El discernimiento de los carismas es un contenido de profundo interés teológico y práctico. Por este motivo le dedicaremos algunas líneas para que puedas profundizar el tema.
Qué son los Carismas
Los carismas son dones especiales del Espíritu Santo, otorgados a los fieles para edificar la Iglesia y promover su misión evangelizadora. Estas gracias particulares no son para beneficio personal, sino que están destinadas a ser puestas al servicio de toda la comunidad (1 Cor 12,7).
El discernimiento de los carismas implica reconocer la gracia recibida y entender su propósito dentro del plan salvífico de Dios para la Iglesia. Es fundamental comprender que los carismas no son meros talentos naturales. Son “capacidades sobrenaturales” que el Espíritu Santo concede para el bien común de la Comunidad creyente (1 Cor 12,4-7).
Criterios para el discernimiento
Para discernir la autenticidad de un carisma, la Iglesia proporciona varios criterios prácticos y teológicos. La carta Iuvenescit Ecclesia de la Congregación para la Doctrina de la Fe (15/5/16) nos presenta estos:
1) El primado de la vocación de todo cristiano a la santidad.
Toda realidad que proviene de la participación de un auténtico carisma debe ser siempre instrumentos de santidad en la Iglesia y, por lo tanto, de aumento de la caridad y del esfuerzo genuino por la perfección del amor.
2) El compromiso con la difusión misionera del Evangelio.
Las auténticas realidades carismáticas son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. De tal forma que, ellos deben realizar la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, manifestando un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización.
3) La confesión de la fe católica.
Cada realidad carismática debe ser un lugar de educación en la fe en su totalidad, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por lo tanto, se debe evitar aventurarse más allá de la doctrina y de la Comunidad eclesial (2 Jn 9). De hecho, si no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo.
4) El testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia.
Esto lleva a una filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo “principio y fundamento visible de unidad” en la Iglesia particular. Esto implica la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales, así como la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos.
5) El respeto y el reconocimiento de la complementariedad mutua de los otros componentes en la Iglesia carismática.
De aquí deriva también una disponibilidad a la cooperación mutua. De hecho, un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma.
6) La aceptación de los momentos de prueba en el discernimiento de los carismas.
Dado que el don carismático puede poseer una cierta carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda, un criterio de autenticidad se manifiesta en la humildad en sobrellevar los contratiempos. La exacta ecuación entre carisma genuino, perspectiva de novedad y sufrimiento interior, supone una conexión constante entre carisma y cruz. El nacimiento de eventuales tensiones exige, de parte de todos, la praxis de una caridad más grande, con vistas a una comunión y a una unidad eclesial siempre más profunda.
7) La presencia de frutos espirituales
como la caridad, la alegría, la humanidad y la paz (Gal 5,22). El vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia. Un celo más intenso para escuchar y meditar la Palabra. El renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental. El estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada.
8) La dimensión social de la evangelización.
También se debe reconocer que, gracias al impulso de la caridad, el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. En este criterio de discernimiento, referido no sólo a los grupos de laicos en la Iglesia, se hace hincapié en la necesidad de ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad. Son significativos, en este sentido, el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos. Decisiva es también la referencia a la Doctrina Social de la Iglesia. En particular, de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad, que es una necesidad en una auténtica realidad eclesial.
El Proceso de Discernimiento
El discernimiento de los carismas implica un proceso gradual y comunitario. A nivel personal, implica reflexión, oración y búsqueda sincera de la voluntad de Dios. A nivel comunitario, implica la participación en la vida eclesial y la consulta con guías espirituales y autoridades eclesiásticas.
En la comunidad cristiana, el discernimiento se realiza mediante la sinodalidad, es decir, la colaboración y discernimiento conjunto de la comunidad bajo la guía pastoral. Este proceso ayuda a asegurar que los carismas sean evaluados adecuadamente y que se utilicen para el bien de todos los fieles (Hch 15,28).