Nos metemos en el camino de Emaús para dejarnos encender por Cristo Resucitado
Jesús se las ingenia para salir a encontrarnos y nos busca cuando más estamos necesitando. Quizás hoy estás algo perdido/a, tirando, dice la gente. Y puede que con todo esto de la cuarentena se viene apagando la fe. O al menos debilitando la alegría, la caridad, la esperanza.
¡Caminando con Cristo la vida se vive! Lc 24, 13-35
Y sí, Jesús hace la diferencia en nuestras vidas. Pero ojo, a no aflojar, Jesús está viniendo constantemente. Él sabe cuando más necesitamos de Él.
Y hoy viene a encontrarte. Lee el Evangelio de Lucas, capítulo 24, versículos del 13 al 35. Pretendo ver y reflexionar con vos sobre el tesoro que tenemos a mano todos los días y no supimos valorarlo. Y quizás hoy lo extrañamos, lo necesitamos.
Aunque hay que esperar un poco más. Y puede ayudarnos a crecer en ese deseo de encontrarnos con Él en la Misa, y seguramente también en la confesión, y en la vida parroquial habitual, cómo no.
“Ellos se detuvieron entristecidos” (Lc. 24, 17)
Hoy vemos a los dos discípulos apartarse tristemente de Jerusalén (símbolo de la Iglesia, dónde están los Apóstoles, la comunidad de la iglesia naciente). Los vemos dejar el grupo de los Once pues todo había terminado para ellos después de la muerte de su Maestro. Y decidieron volver a las cosas de antes.
Muchas veces nos alejamos de Jerusalén, ¿o no? Te pasa a vos y me pasa a mí. Nos perdemos, dicen algunos jóvenes. La vieja vida nos tira, las cosas de antes y la tentación de volver a lo mismo se hace fuerte.
Ésta es la experiencia de todo cristiano que incluso fue tocado por el amor de Cristo, que conoció su verdadero rostro y descubrió que Dios es familia y nos hace familia, o sea, Iglesia.
Pero éste no es el punto. La Buena Noticia de hoy es que ¡Jesús está vivo y nos quiere vivos!
Joven a ti te digo, ¡levántate! (Lc 7,14)
Con estas palabras de Jesús el Papa Francisco expresó el deseo de que, en esta cultura “que quiere a los jóvenes aislados y replegados en mundos virtuales“, nos comprometamos a cambiar el mundo, a soñar, a arriesgar, a despertarnos a la vida.
Jesús nos quiere libres y alegres; no esclavos ni tristes: libres para amar
Jesús sale a nuestro encuentro. Toma la iniciativa y busca su oveja perdida. Y cuando menos lo esperamos nos ayuda a descubrir quiénes somos, y cuánto valemos. Somos obra de sus manos de Padre y aunque lo abandonamos fuimos comprados a precio de sangre, lo revivimos en la Semana Santa.
Somos hijos llamados a la vida feliz. Acá y después de esta vida. Y aunque a veces nos “perdemos”, nos equivocamos, nos alejamos, y esto tiene consecuencias dolorosas, tristes o desesperanzadoras, no importa lo que hayamos hecho, podemos volver siempre.
Nos mostró con cuánto amor nos espera. Y experimentamos su Misericordia, su baño de ternura. Y sabemos por Él que la vida es un proyecto de amor. Y en este proyecto no debe haber lugar para el odio, ni el deseo de venganza, ni la división, ni el egoísmo en nuestro corazón. Esto es lo que nos quita la alegría y la paz que anhelamos. El camino es el amor, y el amor no tiene medida.
Caminemos con Cristo
Con Él podemos amar, Él nos da la luz y la fuerza para ¡vivir este amor a pleno! Para ¡vivir el evangelio!
Pero acordate: Jesús sale a nuestro encuentro siempre y para caminar con Él nos ayuda con dos importantísimos regalos que no debemos dejar de buscar: "el alimento de la Palabra", que nos sitúa en la historia de salvación. Cristo nos habla siempre, es palabra viva y me habla hoy en mis circunstancias.
Y "el alimento de la Eucaristía", que nos incorpora al sacrificio único e irrepetible de Cristo y nos une con Él, quien nos acompaña en nuestra vida de fe y en nuestra misión. Es milagro de amor, Cristo nos une en comunión con Él, y obra en nosotros. Sí, ésta vida se nutre en "la misa" "La Eucaristía hace la Iglesia"
Escuchamos que lo reconocieron "al partir el pan"... pero antes Jesús los preparó explicándoles las Escrituras.
"¿No ardía acaso nuestro corazón?" (Lc. 24,32)
"No ardía acaso nuestro corazón?" Nosotros podríamos trasladar esta situación a nuestras vidas: ¿No me sentía pleno/a cuando estaba con Él? ¿Acaso no vivía con alegría, con un ideal, con sueños y ganas de ayudar? ¡Cómo extraño vivir esos momentos!
Los discípulos de Emaús, después de haber reconocido a Cristo Resucitado, volvieron a Jerusalén, ya no con la cara triste sino llenos de alegría y gozo. Con deseos de encontrarse y contar lo que habían vivido, su experiencia renovadora camino a Emaús y la sorpresa misma al partir el pan.
Jesús nos hizo ver el plan de amor del Padre. Plan de un Padre Misericordioso. Plan que revela nuestra identidad. Y que nos da felicidad, plenitud, porque ¡¡somos sus hijos amados!!
No podemos vivir como antes, no podemos vivir sin el encuentro con Cristo Resucitado. Y este encuentro con su Palabra y la Eucaristía nos hace familia. Nos une en comunión de amor. Nos incorpora a su cuerpo que es la Iglesia y nos da la gracia para vivir esa vida que vale la pena vivirla.
Por eso, caminando con Cristo la vida se vive.
¿Te animas a volver a caminar con Cristo? ¿Te la jugás?