P. Luis Anaya

En el encuentro para la formación permanente del sacerdote diocesano, organizado por la Comisión episcopal y el secretariado nacional de formación permanente, nos acompañó en la villa santo cura Brochero el P. Germán Arana, SJ.

El encuentro se desarrolló desde el 1° al 4 de julio de este año. Nos encontramos alrededor de 110 sacerdotes de todo el país. Nuestra provincia eclesiástica estuvo representada por las diócesis de Gualeguaychú y de Paraná.

La autoridad del sacerdote hoy

El tema del encuentro fue la “autoridad” del sacerdote hoy, su presunto cansancio en el actual contexto cultural y un discernimiento acerca de la situación o estado de su vida de comunión. Eje transversal de estos aspectos fue la espiritualidad sacerdotal plasmada en la figura evangélica del “descenso” o kénosis. Concretamente el P. Arana ordenó las charlas según el siguiente esquema:

  1. La autoridad del sacerdote en el NT
  2. La autoridad del sacerdote en el entorno eclesial
  3. El síndrome Burnaut (agotamiento) en la vida sacerdotal
  4. La vida comunitaria del sacerdote
  5. El camino del descenso

(Nota: ponemos a lo largo del presente artículo los videos con cada conferencia)

La crisis de la autoridad sacerdotal

El primer momento del encuentro giró en torno a la presunta crisis de la autoridad sacerdotal en el contexto actual, que podría plasmarse gráficamente en los escándalos de los abusos y en el pensamiento ilustrado, que el P. Germán llamó de tercera ilustración.

El discernimiento comunitario que hicimos de esta primera presentación, fue de la necesidad que tenemos de matizar la cuestión. No se puede afirmar como generalidad: hay crisis de autoridad sacerdotal.

En Argentina hay que distinguir en la misma según las distintas regiones pastorales. Una cosa es en las grandes urbes, otra en el interior; una mirada hay que poner en el sur del país y otra en el norte; etc. En el interior del país, en general, la autoridad sacerdotal entendida evangélicamente como participación en la autoridad de Jesucristo resucitado, sigue presente.

También hay que considerar la personalidad del sacerdote: un sacerdote cercano, es de mucha autoridad en el pueblo fiel; un sacerdote agrio y lejano a los problemas de la gente, es un sacerdote que ha perdido autoridad ante su pueblo.

El amor a Jesucristo como eje de conversión

El P. Germán puso como ejes de la conversión para una auténtica autoridad sacerdotal, el amor a Jesucristo (estar con él, según Marcos 3,14) y el celo apostólico (Mateo 28,18ss.).

Desde el presupuesto de la pérdida de autoridad (no somos escuchados, no somos llamados, nuestra presencia no es “útil” socialmente, nuestro gestos se consideran ineficaces, etc.), la pregunta es cómo recuperar una verdadera autoridad.

Es el segundo momento: ¿cómo repristinar hoy la autoridad del sacerdote? El P. Germán presentó dos realidades como incisivas en la pérdida de autoridad:

1. el encono mediático;

2. el cansancio que nos produce el pluriempleo.

La insistencia del disertante estuvo puesta, en el punto, en llevar una auténtica vida espiritual sacerdotal, centrada en el “estar con él”. Hablar de una “vida enamorada” del Señor. Para ello insistió en la lógica presente en Filipenses 2,5ss. “Tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, el “abajamiento”.

Consecuencia: las dos acciones que presenta el Evangelio por estar con Jesús: predicar y curar. Para ello hay que estar con la gente; nuestra santidad está en el ministerio; estar en el mundo sin ser del mundo (cf. Juan 17,9-16). Dicho de otro modo: tender la mano al hombre de hoy allí donde él se encuentra, con honda resiliencia de parte nuestra, es decir, fuertes en Cristo.

Como recuperar la autoridad sacerdotal

En el diálogo desarrollado en los talleres a partir de la consigna sobre cómo recuperar la autoridad sacerdotal en la Iglesia de hoy, recojo particularmente dos ideas recurrentes:

1. estar muy atento, empezando por el Obispo, al sacerdote que se cierra, se aísla, no va a los encuentros, se aparta; claramente hay aquí un problema.

2. fortalecer la comunión en los decanatos o zonas pastorales, que son espacios de crecimiento comunitario y de mutua solidaridad sacerdotal.

La primera expresión de lo que debe ser nuestra caridad pastoral, se insistió, es el hermano sacerdote.

Porque los presbíteros no están “deprimidos”

En relación con el tercer espacio, criticamos como grupo que se califique a los presbiterios de “deprimidos”. Así figura en la consigna que se nos entregó. La causa de la depresión radicaría el burnout (o síndrome de quemarse en el trabajo) en la vida sacerdotal.

Decíamos que no es posible ver la enorme cantidad de iniciativas y acciones pastorales que se constatan en cada diócesis, a partir de un presbiterio deprimido. Se hacen muchas y buenas cosas, lo que quiere decir que hay entusiasmo sacerdotal, iniciativa.

El problema sí radica en las crisis, las dificultades mayores o menores que puedan darse, pero no corresponde tener una visión pesimista del presbiterio porque es irreal.

En busca de una espiritualidad auténtica

Es necesaria una espiritualidad auténtica, centrada en Cristo, para la vida presbiteral, con las notas ya indicadas: estar con él y vivir con él, compartiendo sus sentimientos: de quien siendo Dios se hizo hombre. Esto supone una gradual madurez en la persona del sacerdote, que permita -teologalmente hablando- una madurez pascual. El sacerdote debe vivir ambas.

Algunos síntomas de la madurez en los que insistió el P. Germán: horario, descanso, orden personal, vida interior, verdadera oración. El síntoma contrario y significativo de la crisis, se dijo, es el aislamiento; es el signo que más preocupación debe suscitar.

La entrega radical al servicio

Junto con el mencionado “centramiento” del sacerdote como expresión de su madurez integral, se indicó la consecuencia: una entrega radical al servicio. Nuestras prioridades son las de Jesús: enfermos, menesterosos, los que están en el redil y los que están fuera de él.

También la diaria acción de gracias expresa la madurez pascual vivida en el servicio a la gente.

La vida comunitaria

El cuarto momento hincó el diente en la vida comunitaria. Es, considero, la cuestión que más atención suscitó del clero presente en el encuentro. Sobre todo tuvo mucha resonancia en el trabajo de taller.

Decía el P. Germán que el presbiterio debe ser un “hogar”, que comienza a prepararse en el seminario. La expresión hogar implica fraternidad, vínculos sanos, solaz en el estar juntos, tiempo para compartir como curas y tiempo para salir a trabajar, para volver a compartir al final del día con los míos, con los sacerdotes.

El seminario, formación inicial, debe insistir en la dimensión comunitaria y los formadores “poner el ojo” de manera muy especial en los vínculos de los jóvenes. Se entendió que si bien se estaba mejor en la formación inicial, aún “faltaba aún mucho”. La verdadera y sana amistad fue el punto de referencia.

La dimensión afectiva del sacerdocio

El sacerdote vive su dimensión afectiva, su relacionalidad, tejiendo vínculos de muchos modos: con la comunidad parroquial que le toca en suerte, pero también con los hermanos sacerdotes.

Más bien se insinuó que la prioridad o nota teológica primera es desde la fraternidad sacerdotal hacia los otros vínculos con las familias, feligreses, jóvenes, etc.

Toda la vida social del cura refleja dónde tiene el corazón y cuáles son sus preferencias. Por su lado, la vida social que efectivamente lleve, refluirá sobre su identidad sacerdotal, su maduración personal y sacerdotal. La vida social, entonces, como ícono y como causa.

Dos fuertes peligros

En el taller (que fue de la región en este módulo) se remarcaron dos fuertes peligros:

1. el aislamiento;

2. la fractura afectiva del sacerdote, que puede tener vínculos sociales intensos y aparentemente buenos, pero no se relaciona con los sacerdotes.

Es una señal de alarma. Lo ordinario, en nuestra vocación, debe ser inverso en esta cuestión de las relaciones o vínculos: desde el vínculo sano sacerdotal hacia el vínculo social en general.

¡Atención a los sacerdotes que no concurren a los encuentros! Se insistió en salir al encuentro, en la importancia de los decanos o responsables zonales, la importancia de la reunión de decanato y de zonas pastorales.

También se señaló la importancia de preparar bien los encuentros de clero. ¡Nunca improvisar! El Obispo es el primer responsable de todo esto. Es el pastor del “hogar”.

El itinerario de la abnegación

En el último módulo vimos el itinerario sacerdotal de maduración que el P. Germán calificó de itinerario de abnegación. ¿Por qué lo llama así?

Comenzó con un desarrollo de la psicología evolutiva –niñez, adolescencia, etc.-  y sus características. Es decir, todo el trayecto de una maduración humana para impostar en ella y sobre ella la maduración pascual, centrada en el estar con él y en el texto de Filipenses 2,5ss: la kenosis y, en definitiva, la Pascua.

Éste es el resumen de toda existencia: saber morir para resucitar con él.

Por eso pone dos claves para una vida sacerdotal madura: saber discernir –por una parte- desde el amor que, como Jesús, se abaja; poner –en segundo lugar- mucha atención a los “lugares” de abnegación. Éstos son los lugares o espacios en los que pienso que me fue o me va mal.

¡Como le fue a Jesús, según los evangelios!

Fecundidad no es éxito

En el taller, aunque no hubo tiempo suficiente de abordar con detenimiento el tema (la insistencia fue la vida comunitaria), se dijo:

1. la vida comunitaria no es exitosa sino fecunda (expresión de Mons. Uriarte, traída a colación).

2. Es necesario que como clero dialoguemos sobre lo que nos va mal, sobre las frustraciones. No sólo hablar de lo que nos sale bien.

3. Hay que hacer personal y comunitariamente un camino evangélico de despojo;

4. en tono de advertencia se insistió en que hay muchos antecedentes de curas que han dejado a partir del fracaso, o lo que ellos vieron como un fracaso. No soportan que les vaya mal. Hay que poner mucha atención en este punto.

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