La Iglesia Católica tiene una identidad única que encarna tanto lo visible como lo espiritual. Cumple así con la misión que le fue confiada por Cristo mismo. Este aspecto dual motivó la reflexión constante dentro de la teología católica. Y se agudiza en tiempos donde se cuestiona la relación entre las propiedades materiales de la Iglesia y su llamado espiritual hacia la pobreza y la humildad, principios centrales del Evangelio.
Fundamento teológico de la visibilidad de la Iglesia
Desde su origen, la Iglesia fue instituida por Jesús como una comunidad visible y espiritual. Cristo, al ser el único mediador entre Dios y los hombres, estableció la Iglesia para ser un canal visible de gracia y verdad en el mundo. Esto implica que la Iglesia no es una mera organización humana. Es el Cuerpo Místico de Cristo presente en la historia, visible en sus estructuras y en sus fieles reunidos en asamblea.
El principio teológico que subyace a esta dualidad es que la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, debe reflejar tanto la realidad espiritual (donde actúa la gracia divina) como la realidad visible (donde se manifiestan sus estructuras y acciones concretas en el mundo).
El desafío de la pobreza evangélica
Uno de los desafíos más frecuentes que enfrenta la Iglesia Católica es el cuestionamiento sobre sus propiedades materiales y su relación con el mandato evangélico de vivir en pobreza y humildad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Este debate no es nuevo y ha generado múltiples interpretaciones y respuestas dentro de la tradición teológica.
La Iglesia no se define por la acumulación de bienes terrenales sino por su misión de proclamar el Evangelio y de servir a los demás. Sin embargo, es importante entender que las propiedades materiales que posee la Iglesia no están destinadas a la ostentación o al enriquecimiento personal, sino a facilitar su labor pastoral y de servicio en el mundo.
Estas propiedades incluyen desde edificios de culto hasta instituciones educativas y de caridad. Todas son herramientas para la misión evangelizadora y de servicio social que la Iglesia lleva a cabo.
La coherencia entre lo espiritual y lo material
Para comprender esta relación es crucial considerar el principio de la encarnación. El Verbo que se hace carne (Jn 1,14) establece un modelo para la Iglesia, que debe estar presente y activa en el mundo material mientras testimonia y comunica la gracia espiritual. Esto implica que no se debe divorciar la dimensión espiritual de la realidad visible y material. El desafío constante es la de integrar ambas en la misión salvífica.
El Concilio Vaticano II subraya que la Iglesia abraza la realidad completa del ser humano, que incluye tanto su dimensión espiritual como material (GS 22). Esto se manifiesta en su estructura organizativa, en sus ritos y sacramentos, y en su compromiso con la justicia social y la caridad hacia los más necesitados.
Así, las propiedades y los recursos materiales de la Iglesia son vistos no como fines en sí mismos, sino como medios para cumplir su misión de manera efectiva y coherente con el Evangelio.
Signo y Sacramento en el mundo
Un concepto central para entender la relación entre lo visible y lo espiritual es la de ser sacramento de la presencia de Cristo en el mundo.
Los sacramentos son signos visibles que comunican la gracia divina de manera efectiva y perceptible para los fieles. Esto ilustra cómo la Iglesia, siendo visible en sus estructuras y ritos, es también el instrumento mediante el cual Dios actúa en el mundo y transforma las vidas de las personas.
En este sentido, las propiedades y bienes materiales de la Iglesia tienen un propósito específico: facilitar la celebración de los sacramentos, la educación religiosa, la asistencia social y otros ministerios que forman parte de su misión integral.
Al mismo tiempo, la Iglesia debe ejercer una administración responsable de estos recursos, asegurando que se utilicen para el bien común y el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados.
Integración de lo visible y lo espiritual en la misión
La Iglesia Católica es una realidad compleja que integra lo visible y lo espiritual en su misión evangelizadora y de servicio en el mundo. Esta dualidad es fundamental para entender su identidad y su papel como instrumento de la gracia divina.
A través de sus propiedades y estructuras visibles, la Iglesia testimonia la presencia de Cristo y comunica su mensaje de salvación a la humanidad. Es un medio para un fin más alto: la edificación del Reino de Dios en la tierra. Al hacerlo, la Iglesia no solo cumple con su mandato evangélico de llevar la Buena Nueva a todas las naciones, sino que también testimonia la unidad entre lo visible y lo espiritual, reflejando así la unidad de la fe y la vida en Cristo.