Lo tremendo

El encuentro fugaz hace experimentar una profunda conmoción interior. El adjetivo tremendo hace referencia a “algo digno de ser temido”. Pero no es el miedo a lo desconocido sino el temor, podríamos decir con propiedad terror, que produce en nosotros semejante presencia. Por eso la actitud de huir, de esconderse, de alejarse. No es por ignorarlo sino porque no se aguanta entero nuestro ánimo frente a su poder, su majestad. Otto hablaba de que esta era una característica “demoníaca” de lo numinoso. En un principio me sorprendió la expresión, pero luego comprendí su sentido: es eso terrible que atenta contra mi ser, que me deja desguarnecido, impotente, me manifiesta mi pequeñez.

La primera actitud de Isaías es la de darse cuenta de su impureza frente al Puro que se le ha manifestado. Pero esta no es una constatación moral, es decir, no es que se ha dado cuenta de que sus obras son malas (ha pecado diríamos). Es algo mucho más primario, más básico. Se ha dado cuenta de qué el es nada frente al que es Todo. Se ha dado cuenta de lo miserable de su existencia, de la pequeñez de su ser, de su contingencia: lo precario de mi ser queda de manifiesto. Por eso viene el “temor de Dios”, el terror, el deseo de huir. Es esto lo que pone de manifiesto, en segundo lugar, la indignidad de mis obras.

En este contexto es que en la Biblia se habla con frecuencia de la cólera o la ira de Dios. Veamos como nos lo explica Otto:

“La cólera de Dios tiene su clara correspondencia en la representación de la misteriosa ira deorum, que aparece en muchas religiones. El carácter extraño de esta cólera de Jahveh ha sorprendido siempre. En primer lugar, muchos pasajes del Antiguo Testamento evidencian que esta cólera divina no tiene nada que ver con propiedades morales. Se inflama y desencadena misteriosamente «como una fuerza oscura de la naturaleza», según suele decirse, o como la electricidad acumulada, que descarga sobre quien se le aproxima. Es «incalculable» y «arbitraria». Naturalmente, a quienes acostumbran a pensar la divinidad únicamente por sus predicados racionales ha de presentárseles como un humor caprichoso, como una pasión arbitraria. Los fieles de la Antigua Ley hubieran rechazado seguramente con energía esta interpretación. Pues a ellos la cólera divina no les parecía aminoración de santidad, sino expresión natural de la «santidad», elemento esencial de ella, en fin algo inabrogable. Y con razón. Pues esta ira no es sino lo tremendo mismo, si bien interpretado mediante una ingenua analogía con un sentimiento humano ordinario; analogía, en verdad, que como tal conserva siempre su valor y todavía en la actualidad resulta ineludible en la expresión del sentimiento religioso. No hay duda de que el cristianismo también ha de hablar de la ira de Dios (…).

Una vez más resulta evidente que tampoco esta palabra «cólera» es un verdadero concepto adecuado a su objeto, sino tan sólo un símil, un a modo de concepto, un ideograma, simple signo alusivo de un componente sentimental propio de la emoción religiosa; de un componente, empero, que se presenta con el extraño carácter repulsivo del terror y perturba las ideas de quienes sólo quieren reconocer en la divinidad la familiaridad, la dulzura, el amor, la bondad y, en general, atributos y aspectos en relación positiva con el hombre. Esta ira — que con error se acostumbra a llamar natural, siendo, en realidad, antinatural, es decir, numinosa — se hace racional cuando gradualmente va injertándose y vertiéndose en ella concepción éticorracional de la justicia divina en el castigo de las faltas morales. Pero en la representación bíblica de la justicia divina se observa claramente que la significación originaria se mezcla todavía con la superpuesta. En la cólera de Dios palpita y refulge el elemento irracional, que le presta un horror y espanto que no siente el hombre natural.” (25-26)

Este temor, decíamos, es producto de la manifestación de algo solemne, esplendoroso, majestuoso. En la visión de Isaías lo presenta como sentado en su trono y solamente con sus orlas (el bode del manto) llenando por completo el inmenso Templo de Jerusalén. Es esto lo que desata la experiencia de lo tremendo: algo así como la experiencia de un amoroso fuego abrasador que puede consumirme por completo si no pongo distancia inmediata. ¿Miedo? Si, aunque la palabra queda corta porque el miedo nos paraliza y aquí deseamos huir, alejarnos, tomar distancia.

(Esta serie comenzó aquí y continúa...)

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3 COMENTARIOS

  1. Esta vez estoy curiosa jajajaja....... busque en internet NUMINOSO , de este Señor Otto y me parece mucho mas facil que lo que vos escribis. Pero no importa, todavia no pude profundizar bien, pero me di cuenta que si lo entederé perfectamente y tambien he tenido experiencias ...pero son dificil de contar, por escrito y quizas no te entiendan tampoco-
    Bendiciones y contame que es eso de dar Religiosidad Popular

  2. paz y bien, mi estimado padre fabian, son tan profundas las palabras que si las lees asi como una nota mas,lo tomas como vivencia popular, oh un cuento, y ni siquiera se pone encuenta lo que esta dejando en esta pagina, creo que no soy esperta en misterios, pero en lo que va de mi vida, misterios como la de dios aun no he descubierto, pero mejor encontralo a el que descubrir sus misterios,y su colera, gracias padre por la enseñanza que da,y el que quiera ententer que lo entienda, como decia nuestro señor jesus.
    paz y bien. un abrazo en mamita maria y tenga una hermoza vicitasion de ella en su corazon...elba.

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