La vida de la Iglesia suele pasar por muchas turbulencias. Esto ha sido así desde sus mismos orígenes. Cuando el yo (personal o de los intereses del propio grupo) se pone en el primer lugar… vienen los desastres, los escándalos… las infidelidades. Hay veces que esto es muy evidente. Pero, hay otras que la sutileza de la imposición del yo es muy difícil de detectar. Por eso hay que estar atentos… y tener criterios claros para el discernimiento.

Llave de paso

San Pablo a esto lo tenía muy claro. Y en sus últimos años da consejos sobre lo que vale la pena y lo que no en una comunidad. En otras palabras, lo que construye sobre cimientos sólidos y lo que es simple arena de palabrerías o supercherías.

La carta que le escribe a Tito es muy iluminadora al respecto. Con la misión de hacer crecer a la comunidad establecida en Creta, le advierte que tenga cuidado porque “son muchos los espíritus rebeldes, los charlatanes y seductores” (1,10). Y es tajante con lo que tiene que hacer: “a esos es necesario taparles la boca” (1,11).

Pero, para “taparle la boca” a un falso profeta es necesario estar uno mismo en la “sana doctrina” (2,1). El problema es que… ¡todos dicen estar en posesión de esta doctrina nacida de la fe! Entonces… ¿qué criterio es el básico para descubrir si se está o no? ¿cuál es el contenido esencial de esa “sana doctrina”?

No tenemos que andar buscando mucho: es el mismo Pablo el que la presenta. Lo hace de manera muy sintética, así que cada palabra cuenta con una riqueza que se debe desentrañar para aplicar a la propia vida. Así lo propone:

“Cuando se manifestó a bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.” (3,4-7)

Punteamos lo esencial:

  • Manifestación de la misericordia de Padre…
  • Porque ama a los hombres…
  • Nos salva en Jesucristo…
  • Nos renueva por el Espíritu Santo…
  • Nos hace renacer por el Bautismo…
  • Somos justificados por su gracia…
  • Somos en esperanza herederos de Vida eterna…

Esta es la “sana doctrina”. Nosotros la rezamos todos los domingos en la Misa… resumida en el Credo.

Por eso, toda renovación del corazón o de la Iglesia simplemente se hace volviendo a lo esencial de nuestra fe. No hay otro camino.

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