Qué es la Iglesia

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8.- El Pueblo de Dios es una comunidad inclusiva de libertad, amor y plenitud

La Iglesia no es simplemente una institución humana. Es el Pueblo de Dios, una comunidad viva que tiene su fundamento en la voluntad salvífica divina que se ha revelado a lo largo de la historia. Por eso es bueno preguntarnos qué se entiende por Pueblo de Dios; nuestra naturaleza sacerdotal y profética y el papel que tenemos como instrumento de unidad y salvación para toda la humanidad.

El Pueblo de Dios

El concepto tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, donde Yahveh escoge al pueblo de Israel como su posesión especial (Éxodo 19,5-6). Esta elección implica una relación única de alianza entre Dios y su pueblo, marcada por el pacto y la fidelidad mutua.

En el Nuevo Testamento, esta imagen se amplía y se perfecciona con la venida de Cristo, quien instituye una nueva alianza mediante su muerte y resurrección, abriendo las puertas del Reino de Dios a todos los pueblos (Mt 28,19-20).

Todos los fieles, a través del bautismo, somos incorporados a Cristo y nos convertimos en parte del Pueblo de Dios.

Esta pertenencia a la comunidad no se limita a una identidad étnica o cultural, sino que trasciende todas las fronteras humanas, unificando a judíos y paganos, esclavos y hombres libres, varones y mujeres en Cristo (Gal 3,28).

Naturaleza sacerdotal y profética del Pueblo de Dios

Dentro de la Iglesia cada miembro comparte la misión sacerdotal de Cristo desde el bautismo. Es lo que se denomina el sacerdocio común de todos los fieles. Esto hace que todo cristiano ofrezca sacrificios espirituales y sea mediador entre Dios y el mundo a través de la oración y la santificación de la vida cotidiana (1 Pe 2,5).

La dimensión profética del Pueblo de Dios se manifiesta en el testimonio de la fe y en la proclamación del Evangelio al mundo. Todos los bautizados estamos llamados a ser testigos de la verdad y de la esperanza que proviene de Cristo, comprometiéndonos en la transformación del mundo según los valores del Evangelio (Mateo 5,13-16).

La Iglesia es instrumento de unidad y salvación

El Pueblo de Dios es también un germen de unidad, esperanza y salvación para toda la humanidad. A través de la vida sacramental y la enseñanza, la Iglesia une a los creyentes en una comunión de fe y amor que trasciende las diferencias culturales y sociales (Ef 4,4-6). Esto se manifiesta especialmente en la Eucaristía, donde los fieles somos fortalecidos en la unión con Cristo y entre nosotros.

Aunque imperfecta y compuesta por seres humanos falibles, la Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de la redención universal ofrecida por Cristo a través de su muerte y resurrección (cf. Col 1,24).

La renovación constante bajo la acción del Espíritu Santo

Esto es crucial para comprender nuestra identidad como Pueblo de Dios en la historia. A lo largo de los siglos, la Iglesia enfrentó desafíos internos y externos que pusieron a prueba la fidelidad al Evangelio y la capacidad de adaptarnos a los cambios culturales y sociales.

Esta renovación no significa cambiar la enseñanza de la fe, sino revitalizar constantemente la vida espiritual y comunitaria, retornando siempre a Cristo como centro y modelo (Hbr 13,8).

A través de los sacramentos y la enseñanza del Magisterio, la Iglesia nos guía a los fieles hacia una mayor santidad y una comprensión más profunda de nuestra vocación como hijos de Dios.

La misión del Pueblo Mesiánico en el mundo

Inspirada por el Espíritu Santo, la misión es llevar la luz del Evangelio a todos los rincones del mundo. Como discípulos de Cristo, los miembros de la Iglesia estamos llamados a ser testigos del amor de Dios y agentes de su justicia y paz en un mundo necesitado (Mateo 5,13-16).

Esta misión implica tanto la evangelización activa como el testimonio silencioso de una vida cristiana coherente y comprometida. La Iglesia, más que una institución, es una comunidad de discípulos misioneros llamados a continuar la obra redentora de Cristo hasta que Él vuelva en gloria.