Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura
(San Juan de la Cruz)
Qué bello es ir caminando por las calles y encontrarse con árboles florecidos, con un clima un poco más cálido, con una multitud de colores que nos anuncian que los días grises del invierno van llegando a su fin.
La naturaleza, eterna maestra y testigo del amor del Creador, no solo nos delata el cambio de estación; también nos permite encontrar en ella una analogía con nuestra vida íntima. A fin de cuentas, la humanidad es parte de esta misma naturaleza, las huellas de ella a lo largo de nuestros milenios de historia no pueden pasar desapercibidas.
El fin del frío
Fríos y heladas, bendigan al Señor.
Rocíos y nevadas, bendigan al Señor.
Témpanos y hielos, bendigan al Señor.
Escarchas y nieves, bendigan al Señor.
(Dn 3,67-70)
El ver un paisaje en proceso de cambio, con el reverdecer de árboles y plantas, con la llegada de aves que vuelven de su migración - entre tantos otros signos - es también un re-comenzar de la vida que, a causa de los días invernales, se vio mitigada. Ahora bien, ¿no hay algo de nuestra vida anímica también en estos procesos?
Todos podemos afirmar que hemos tenidos inviernos espirituales en los que nuestra fe naufragaba desolada en días grises. Del mismo modo, creo que todos coincidiremos en el hecho de que cada tanto experimentamos esa sensación de estar desprovisto "de colores" y del "cantar de los pájaros" que embellecían nuestra vida de fe.
Tan solo queda por ver esto como una mirada de esperanza y pensar que los inviernos son necesarios en el ciclo de la naturaleza, y por tanto, también en nuestras vidas.
La llegada de la vida
"Sabemos que Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más;
desde ahora la muerte no tiene poder sobre él"
(Rm 6, 9)
Como contracara aparece la ya nombrada primavera, que se manifiesta en un signo específico: el renacer.
Los colores nítidos en paisajes que aparecen gradualmente frente a nuestros ojos nos dicen algo a viva voz, y es que el invierno ha terminado.
Ser uno con la naturaleza
Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas
(San Francisco de Asis)
Con los ciclos de la naturaleza podemos concluir que no importa cuán crudo y extenso pueda ser (o parecer) un invierno, la primavera siempre llegará.
Los cristianos mantenemos esta esperanza bajo la certeza que nos da la fe y es que la muerte no tiene la última palabra.
No importa la desolación que puedas estar atravesando, Él siempre vendrá en tu rescate. No importa cuán imposible parezca que los días helados queden atrás, Él cumple con su promesa de venir siempre en nuestra ayuda.
Estas reflexiones son escritas como quien dice "con el diario del lunes", pero es bueno que este tiempo de cambio de estación nos ayude a reafirmar algunas ideas con Aquél que nos habla también a través de la naturaleza.
Demos gracias a Dios por su creación, por su gran obra de arte de la cual somos su pieza predilecta. Les propongo esta oración de San Francisco de Asís para poder iniciar este tiempo especial con las alabanzas que El Creador merece.
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor,
y denle gracias
y sírvanlo con gran humildad.