Qué es la Iglesia

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17.- Una Iglesia en salida: la dimensión misionera

La misión de la Iglesia de anunciar la verdad salvadora de Jesucristo es un mandato fundamental que trasciende las fronteras de la comunidad católica. Esta misión, inspirada en las enseñanzas de Jesús y reafirmada por el Concilio Vaticano II, busca llevar el mensaje de salvación a todos los rincones del mundo. Este texto se centra en la importancia de esta misión, la actuación de la gracia de Dios en diversas religiones y la responsabilidad de cada bautizado en este esfuerzo misionero.

La Gracia de Dios y los no bautizados

Uno de los puntos clave en la misión es el reconocimiento de la gracia de Dios actuando incluso en aquellos que no están bautizados. Según las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la gracia de Dios no se limita a los confines visibles de la Iglesia Católica. Dios, en su infinita misericordia, actúa en las vidas de todas las personas, guiándolas hacia la plenitud en Cristo. Esto es lo que se afirma luego de hablar de la pertenencia plena y no plena.

Los que “se ordenan a”.

Hace la Lumen Gentium esta enumeración, partiendo por quienes tienen cercanía con nosotros porque compartimos el Antiguo Testamento, los judíos: “En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne (Rom 9,4-5). Por causa de los padres es un pueblo amadísimo en razón de la elección, pues Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación (Rom 11, 28-29).

Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero.” (LG 16)

Continúa con aquellos que podríamos denominar muy rápidamente como “paganos”: “Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.” (LG 16)

Dos conceptos que no se deben dejar pasar por alto. Primero el de “ignorando sin culpa”. El segundo, “el juicio de la conciencia” que se debe seguir como norma de vida: allí Dios nos habla en lo profundo y nos ayuda a distinguir lo bueno de lo malo y a elegir lo primero. También se hace referencia a otra parte de la humanidad:

“La divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuánto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida.” (LG 16)

A las dos características que dijimos con respecto del grupo anterior, se suma otra cuestión que es muy antigua en la reflexión católica: descubrir en el “mundo no eclesial” semillas del Verbo que preparan la aceptación del Evangelio.

Precisiones importantes

La gracia de Dios acompaña y orienta a todos los humanos. Esto nos plantea una pregunta crucial: ¿Por qué es necesario anunciar el Evangelio a aquellos que ya están siendo guiados por la gracia? La respuesta radica en el mandato de Jesús de ser una "Iglesia en salida", una comunidad que busca activamente llevar la plenitud de la verdad salvadora a todos, sin excepción.

La Iglesia promueve las misiones con gran solicitud, recordando el mandato del Señor de llevar el Evangelio a todas las naciones. Aquellos que aún no conocen a Dios están, de diversas maneras, ordenados al pueblo de Dios. Este enfoque inclusivo se visualiza como círculos concéntricos que abarcan diferentes niveles de cercanía con Dios: desde el pueblo de Israel hasta los musulmanes, aquellos que buscan a Dios a través de otras religiones, y finalmente, aquellos que no conocen a Dios en absoluto.

El Concilio Vaticano II subraya que todos estos grupos están ordenados al pueblo de Dios y marchan hacia Él de diversas maneras. La Iglesia, por tanto, valora y respeta las búsquedas espirituales de cada individuo, reconociendo que la gracia de Dios está presente en todos ellos. Sin embargo, esto no disminuye la necesidad de anunciar el Evangelio, ya que el encuentro con Cristo ofrece la plenitud de la vida y la salvación.

La responsabilidad misionera de cada bautizado

La misión de la Iglesia no es una tarea exclusiva de los misioneros “ministeriales”. Cada bautizado tiene la responsabilidad de compartir el mensaje de Cristo en su vida cotidiana. El mandato misionero de Jesús es claro: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado." (Mt 28,19-20)

Esto significa que cada cristiano, en su entorno personal, social y profesional, tiene el deber de ser un testigo del Evangelio. La misión de la Iglesia es universal y cada miembro de la Iglesia está llamado a participar en ella. La misión es compartir la presencia transformadora de Dios, que eleva y perfecciona todo lo bueno en la vida de las personas y en sus culturas.

Diferenciar entre misión y proselitismo

La misión de la Iglesia no es imponer la fe cristiana a otros, sino ofrecer el mensaje de Cristo con respeto y amor. La misión es un acto de generosidad, donde se propone la fe como un don que transforma vidas. La presencia de Dios en la vida de los creyentes no es algo que deba guardarse en privado, sino algo que se comparte con los demás para su beneficio y salvación.

El objetivo de la misión no es simplemente aumentar el número de miembros de la Iglesia, sino llevar a cada persona a un encuentro personal con Cristo, que es la verdad salvadora. La misión es, en última instancia, una invitación a participar en la vida de Dios, a ser parte del pueblo de Dios, del cuerpo de Cristo y del templo del Espíritu Santo.