Tres palabras que hoy sirven para justificar cualquier cosa. Sin embargo, en la sabiduría cristiana que nace de la meditación de la Revelación del Dios Vivo son tres tesoros que fueron regalados al ser humano para que obremos como humanos el bien. Es esto lo que ponen de manifiesto los Padres Conciliares en la Gaudium et Spes. Veamos lo que dice.

El corazón

Ya habíamos anticipado que el corazón, en el sentido que lo utiliza la Biblia, es sinónimo de la interioridad de la persona humana. Y es allí donde se juega la verdad de nuestras acciones. Bástenos recordar las enseñanzas de Jesús:

“Él les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?». Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre»” (Mc 7,18-13)

Lejos están estas palabras del Maestro de concebir el corazón como sede de los sentimientos o como el lugar dónde las emociones justifican todo lo que hacemos. Esta manera de hablar sobre el corazón puede estar de moda… pero Jesús nos ubica en otro plano. (Para quienes quieran profundizar sobre el concepto bíblico pueden leer con mucho provecho lo que dice León Dufour al respecto en su Vocabulario Bíblico)

El Concilio, en comunión con Jesucristo, describe al corazón como el lugar donde habita Dios.

"Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino.” (GS 14)

Por eso no nos debe sorprender que lo utilicen como sinónimo de “conciencia”.

La conciencia

Otro término equívoco dentro de nuestra cultura. A veces pensamos que la conciencia es la subjetividad total, el lugar de mi interior en el cual no me puedo nunca equivocar porque allí decido solamente yo. Y pensamos que la autenticidad es sinónima de actuar en conciencia, es decir, hacer lo que se me dé la gana porque me lo dicta mi corazón.

Los Padres Conciliares, en consonancia con lo que enseñó Jesús (por ejemplo la cita que pusimos más arriba), nos muestran el camino de la sabiduría cristiana. Les cito de manera completa el número 16 porque los recortes que se le hagan nos pueden hacer perder de vista enseñanzas que son muy importantes.

“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.” (GS 16)

Se habla de la conciencia moral que nos ayuda a hacer lo bueno y evitar lo malo. Pero no queda al libre parecer del ser humano sino que tiene que hacer referencia a la ley de Dios escrita en su interior. Toca temas como el de la recta conciencia; el peligro de la subjetividad moral y la conciencia errónea. Los invito a profundizar esto desde la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, de los números 1776 al 1802, al cual pueden acceder desde este link. No vale la pena que desarrollemos aquí lo que está tan claro allí.

La libertad

Nuestra humanidad se diferencia de los animales no solo en que podemos conocer la verdad, como ya dijimos en el artículo anterior, sino que también en que podemos decidir el rumbo de nuestros actos. A esto le llamamos libertad. La Gaudium et Spes también le dedica un punto muy lindo al tema. Se los transcribo completo.

“La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón. Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios según la conducta buena o mala que haya observado.” (GS17)

La libertad supone la responsabilidad de nuestros propios actos. Y sabemos por la Revelación que algún día deberemos dar cuenta de todo lo que decidimos en nuestro obrar. Sobre todo esto también los invito a leer lo que enseña el Catecismo desde los puntos 1730 al 1748.

Todo esto …

Esta noche en mi programa de radio Concilium. Lo pueden escuchar por la FM Corazón (104.1 de Paraná) de 21.30 a 23.00 hs..  Todos los escritos anteriores de esta serie (en su tercer año de emisión) están alojados en la pestaña Concilium.

 

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