más esenciales de su mensaje. “¿Con qué compararé el Reino de los Cielos? Se parece a…” (Lc 13, 18)
En lo sencillo, en lo que recuerda a casa, en lo que llega al corazón… ahí están las historias que en verdad importan.
En nuestro tiempo, estas narraciones fueron tildadas de inútiles, de infantiles, impropias de los tiempos que corren... un error fatal. No hemos recibido cuentos sobre como convivir con nosotros mismos, nos dieron una tablet. Tampoco oímos historias sobre como tolerar la frustración, nos dieron una consola de juegos. Mucho menos leímos relatos sobre como aceptar las diferencias, nos dieron auriculares.
¿Qué oportunidad se abre en los tiempos de la cuarentena?
Se abre la oportunidad de volver a ponernos en contacto con aquellas historias que nos traen de nuevo a casa. A los brazos de mamá y de papá, a la parroquia en la que crecimos, al aula de nuestra primer escuela. Ponernos en contacto con estas historias nos ayuda a “ser como niños” (cf Mt 18,3).
Ser como niños nos despoja de la impotencia de la juventud y la soberbia de la adultez que muchas veces traemos. También nos reviste del manto de la humildad y la sorpresa que los niños tienen al escuchar estas narraciones.
Pero el valor “consolador” de los cuentos de hadas ofrece otra faceta, además de la satisfacción imaginativa de viejos anhelos.
Mucho más importante es el Consuelo del Final Feliz.
Casi me atrevería a asegurar que así debe terminar todo cuento de hadas que se precie.
(“Árbol y Hoja” Tolkien)
¿Por qué son estas historias las que “en verdad importan”? Mi experiencia personal.
Estos cuentos, de fantasía, de la tradición de la humanidad, de la tradición de nuestro pueblo, tienen un efecto psicológico importantísimo en nosotros, puesto que nos permiten adquirir valores en la esencia de nuestras vidas, nos proponen soluciones para los problemas, situaciones que luego (de un modo u otro) se nos presentarán y debemos afrontar.
Recuerdo los días en que me mudaba de mi amado Feliciano en busca de un sueño universitario, tenía que dejar el hogar familiar y adentrarme en la capital entrerriana. El corazón se despedazaba y no sabía en verdad qué hacer. Por aquellos días un sacerdote amigo me había presentado la historia de El Hobbit y el Señor de los Anillos: unas creaturas insignificantes que dejaban el calor de su comarca natal y salían al mundo de las grandes personas. De sus decisiones dependería el curso de la historia que allí se narra.
No sabía por qué, no podía explicarlo, pero al terminar de conocer esta historia esta etapa de mi vida había adquirido una nueva postura. Aquí comenzaba una nueva aventura.
Espero que este tiempo de crisis, que abre una nueva oportunidad y de la cual surge la esperanza, nos permita encontrar con estos grandes relatos. Les comparto algunas de las que en verdad me han marcado. Sus autores son o fueron cristianos, aunque todos lo profesaron en mayor o menos medida. Sus mensajes entrañan el Espíritu de la enseñanza del Maestro de Nazaret.
Si quieren una historia que refleje qué sucede una vez que atiendes a quien llama a tu puerta (cf. Ap 3,20), les sugiero que conozcan el mundo de el Hobbit y el Señor de los Anillos.
Si quieren adentrarse en un mundo mágico para comprender que el principio y el final de todo es el amor (cf. 1Cor 13, 13), pueden conocer la historia de Harry Potter, prometo que no los decepcionará.
O si quieren encontrarse con la aflicción real de chicos que sufren las penas de una guerra y no encuentran consuelo (cf. Mt 11, 28), las Crónicas de Narnia tiene mucho para presentarles.